07.

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Las semanas pasaron rápidamente. Seishu se veía más delgado cada vez que Takemichi lo veía. Podía ver su preocupación reflejada en la expresión de Emma.

No podía entenderlo. Todos los miércoles, en la reunión de la manada, Seishu disfrutaba de la comida con gusto. A Harumi le gustaba que tuvieran buen apetito y más de una vez la había visto a ella, o a alguna de sus hijos, entregarle a Seishu un plato envuelto para que se lo llevara a casa. Pero Seishu estaba demacrado. Peor aún, los moretones de su iniciación no se habían desvanecido por completo más de un mes después.

—¿Lo has visto alguna vez? —le preguntó a Emma—. ¿Podría tener algún tipo de enfermedad humana?

Ella negó con la cabeza, firme.

—No tenemos la mayoría de las dolencias humanas. Tú lo sabes. Y la anorexia nerviosa no parece encajar. Come cualquier cosa que le pongas delante, no es quisquilloso ni reservado con la comida.

El siguiente contratiempo se produjo hacia el final de la reunión cuando comenzó a hablarse de la carrera del sábado. Emma finalmente había dado el visto bueno para que Seishu se uniera.

—La primera carrera con nosotros, Seishu. ¿Estás emocionado? — preguntó Chifuyu dándole una palmada en la espalda.

—Um... Creo que me quedaré fuera de eso. —La conversación cayó en silencio ante la respuesta de Seishu, una mezcla de sorpresa y los primeros atisbos de ira. Las cacerías y las carreras eran una parte voluntaria pero necesaria para cimentar la Manada.

—Deberías venir —dijo Takemichi, haciéndolo sonar como un estímulo, pero sabiendo que sería tomado por la orden que realmente era.

El sábado vino y se fue, pero Seishu no.

(...)

El mal presentimiento que engendró la negativa de Seishu no hizo más que aumentar con su posterior ausencia. Takemichi necesitaba manejar esto antes de que se saliera de control.

El domingo por la mañana tuvo que hacer las cuentas, un trabajo que despreciaba pero que no podía endosar a nadie más, siendo la persona con la mejor cabeza para las cifras en el Consejo de la Manada. Los recursos combinados de sus diezmos se usaban para mantener sus tierras comunales, proporcionar alimentos para los eventos de la manada y pagar los gastos médicos y las becas de la manada para aquellos que estudiaban en áreas que beneficiaban a la manada.

Masako llegó mientras trabajaba, preparándose un poco de café. No habló, pero Takemichi conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo estaba preocupado.

—¿Pasa algo Masako?

Masako, taza de café en la mano, se apoyó en la encimera.

—Las fronteras.

—Sí, escuché de Naoya que los acechadores alrededor de nuestra frontera Īgurusutorīmu se han ido.

—No es solo eso.

—¿Entonces qué? —No era propio de Masako no decir lo que pensaba fácilmente.

—Algunas personas han hecho preguntas, desde fuera de la manada.

—¿Hacer preguntas sobre qué?

—La deuda de sangre. Inui.

Takemichi dejó su propia taza de café.

—Naturalmente, habrá algo de curiosidad por eso en otras manadas. Nuestros vecinos especialmente.

—Estos no eran de las manadas vecinas. Eran extraños. Un hombre se detuvo a desayunar en el restaurante de Nana. Dijo que estaba de paso con un envío de la ciudad. Consiguió que charlara con él y le hizo muchas preguntas.
Nana no sospechó hasta mucho después de que él se fue y escuchó que había otros preguntando por ahí.

𝖾𝗅 𝗍𝗈𝗊𝗎𝖾 𝖽𝖾𝗅 𝖺𝗅𝖿𝖺 ; 𝘁𝗮𝗸𝗲𝗶𝗻𝘂𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora