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El mensaje era estándar, pero aún así envió un escalofrío por la columna vertebral de Inupi.

Reunión de la manada a las 20:00. Asistencia obligatoria.

Había evitado las últimas tres reuniones, por lo que esas dos últimas palabras, que generalmente no se decían, estaban destinadas a él. Mirando su reloj, frunció el ceño. Necesitaba otras dos horas para hacer este trabajo. Eso lo dejaba con poco tiempo para conducir a la reunión en casa de los Shiba.

El Alfa gobernaba con mano de hierro, especialmente cuando se trataba de Inupi, por lo que hacía todo lo posible para mantenerse al margen. Lo que había hecho fácilmente en los últimos tiempos con Taiju feliz de ignorarlo.

Esas ocasiones en las que llamaba la atención del Alfa o de sus hijos en estos días fueron lo suficientemente memorables como para compensar su poca frecuencia.

Tres horas más tarde, mientras conducía por el camino largo y sinuoso que conducía a la casa del líder de la manada, reflexionó sobre los acontecimientos recientes y si eso era lo que lo había conducido a esta reunión urgente. Al hijo de Taiju, Hakkai, se le había metido en la cabeza una noche hacer una jugada para ser el sucesor de Alfa, por delante de su hermana mayor Yuzuha. Lo había hecho atacando y matando a un cambiaformas de la manada vecina, los Guren. Había habido murmullos y reverberaciones a través de su Manada desde entonces, susurros de reparaciones y negociaciones.

Taiju no quería que su hijo muriera y eligió la ruta diplomática. Inupi supuso que esta noche se trataba de averiguar el precio a pagar.

Inui aparcó su vieja motocicleta junto al edificio de la reunión, al lado del grupo de motos pertenecientes a la Manada. Bajo, se quitó los zapatos y se quitó el suéter a pesar de la brisa fresca. Taiju esperaba un código de vestimenta mínimo para las reuniones, pero Inui siempre mantenía la espalda cubierta.

Siguió el rastro hacia el bosque. Debería haber sido un paseo tranquilo y contemplativo; el sol brillando a través de los árboles, esparciendo luz sobre la maleza. Pero con cada paso, Inui se tensaba más. Nunca había escapado ileso de una reunión de la Manada de alguna forma. Algunos de sus primeros recuerdos eran de cuando lo arrastraron aquí en visitas de un día desde sus hogares de acogida. La rápida curación que era una gran ventaja de ser un cambiaformas había trabajado en su contra. Sus marcas siempre se habían desvanecido lo suficiente como para que pudieran hacerse pasar por juegos bruscos con sus primos, a pesar de los intentos de Inupi de decirles lo contrario a sus padres adoptivos.

Cuando entró en el claro, todos los ojos se volvieron para mirarlo, sus miradas silenciosas desconcertantes. Casi con la misma rapidez, se volvieron hacia Taiju, que estaba en el centro del grupo.

—Inui. Finalmente te has dignado honrarnos con tu presencia — anunció el Alfa alzando la voz.

—Lo siento Taiju. Estaba trabajando.

El hombre en cuestión caminó hacia él. Tenía una figura imponente, alto y musculoso y parecía más joven que sus cincuenta y cuatro años.

Dio una palmada en el hombro de Inupi y el lobo más joven trató de no estremecerse.

—¿Haciendo retoques en tus motos y coches otra vez? ¿Cuántas veces hemos hablado de priorizar la manada sobre el trabajo? —Su mano apretó con fuerza, y Inupi se esforzó por no dejar que el dolor se reflejara en su rostro.

—Lo siento Taiju. No volverá a suceder.

Se sorprendió cuando el Alfa se rió.

—No, tienes razón, ciertamente no volverá a suceder. —La mano en el hombro de Inui lo impulsó hacia el centro del claro y los miembros de la Manada los rodearon.

La proximidad a la manada debería haber sido reconfortante, segura, pero habiendo estado siempre en la periferia, siempre siendo el chivo expiatorio de la manada, era sofocante. Buscó una vía de escape, pero sabía que no la había.

Taiju habló de nuevo.

—El Clan Guren ha aceptado una solución diplomática a las lamentables acciones recientes. No habrá conflicto entre nuestras manadas.
Han pedido tierra, recompensa económica y un tributo masculino de nuestra manada en compensación por lo que han perdido. El Consejo de la manada ha discutido esta solicitud.

El Consejo de la manada está compuesto por Taiju, su familia inmediata y sus leales seguidores.

—Y hemos accedido a sus estipulaciones. Inui será entregado como tributo, asegurando que prevalezca la paz entre nuestras dos manadas.

—¿Me vas a entregar a ellos? —Las palabras de Inupi fueron casi un susurro.

—Exigieron un macho adulto, nacido de lobo. ¿A quién podría darles? ¿Uno de mis hijos, mis sobrinos? La manada los necesita para liderar la próxima generación. Pero tú... tú siempre has sido una decepción. La tuya no es una pérdida.

—Pero no puedes... me matarán.

—Te arrancarán miembro a miembro, me imagino. Pero mejor tú que mi hijo Hakkai.

Seishu miró cada rostro. Seguramente la manada no iba a dejar que Taiju... pero podía verlo en sus rostros. A la mayoría no les importaba. A los pocos que lo hacía no miraban a Inupi a los ojos. No eran lo bastante valientes como para enfrentarse al Alfa.

—Isao, Keitaro, Jomei —llamando Taiju por sus nombres a tres de sus sobordinados—. Acompañaran a Inui al punto de encuentro acordado y se aseguraran de que sea entregado a salvo a los Guren.

Seishu se soltó del agarre de Taiju, mirando de izquierda a derecha mientras buscaba una salida. Un puño golpeó su rostro, una explosión de dolor que lo hizo caer al suelo. La voz de Hakkai vino desde arriba de él.

—Te ayudaré a llevarlo hasta el coche.

Manos lo agarraron, poniéndolo de pie y arrastrándolo a través del claro.

Trató de quitárselos de encima, pero sus débiles intentos sólo le valieron más golpes. Cuando llegaron al vehículo que esperaba, le dolían la mandíbula y la espalda.

—Intenta correr y te daremos caza, te golpearemos y luego te entregaremos a los Guren de todos modos —advirtió Keitaro.

Derrotado, no podía hacer nada más que pensar mientras conducían, ignorando los insultos y las bromas dirigidas contra él. Jomei tomó el volante, superando todos los límites de velocidad con la facilidad de la práctica.

—Casi hemos llegado. ¿Quieres que te demos tus últimos ritos? — preguntó Isao.

—Vete a la mierda —replicó Inui, ganándose un golpe en la cabeza que lo hizo rebotar contra la ventana.

Los caminos se hicieron más angostos, los bosques que los rodeaban más densos. Circularon hasta detenerse en el viejo puente de piedra, una de las muchas estructuras que marcaban la frontera entre Īgurusutorīmu y las tierras de Guren. Los miembros de la otra Manada ya estaban esperando.

—Muy bien, acabemos con esto —dijo Jomei y sacaron a Inui del coche y lo llevaron al puente.

Keitaro le dio una palmada en el hombro y lo empujó hacia adelante.

—Encantado de haberte conocido, Inupi. Echaremos de menos todos los momentos divertidos que tuvimos.

Después de Yuzuha y Hakkai, Keitaro había sido el peor de los matones cuando Inui era un niño, continuando la tendencia de vez en cuando a medida que crecían.

El grupo de hombres y mujeres reunidos al otro lado del puente no parecía amistoso ni accesible. Sin embargo, ese era su destino. Obligándose a poner un pie delante del otro, cruzó el puente, sintiendo la áspera mampostería bajo sus pies descalzos.

La adrenalina agudizó sus sentidos; el sonido del agua corriendo del arroyo que pasaba debajo de él, el penetrante canto de los pájaros, el verde brillante de los árboles y el embriagador aroma de las flores en flor. Tuvo meros segundos para apreciarlo antes de que sus pies abandonaran el puente y lo atraparan. No perdieron el tiempo, le pusieron una capucha en la cabeza y hundieron su mundo en la oscuridad.

Le ataron las manos a la espalda y lo arrojaron a la parte trasera de una camioneta. Otros saltaron detrás de él y la camioneta arrancó, saliendo de la carretera, dando tumbos y sacudidas por el camino irregular.

𝖾𝗅 𝗍𝗈𝗊𝗎𝖾 𝖽𝖾𝗅 𝖺𝗅𝖿𝖺 ; 𝘁𝗮𝗸𝗲𝗶𝗻𝘂𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora