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Lo que quedó del día transcurrió con una calma extraña, como si el mundo se hubiese detenido por un instante. No volví a cruzarme con Violeta en lo que quedaba de la tarde, pero sabía que mañana la volvería a ver. Ese simple pensamiento me arrancó una pequeña sonrisa.

Después de un largo y agotador día, finalmente nos permitieron darnos un baño. El vapor llenaba el aire, y la mezcla de cuerpos desnudos compartiendo el mismo espacio resultaba algo incómoda, pero con el tiempo, supuse, me acostumbraría. Nunca fui particularmente pudorosa.

La noche cayó pesada. Cuando todas ya estaban dormidas, yo seguía dando vueltas en la cama como si mis pensamientos fueran espinas clavadas en la almohada. Debían de ser las dos de la madrugada. Me levanté en silencio, descalza, y caminé hasta el lavamanos. El agua fría contra mi piel me devolvió al presente.

Al levantar la vista, una voz me atravesó desde la oscuridad:

—¿Todavía no te dormiste?

Era inconfundible. Su tono grave, autoritario, casi felino. Ghost.

—Estaba por acostarme... Solo quería lavarme la cara —respondí sin girarme aún.

—No me interesan tus excusas. Duérmete —ordenó con voz firme, sin matices.

—Está bien, lo que digas —suspiré, sabiendo perfectamente que mis palabras le importaban menos que nada.

—Mi deber aquí es mantener este bloque en orden. Que cada prisionero cumpla las reglas al pie de la letra —su voz se sentía más cercana.

—Quiero que tengas claro algo, Jons: no voy a ser menos severo contigo solo porque seas nueva.

—No espero que lo seas, Ghost. Sé perfectamente cómo son los tipos como vos... Se creen dioses. Dueños de todo, incluso de lo que no les pertenece —dije, volviendo lentamente hacia mi cama.

Entonces, el sonido metálico de la celda abriéndose me cortó el paso. Me giré, y allí estaba él.

Ghost.

Un hombre de casi metro noventa, envuelto en sombras, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo. Levanté la vista para encontrar la suya, helada y penetrante.

—No te pases de lista conmigo, Devora —dijo, y fue la primera vez que pronunció mi nombre. Sonó... distinto. Oscuro. Casi seductor.

—Nunca me pasé de lista. Solo dije la verdad —respondí, aunque mi voz no sonó tan segura como hubiera querido. Su proximidad desestabilizaba todo mi eje.

No dijo nada. Solo me miraba con una intensidad que me atravesaba. Como si quisiera desarmarme, leerme, o tal vez... poseerme.

Mis manos comenzaron a jugar entre sí, nerviosas, traicionándome. Mi cuerpo, en cambio, permanecía inmóvil, como si el aire se hubiese vuelto espeso.

Entonces, con movimientos lentos, alzó mi mentón con dos dedos enguantados.

—Eres interesante, Devora —susurró, y sus palabras me envolvieron como un perfume oscuro.

Dio un paso más. Mi espalda chocó contra la pared. Ya no tenía adónde ir.

—¿Q-qué quieres decir? —tartamudeé. Mi mirada escapaba de la suya, pero él no se movía.

El nerviosismo era un extraño para mí... hasta ahora. Ese hombre hacía que me sintiera pequeña, vulnerable... y algo más que no quería admitir.

Se inclinó, tan cerca que su aliento cálido rozó mi cuello.

—No descuides al lobo... porque te puede morder —susurró en mi oído, con una risa baja y rasposa que me erizó la piel.

Y así, sin más, retrocedió y desapareció entre las sombras del pasillo, dejándome con el corazón desbocado y una niebla de preguntas sin respuesta.

Volví a la cama con pasos lentos. No sabía si lo que sentía era miedo, adrenalina... o una mezcla letal de ambos.

Cerré los ojos. El sueño me venció más rápido de lo que esperaba.

Pero de lo que no me di cuenta… fue de que, desde las sombras, alguien me observaba.

Alguien que disfrutaba verme dormir.


Dark Prison| Ghost (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora