El momento del día donde más activamente pienso, es en la profunda penumbra de la noche.
Distantes se ven aquellos recuerdos que con anhelo y esmero retengo.
Aquellos años donde realmente no sabía lo que venía.
Ese tiempo donde todo parecía difícil, siendo sencillo.
Como el filo de un cuchillo que con precisión recorre su camino, siento que ya no domino, procrastino.
Me siento en el piso y con el denso velo de un cigarrillo, recuerdo.
Recuerdo cuando aún estaba cuerdo.
Cuando la familia se veía como un credo.
Cuando el peso de mis hombros eran simples plumas.
Cuando la fuente del dolor eran letras.
Ahora todo es distinto y pareciera extinto todo lo que un día fue.
Cuanto daría por recibir aquel cafuné.
Soy reacio a creer que mi ser cambia.
Cada vez me quiebro más.
Como si de un cristal frágil se tratase, la vida sigue su ritmo, no espera.
Busco alguna manera de volver a brillar.
No quiero ser así.
No quiero que mi cabeza me consuma.
Aquel niño con sueños, esperanzas, metas, lo veo cada noche.
Estoy seguro que me animaría si me viese.
Pero no estoy seguro de si estaría orgulloso si él me viese.
He llegado lejos, sí.
¿Cuál ha sido el costo?
¿Cuántos años de tu infancia has perdido?
Has ayudado a incontables personas a encontrar su camino.
Eres como aquel guía que lleva a los demás a un tesoro que no puedes poseer.
Es hora de crecer y creer.
Una vez más.
Aunque hayas dicho eso tantas veces.
Aunque no sepas quien te ayuda a ti a cambio de todo lo bueno que has hecho.
Aunque parezca que pagas el karma de esta vida y las que vengan.
Aunque quieras dejar que todo termine en una simple acción.
Mañana será otro día, como dice esa canción confiada.
Pero siempre habrá otra madrugada.