Epílogo: de vuelta a casa

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Lincoln contemplaba sin ver la oscuridad de la noche. Por momentos, sus ojos se humedecían; y a través de sus lágrimas las luces de la cercana Royal Woods aparecían como simples manchones amarillos.

A su lado, Mrs. Owen roncaba quedamente. Todo el autobús estaba en silencio desde que dejó a casi la mitad de sus pasajeros en Lansing. El muchachito peliblanco no había dormido y no tenía sueño. Su mano derecha jugaba con el precioso broche con forma de abejita que se encontró cuidadosamente colocado encima de su maleta de viaje cuando hubo de pasar a la habitación y recoger sus cosas.

Curiosamente, el tacto de aquel broche le traía consuelo; impedía que se sintiera todavía más triste. Gracias a ese precioso objeto se sentía seguro de que lo vivido con Lupa no había sido un sueño. Aquellos días maravillosos no eran fruto de su imaginación: Lupa existió, lo apoyó, lo llenó de amor y momentos maravillosos, y le descubrió por primera vez el sabor agridulce del placer sexual y la primera separación.

Oh, sí: no tenía ninguna duda. Estaba totalmente seguro de que Lupa se había ido para nunca más regresar. Lo supo después de que terminó de leer la carta, y lo confirmó cuando Mrs. Owen fue a su encuentro para preguntarle dónde estaba ella. Lincoln solo pudo explicarle que se había ido, y Mrs. Owen, llena de estupefacción, se comunicó con cuanta gente pudo. Incluso dio parte a la policía. En Lansing, no existía información sobre ella en el distrito escolar. No había documentos. Nadie sabía quiénes eran sus padres y familiares. De seguro se hubiera hecho una denuncia por la desaparición de la menor, pero no había nadie sobre quién dar parte a la policía estatal e interestatal. El entrenador de deportes de Lansing la recordaba como la ganadora del torneo femenil de la ciudad, pero no recordaba haberla visto antes en ningún otro lugar.

Así que, después de todo, Mrs. Owen tenía razón: Lupa era un fantasma. Alguien que no existía y sobre el que no se tenía ningún indicio en ninguna parte.

Aquello era tan perturbador, que Mrs. Owen ya no conversó con Lincoln al respecto. En realidad, ya no hablaron de ninguna otra cosa; ni siquiera sobre la posibilidad de que fuera convocado al Campeonato Estatal de Michigan. El entrenador de deportes quedó en averiguar lo que pudiera con tal de que se pudiera hacer una denuncia, pero en su fuero interno tanto Lincoln como Mrs. Owen estaban convencidos de que todas las pesquisas serían infructuosas.

A final de cuentas, ¿importaba?

Para Lincoln, no. La había tenido y la había perdido. Surgió de la nada, y a la nada regresó. De hecho, estaba seguro de que ni siquiera valía la pena comentarle algo a sus padres o sus hermanas.

Tendría que ocultar el broche y la carta. Si alguna de sus hermanas los descubría, sabía que no se la quitaría de encima jamás.

***

- ¡Hey, campeón! ¡Felicidades! ¡Ya me dijeron que obtuviste el cuarto lugar! -exclamó Lynn padre, en cuanto lo vio descender del autobús. Lo envolvió en un apretado abrazo al que muy pronto se sumó su madre.

- ¡Y era un torneo muy difícil, corazón! ¿No estás orgulloso? ¡Lograste mucho más de lo que tú mismo esperabas!

- Y además, luchó muy bien -dijo Mrs. Owen, un tanto olvidada de sus preocupaciones al ver el recibimiento que le dieron a Lincoln-. De hecho, existe una posibilidad de que lo convoquen al Campeonato Estatal. Es el primer reserva, y por allí se mencionó que quizá uno de los tres primeros lugares no podría asistir.

- ¡Hey, eso es maravilloso, mi vida! -dijo Rita, dándole un beso en la mejilla - ¿No estás contento? ¡Deberías sentirte orgulloso!

Lincoln le dedicó una sonrisa forzada.

- Claro que sí, mami. Lo estoy.

Rita y Lynn se sorprendieron un poco ante la falta de entusiasmo de Lincoln, pero Mrs. Owen intervino de inmediato para evitar mayores suspicacias.

- Lincoln debe estar muy cansado. Ni siquiera pudo dormir nada en el autobús. ¡El torneo fue de verdad durísimo, y cuando se está tan cansado, a veces no se puede dormir! Por favor, asegúrense de que descanse mañana, porque el lunes ya tiene que presentarse a la escuela. ¿De acuerdo?

- Claro que sí, Mrs. Owen -dijo Lynn, pasando suavemente su brazo en torno al cuello de su hijo -. Vámonos, campeón. Mañana te prepararé tu desayuno favorito, y nos ocuparemos de que tus hermanas no te involucren en sus actividades. ¿Está bien? Puedes echarte una cabezadita en el camino a la casa. Tu mamá y yo no te molestaremos.

Antes de que se fueran, Mrs. Owen se despidió de los señores Loud y luego abrazó fuertemente a Lincoln, susurrándole al oído para que sus padres no escucharan.

- Si todavía quieres, te ayudaré a entrenar para el estatal; ya sea que vayamos o no. Y te prometo serte mucho más útil la próxima vez, ¿va?

Lincoln correspondió al abrazo, prolongándolo un poco más de lo necesario.

- Ánimo, mi niño -terminó la mujer-. Ya verás que pronto podrás volver a sonreír.

***

Tal como lo prometieron, los señores Loud no dijeron nada en el camino de regreso. Lincoln cerró los ojos y fingió dormir, concentrado por completo en sus pensamientos y recuerdos. El broche y su preciosa carta iban bien seguros en el bolsillo interno de su pantalón.

Y tal como lo imaginaba, en su casa lo esperaba un tumulto. Ninguna de sus hermanitas se había dormido. Ya todas sabían que había obtenido el cuarto lugar en aquel difícil torneo, y no pudo escapar a los abrazos y a los besos de casi todas ellas. Solo se calmaron porque sus padres pusieron mucho empeño en llamar al orden, apoyadas por los esfuerzos de las dos hermanas mayores.

Rechazó un refrigerio tardío, alegando que habían cenado muy bien antes de abordar el autobús. Por supuesto, aquello era mentira. Apenas había probado la comida, pero no sentía nada de hambre. Todo lo que quería era acostarse en su cama para descansar y pensar.

Antes de salir del rellano de la escalera, dirigió la vista atrás e hizo una seña para despedirse de sus hermanas. Todas correspondieron al saludo, y entre todas ellas, Lincoln distinguió la pequeña mano de su hermanita genio.

Una idea cruzó por su mente.

Había muchos pasajes de la carta que no entendía. Frases que despertaron algunas especulaciones muy alocadas en su mente.

¿Y si Lisa pudiera ayudarle a entender? O mejor aún, ¿a localizar a Lupa, allí donde ella pudiera estar?

Estuvo a punto de retroceder para llamarla, pero en el último momento decidió que no valía la pena. Si hacía eso, tendría que darles explicaciones a todas sus hermanas. Ya habría tiempo para decidir si pediría la ayuda de Lisa, o no.

Justo antes de entrar a su cuarto, se llevó una sorpresa todavía mayor. Frente a su puerta lo esperaba Lucy.

Aquello ya era bastante sorprendente de por sí. Pero además, había un detalle muy llamativo que lo dejó casi perplejo.

Su hermana había transformado bastante su imagen y su vestimenta. Allí estaban sus infaltables mallas y sus mangas negras y blancas; pero su discreto vestido negro había sido sustituido por un jumper negro y una blusa blanca que dejaba parte de sus hombros al descubierto. Además, la niña se había peinado de manera muy favorecedora, ondulando ligeramente las puntas de su cabello.

Asombrado, Lincoln se detuvo a unos pocos pasos de su hermanita. La niña tenía los brazos cruzados tras su espalda. Un leve rubor asomaba en sus pálidas mejillas, y una leve sonrisa realzaba deliciosamente la belleza de su rostro.

- Lucy... -susurró Lincoln, sin dar crédito a lo que veía.

La niña se acercó lentamente, tendiéndole sus brazos. Lincoln no vaciló ni un instante para corresponder y atraerla hacia sí. Al tenerla así tan cerca, a pesar de la penumbra que dominaba el pasillo, el chico se dio cuenta de que ella tenía los labios ligeramente pintados.

- Te extrañé mucho, hermanito -dijo Lucy, reclinando la mejilla sobre su pecho.

Por primera vez aquella noche, Lincoln se sintió verdaderamente confortado.

- Yo también te extrañé, hermanita -respondió, acariciando su cabello y aspirando su delicioso aroma a lavanda.

¿FIN?

Un encuentro inolvidable (Lupacoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora