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Era un día nublado; todo indicaba que en cualquier momento estallaría una tormenta. El cielo, cubierto por nubes negras, le daba a ese lugar un aire aún más tétrico.

Bajé del camión escoltada por un policía. Caminamos hacia la entrada: una puerta de metal enorme nos esperaba, custodiada por dos guardias. El frío golpeó mi rostro como una bofetada, provocándome un escalofrío.

—¿Esta es la nueva? —preguntó uno de los hombres, con un tono burlón.

—Sí, una joyita. Es una lástima que termine en un lugar como este —respondió el policía a mi lado.

El asco me invadió, haciéndome estremecer. El oficial se marchó, dejándome a solas con aquellos dos guardias que me guiaron hacia una pequeña habitación.

—Vístete —espetó uno de ellos, lanzándome un overol naranja con el número 001373 y un par de zapatos negros.

Obedecí en silencio, vistiéndome bajo sus miradas cargadas de deseo. Cerré los ojos, contuve la rabia, y me vestí lo más rápido que pude.

Me esposaron y me empujaron con brusquedad. Atravesamos una puerta de metal que daba a un pasillo interminable de celdas: algunas vacías, otras ocupadas. Desde las celdas habitadas, sólo se escuchaban gritos—insultos a los guardias y comentarios desagradables dirigidos a mí.

A medida que nos adentrábamos en el edificio, una figura apareció frente a nosotros. Sentí cómo los guardias que me escoltaban se tensaban al instante.

—¿Ella es la nueva? —preguntó con voz baja, afilada como una cuchilla.

Tuve que alzar la vista para encontrar sus ojos. Él ya me estaba observando, recorriéndome de pies a cabeza con una lentitud incómoda. No intentó disimularlo. No lo necesitaba.

—Sí, señor Ghost. Llegó hace una hora. La estamos escoltando a su celda —respondió uno de los guardias, con un leve temblor en la voz.

Ghost. Así lo llamaban. Alto, imponente, vestido de negro, con guantes que cubrían unas manos demasiado grandes y una presencia que congelaba el aire. Su mirada no era sólo fría… era vacía. Como si no quedara nada humano en él.

Se acercó con pasos lentos, casi como si disfrutara del silencio que lo rodeaba. Sentí el corazón latir con fuerza en el pecho.

—¿Cómo te llamas? —preguntó sin apartar la vista, su tono neutro y perturbador.

—Devora Jons —respondí, mi voz más firme de lo que esperaba, aunque mi cuerpo no podía ocultar el temblor leve en mis manos.

Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios, pero sus ojos seguían igual de muertos.

Se inclinó hacia mí. Su aliento rozó mi oído cuando susurró:

—Te estaré vigilando, Jons.

Fue como si sus palabras quedaran colgadas en el aire, pesadas, pegajosas… amenazantes.

Sin más, se alejó por el pasillo. Su sombra pareció alargarse, tragándose la luz a su paso.

Los guardias reanudaron la marcha hasta que me empujaron dentro de una celda vacía. Al parecer, estaría sola. No me quejaba. Mejor así.

—Mañana temprano empezarás tus tareas. Más te vale portarte bien... si no querés sufrir las consecuencias —dijo uno de ellos antes de cerrar la reja tras de sí y dejarme sola en ese diminuto lugar.

Me tomé unos minutos para observar mi nueva "habitación": una litera de hierro, un lavabo, un inodoro. Nada más. Excepto una pequeña caja que me habían dejado pasar, con algunas fotos.

Fotos de todo: de Theo y yo, de mis padres, de nuestra antigua casa. Recuerdos de otra vida. Siempre amé la fotografía.

Mientras las contemplaba, un trueno iluminó la celda, seguido por una lluvia intensa que golpeó los ventanales con fuerza. Era como si el cielo gritara una advertencia:

Esto recién empezaba.

Dark Prison| Ghost (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora