Capítulo Ocho

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¡Sí! Por fin hemos llegado a la última entrega de esta aventura.

Todo lo que me queda ahora es agradecer a todos y cada uno de ustedes por su apoyo y su paciencia.

Este capítulo contiene muchas referencias a eventos anteriores. Si los han leído recientemente o si tienen buena memoria, ¡Podrían identificar algunas de estas!

¡Feliz lectura!


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"No sé cómo se llaman los espacios entre segundos, pero pienso en ti siempre durante esos intervalos." - Salvador Plascencia


QUIZAS ESTA VEZ - CAPÍTULO OCHO

Ilgaz se movió en la silla tapizada dentro de la sala de espera del hospital en busca de una mejor posición. Sus doloridos músculos protestaron por el incómodo asiento, pero el fiscal hizo todo lo posible por ignorarlos.


Un viejo reloj de pared rompía el silencio arrastrando rítmicamente las manecillas de las horas, pero Ilgaz permanecía completamente ajeno al paso del tiempo. No sabía si habían pasado dos, doce o veinte horas desde la última vez que miró el reloj y, francamente, no le importaba.


Habían pasado tantas cosas el último día que parecía imposible hacer un seguimiento de todo. Los eventos aún eran tan vívidos en la mente de Ilgaz que, aunque creía que todo estaría bien, no podía relajarse.

Ceylin estaba en una cama en la unidad de cuidados intensivos a solo unos metros de donde estaba Ilgaz, pero él no podía verla. La abogada había sido sometida a una toracotomía de emergencia para reparar el daño sufrido por la herida de bala.

A Ilgaz ni siquiera le gustaba recordar el pánico que se había apoderado de él cuando se desarrolló toda la escena.

El sonido distintivo de un disparo que salió del arma, seguido por el ruido sordo de una bala que atravesó el cuerpo de la mujer que amaba, lo perseguiría durante muchas noches. Por una fracción de segundo, Ceylin lo había mirado a los ojos. Pero luego su sonrisa desapareció repentinamente de su rostro, haciendo creer a Ilgaz que la había perdido para siempre.

Se había arrodillado desesperado junto a la abogada mientras la policía que lo acompañaba arrestaba al profesor Sinan y su cómplice.

Cuando la ambulancia llegó al lugar unos minutos más tarde, el alivio de descubrir que Ceylin aún estaba viva fue rápidamente reemplazado por una nueva ola de terror. Su vida pendía de un hilo.

Al llegar al hospital, el fiscal había experimentado la sensación de impotencia de no poder hacer nada. Ilgaz había pasado las siguientes horas parado exactamente en el mismo lugar en el que se encontraba ahora. Poco a poco, la gente se le había unido. Algunos se habían quedado, otros se habían ido. Pero todos habían ido allí con el mismo propósito, conseguir noticias sobre el estado de Ceylin.

Se expresaron diferentes emociones a medida que pasaban las horas. Algunos habían gritado, otros habían tirado cosas y muchos habían llorado con todo su corazón.


Pero Ilgaz había permanecido ajeno a cualquier muestra de emoción. Su expresión impasible engañaría a cualquiera que no lo conociera bien haciéndoles pensar que el fiscal se estaba tomando la situación con calma.

Pero por dentro, Ilgaz se sentía como si estuviera en el fondo de un pozo frío y remoto donde todas las voces que le llegaban estaban envueltas por un velo de miedo y agonía.

No podía perderla. Él acababa de reconquistarla. Ilgaz no lo soportaría.


El fiscal negoció con Dios durante las próximas horas, incapaz de expresar nada y arriesgándose a perderse en su propia oscuridad.

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