Devora, una joven dulce pero marcada por su pasado, debe cumplir su condena en la prisión de Stammheim. Lo que no imagina es que Ghost, el guardia más sádico y corrupto del penal, comenzará a obsesionarse con ella.
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Estar encerrada en una habitación diminuta, sin noción del tiempo, es algo que no le deseo a nadie. Menos aún cuando te despiertan a los gritos. Estaba profundamente dormida cuando alguien golpeó con fuerza las barras de mi celda, usando un garrote metálico.
-Hora de levantarse, Bella Durmiente -se burló el guardia mientras abría la puerta con desgano.
-¿Qué hora es? -pregunté, incorporándome lentamente mientras me sobaba la cabeza. Apenas había podido dormir; mi cerebro decidió hacer una maratón de todos los errores que cometí a lo largo de mi vida.
-Las seis treinta en punto -respondió-. Vamos, levántate de una vez. No tengo todo el día -añadió, más irritado.
Me levanté, até mi pelo con desgano, me lavé el rostro y salí esposada una vez más, las muñecas al frente. Caminamos por los pasillos fríos y silenciosos. Esta vez, pude observar con más claridad la cantidad de presos. Había de todo: altos, bajos, tatuados, con miradas vacías o incendiadas de furia. Cada uno parecía arrastrar su propia condena en la piel.
Llegamos al comedor. Me quitaron las esposas y los guardias gritaron que teníamos veinte minutos para desayunar. Después, empezarían nuestras tareas. Avancé hasta la barra donde varios cocineros servían la comida. Me coloqué en la fila, pero una mujer tatuada de pies a cabeza se interpuso delante de mí sin siquiera mirarme.
Le toqué el hombro suavemente.
-Disculpá, yo estaba primero. ¿Podrías volver a tu lugar?
Sabía que decir eso podía costarme caro, pero el hambre no me permitía pensar con claridad.
La mujer soltó una carcajada seca y me ignoró por completo. El enojo empezó a subir por mi garganta como un incendio.
-Te estoy hablando -repetí, esta vez agarrándole el hombro con fuerza.
-Volvés a tocarme y lo vas a lamentar -espetó mientras se giraba bruscamente para enfrentarme.
El comedor entero enmudeció, como si todos estuvieran esperando el primer golpe.
-No busco problemas -dije, intentando mantener la calma-. Sólo te pedí que respetaras mi lugar.
Intenté relajar la expresión, pero el enojo me tensaba cada músculo. Ella era más alta que yo, tal vez por diez centímetros. Tenía los brazos cubiertos de tinta, el cabello rosa y múltiples piercings en el rostro. A otra persona, quizá le habría intimidado. A mí no.