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A pesar de todos los contratiempos vistos Martha pudo nacer, aunque al principio sus progenitores tenian  planeado que su venida al mundo fuera el jueves 12 de junio la poca expansión de la garganta de su madre ocasionó una cirugía de urgencia que extendió su nacimiento hasta el día viernes 13 de junio.

-¡Que desafortunada sirenita!-. Exclamaron casi todos al unisono en el cuarto del hospital, la madre de la niña no podía cargar a esta por los efectos de la anestesia, por lo que obligatoriamente la recién nacida tenía que estar en una cuna en espera de su madre como si ella fuera una de esas pequeñas huérfanas. Sin otra cosa que decir para demostrar su lastima hacia la bebé, las enfermeras se dignaron a llevarla al cuarto de camas, mientras las remoras se encargaban de limpiar a su madre.

Pero que infortunio para la pequeña Martha, ya no habían camas normales disponibles siendo lo único utilizable una triste  anémona localizada al fondo del cuarto. Las enfermeras sin tener otra opción decidieron colocar a la recien nacida en el único lugar disponible, sin saber que lastimosamente a ella le hacía efecto el veneno de las anémonas.

Tras ver cómo las enfermeras se alejaban, la hambrienta anémona empezó su ataque, la pobre sirenita no tenía otra alternativa que no fuera aguantarse el dolor mientras esperaba que alguien viniera a su rescate, su cuerpo  tan pequeño y débil, hacia imposible algún intento de escape, sin ya muchas fuerzas la pequeña Martha solo se quedó viendo como su cuerpo se iba tornando de color rojo, cerrando los ojos simplemente esperando su final.

¡Pero que afortunada sirenita! Sus peticiones fueron escuchadas, un pez payaso justamente iba a descansar del trabajo, encontrándose con la bebé, expulsandola con enojo de su cama y llamando a las enfermeras, quienes se llevaron a la pequeña Martha directo al consultorio de algún doctor.

Tras ser atendida y estar libre de peligro la sirenita fue llevada a los brazos de su ya despierta madre, aunque el rencuentro no fue como uno se lo podría imaginar.

La madre asustada por las manchas rojas de su hija se negó a cargarla, alegando que ella podría contagiarse de lo que sea que tuviera la niña, siendo únicamente convencida por los doctores quienes le explicaron  todo lo que había pasado, convenciendo a la mujer de cargar y amamantar a su recién nacida.

Que infortunio más grande
Ahora la pequeña sirenita tendrá
que aprender a convivir
con esas manchas por un largo periodo de tiempo.

𝐄𝐥 𝐀,𝐛,𝐜  𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐢𝐫𝐞𝐧𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora