Markansas City, 2003.
Parque Central.Dorianne disfrutaba de los juegos de ajedrez con los veteranos, era su momento de sentirse libre, inteligente y en paz consigo misma. Le encantaba la adrenalina que conlleva pensar en las jugadas y en destruir a tu contrincante.
Su cabellera roja cubría su cara debido al aire que anunciaba una tormenta de nieve, causa que hacía que su mano pasara frenéticamente por su rostro pálido y con tonos rosados por el frío.
—Escuché que estás pensando ir a Grand Howlland— Clark Ross miraba el tablero, estaba a punto de perder.
—Yo no, a Evan se le metió la idea en su inmensa cabezota y los otros...- un movimiento de su torre la hizo parar de hablar y levantarse—, JAQUE MATE— gritó alegre, era la primera vez en la semana que al fin ganaba.
Clark solo se limitó a sonreír, la había dejado ganar, era su favorita del grupo y no quería que se desanimara por una derrota.
Luego de un pequeño baile de victoria y felicitaciones por los demás veteranos (que también sabían sobre la jugada de su compañero), volvió a tomar asiento.
—Como decía, Evan convenció a todos para emprender el viaje, me negué, pero luego pensé: "¿de verdad es tan mala idea?". Así que terminé aceptando.
—Dorianne, querida, recuerda todo lo que hablamos.
—Nos lo dijo, pero no tenemos miedo, tal vez un poco, o mucho, pero estamos floreciendo, tenemos curiosidad— el rubio que interrumpió su conversación se aclaró la garganta—. Por cierto, hola Ronnie.
Ronnie era el apodo que sus compañeros le habían puesto al viejo alegre, al principio ninguno del grupo sabía el porqué de aquel diminutivo de Ronald, pero luego se enteraron de una historia que tuvo lugar en 1946, año en el que las fuerzas suizas denominaron a Clark Ross: Sir Ronald.
—Un placer verlo, joven Flemming— saludó Clark.
—Los demás están por venir, se detuvieron a comprar café para todos, queremos que nuestra última tarde aquí sea de historias sobre el pueblo malévolo, muajaja— hizo manos de villano.
Todos odiaban sus chistes, pero siempre reían para que no se sintiera mal.
—Deja a los niños en paz, Ronnie. Los jóvenes ahora quieren vivir por y para la aventura, ¿Recuerdas cuando jugábamos por sus calles? Era nuestro hogar, no está mal que lo exploren— Carlos Fuentes, el más viejo de todos en ese lugar, regañó a su amigo.
—Charly tiene razón, pero también fue un pueblo tranquilo hasta que sucedió el primer asesinato. Mary Hamilton, era tan bella— los ojos azules de Bruce Green se iluminaron—. Lástima que la encontraron degollada y colgada en el bosque, algunos dijeron que se había suicidado, pero nunca lograron comprobar aquello.
Mary Hamilton había sido una gran amiga de la infancia de Bruce, justo cuando él volvió de la guerra para cortejarla se enteró de su reciente casamiento con un agricultor de la zona, devastado, regresó a batalla. Para que luego de un mes, se enterara del atroz asesinato, el suceso que puso en alerta a todo el pueblo.
Tuvieron como sospechoso a su esposo el cuál con una coartada confirmada por su amante (una cocinera de la iglesia local), de que estaba con ella, se deslindó de toda culpa. Encontraron a la mujer en el bosque, su cuerpo colgaba de una rama de un viejo árbol y su garganta estaba cortada, para cuando la hallaron, su sangre estaba seca y el cuerpo en avanzado estado de descomposición. Nadie supo la realidad y porqué del homicidio de Mary.—No te olvides de Jacob, otro gran amigo. Su cuerpo fue encontrado en el establo de caballos, sin órganos. Maldigo el momento que lo dejé solo, era tan joven—. Monty golpeó con una fuerza mínima su tablero.
Jacob Lauper tenía 16 años cuando alguien cruel decidió quitarle la vida, y con ella, todas sus metas y sueños. Trabajaba con Monty en una herrería antes de que esté se fuera al ejército. El 4 de noviembre de 1903, justo cuando Monty cumplía sus 26 años, decidió salir a festejar un rato con sus amigos (los veteranos) encargando el negocio a Jacob. Volvió a las 10:30 pm y ahí comenzó todo, su joven compañero estaba sentado en una silla de madera con los ojos cerrados, parecía estar dormido, hubiera imaginado eso si su abdomen no estuviera perfectamente abierto en una línea horizontal, no había intestinos, no había estómago, no había hígado, estaba vacío. La escena fue tanto para él que se desmayó, para cuando despertó los policías ya estaban en la zona, resulta que un cliente frecuente los encontró tirados y fue a la estación.
Así fue cuando otro asesinato inundó las noticias locales de Grand Howlland.
—Lo único que les pido es que se cuiden, especialmente tú, Dorianne— Clark tomó las manos de la pelirroja.
Bradley se incomodó automáticamente, parecía ser el único que notaba la extraña constancia que tenía el viejo con su amiga.
Después de unas horas, Evan y Samuel llegaron en una camioneta Volkswagen la cuál usarían para su aventura.
—Traemos cafés y ganas de ir a casa. Hola a todos— el morocho saludó alegremente.
—Lo que dijo Evan pero añadiendo una cosa, ¡qué carajo es este frío! Es que, de verdad les digo, está horrible.
—Pareces hombre rechazado, deja de quejarte—, una pelinegra de gran sonrisa se acercaba a ellos.
Hope Fisher, diecinueve años, la más simpática y cálida del grupo, todos la querían.
—¿Podrías dejar de ser tan grosera?
—Ya basta los dos, maduren un poco— Savannah mencionó frustrada.
—Llegó la mamá del grupo. Bienvenida seas abeja reina— Evan bromeó a su hermana.
—¿Podrían simplemente entregar los cafés y empezar con esto?— Dorianne interrumpió a todos.
—Muy bien, miremos, miremos, miremos... un amargo como sus chistes para el pequeño Brad.
—Soy más grande que tú, Hope— el rubio la miro ofendido.
—De edad y estatura, no de cerebro cariño— le besó la mejilla.
Y así, la jóven siguió repartiendo cada café a su respectivo dueño.
Luego de unas horas, la noche estaba haciendo presencia, lo que indicaba el inicio de las leyendas.
Reunidos en una fogata bajo una carpa del parque destinada para los juegos de ajedrez, los chicos y los veteranos ya hacían un círculo esperando la primera historia.
—Muy bien, comencemos con esto.
—Después de aquellos dos asesinatos la luz en el pueblo se apagó, la gente vivía con miedo constante pero nunca se fueron, todos se quedaron ahí; aunque, poco a poco, la gente fue desapareciendo de manera repentina y los cuerpos nunca se encontraron— Carlos comenzó.
—Es aterrador la idea de pensar que la próxima persona en desaparecer podría ser alguien de tu familia e incluso tú mismo— Monty siguió.
—Robert, Simone, Diana y Freddie son algunos de los nombres que recuerdo por el momento de las personas desaparecidas— mencionó Clark.
—Distintas familias, trabajos, amigos, viviendas, pasatiempos, físico, nada que los uniera, ningún indicio del secuestrador, todo fue tan repentino y escalofriante...— sugirió Bruce.
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Misterio en Grand Howlland
Mystery / ThrillerUn grupo de amigos van a un pequeño pueblo a las afueras de su ciudad natal en busca de un monstruo, que según la leyenda que cuentan los veteranos que vivieron ahí, acecha en el. Interminables sucesos catastróficos terminan con la muerte de uno de...