1. Ilusiones y desilusiones.

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—Ya no hacen hombres como los de antes.

Y qué bueno, Minseok pensó mientras asentía como si estuviera de acuerdo con su abuela.

—Tú abuelo nunca perdía el tiempo, nosotros nos apresuramos a tener a nuestros hijos, para poder verlos crecer.

—Bueno, pero antes el costo de la vida no era tan elevado —Minseok comentó, enrollando cuidadosamente la lana sobre sí misma para luego ponerla dentro de la caja junto a las demás—. Ahora casi debemos pagar por respirar.

La anciana asintió sin perder el ritmo en el que sus dedos tejían.

—El mundo está loco —protestó sin dejar de tejer—. Ahora todo es dinero, sino mírate a ti, pagando por lo que cualquier hombre podría haber hecho sin ningún costo.

—Es que no se trata solo de hacer un hijo con cualquiera —Minseok murmuró un poco desanimado.

La mujer dejó la prenda a medio tejer en su regazo y se inclinó un poco para palmearle la cabeza suavemente, intentando reconfortarlo. Luego continuó con lo suyo.

—¿Y Leo no te ha llamado?

—No, y no quiero que me llame —Minseok dijo con irritación—. Terminé con él porque no tenía planes de formar una familia conmigo. ¿Qué sentido tenía seguir con él?

Su abuela asintió pensativamente.

—¿Y qué hay de tu novio de la universidad? ¿Marc?

—¿Max? —Minseok preguntó con un gesto de desagrado—. Ese fue el que me dejó llamándome psicópata solo por haber organizado sus botes de pintura.

—Oh —su abuela murmuró—. ¿Y ese chico guapo que usaba traje? ¿Jae?

—¿El que me dejó para casarse con una mujer?

—Cierto —su abuela murmuró—. ¿Y Kurt?

—Ese era demasiado intenso, le dije que me iba del país cuando terminé con él.

Su abuela suspiró.

—Tal vez debiste haberte quedado con aquel chico ruidoso con el que salías en la secundaria.

—¿Jongdae? —Minseok preguntó, y una sonrisa se formó en sus labios mientras algunos recuerdos venían a su mente.

—Sí, ese. ¿No has sabido nada de él?

—No volví a verlo después de la escuela, se mudó a otra ciudad —Minseok dijo nostálgico.

Siempre recordaría a ese loco con cariño, fue su primer amor, el más dulce e inocente, nunca hubo otro como él... y probablemente nunca lo habría.

—Ya está —su abuela anunció después de unos minutos, sacándolo de sus cavilaciones.

Minseok observó con emoción el diminuto traje de dos piezas que ella había tejido con lana blanca y, aunque hizo un esfuerzo por no llorar, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Gracias. Voy a ponérselo cuando me den el alta del hospital, va a ser lo primero con lo que voy a vestirlo... o vestirla.

El abuelo entró por la puerta principal en ese momento y observó a Minseok, sentado en el suelo junto a la mecedora que ocupaba su abuela, y la escena le provocó cierta nostalgia. Sin embargo, al notar que su nieto tenía los ojos llenos de lágrimas y abrazaba un pedazo de tela, se sintió preocupado.

—¿Qué pasó? —preguntó.

Al notarlo, Minseok se apresuró a tomar un trozo de papel sobre la mesa de centro y se lo ofreció.

—¡Funcionó! —anunció poniéndose de pie—. ¡Estoy embarazado!

El viejo señor Kim observó el papel en el que alguien había resaltado la palabra "positivo" con marcador. No entendía bien ese asunto de la inseminación artificial, pero si a Minseok lo hacía feliz, entonces a él también lo hacía feliz.

—Felicidades —murmuró y lo apretó en un cálido abrazo.

Minseok suspiró y las lágrimas se derramaron de sus ojos. El abuelo era un poco más alto que él, tenía blanco todo el cabello y siempre olía a barniz,  encontrarse atrapado entre sus corpulentos brazos lo hizo sentirse incluso más feliz.

La luz naranja que se colaba por la ventana junto a la mecedora le recordó a la abuela que ya era tarde y no había empezado a preparar la cena, así que se apresuró a ponerse de pie.

—Min, ¿te quedas a cenar? —le preguntó con repentino entusiasmo—. Voy a hacer algo rico para celebrar.

—Claro —Minseok murmuró limpiándose las lágrimas.



Después de cenar con sus abuelos, Minseok regresó a su departamento. El día había sido muy largo y su cuerpo se sentía cansado, pero su mente estaba trabajando al mil; apenas tenía dos semanas de embarazo recién confirmado, pero su cabeza ya estaba planeando incluso la escuela a la que asistiría su futuro hijo o hija. Dejó su auto en el estacionamiento y subió al elevador con la cabeza en las nubes. Cuando estaba por abrir la puerta de su hogar, escuchó un gran alboroto proveniente del departamento frente al suyo. Se preguntó qué estaría pasando, pero no se preocupó demasiado; su vecino, Luhan, siempre hacía cosas raras.



—¡Katniss, ven aquí! —Jongdae exclamó mientras corría detrás de la enfurecida bestia—. ¡Peeta, tú también! —gritó al notar que la segunda bestia abandonaba su prisión y corría hacia la ventana abierta.

Tomó a Peeta por una pata justo antes de que saltara por la ventana y se apresuró a cerrarla.

—¡Gato malo! —lo reprendió—. ¿Cómo te quitaste el cono?

Después de una mordida y un par de rasguños, Jongdae por fin pudo ajustar el collar isabelino alrededor del cuello del animal recién castrado.

Suspiró exhausto y entonces recordó que la esposa de Peeta había escapado hacía la habitación. Cuando logró sacarla de debajo de la cama, se aseguró de que tuviera su faja post-operatoria bien sujeta y dio una vuelta por la casa, cerrando todas las puertas y ventanas por las que ese par de monstruos peludos pudieran escapar.

Se dejó caer en el sofá, exhausto, y su mirada se encontró con una fotografía de Luhan que descansaba en una mesita.

Van a estar dormidos, la anestesia puede durar hasta ocho horas —Jongdae protestó con una vocecilla tonta que pretendía imitar la voz de su amigo—. Sí claro.

¿Por qué Luhan tenía que haber enviado a sus gatos a esterilizar justo el día en que se iba de viaje? ¿Y porque tenía que quedarse él con las indomables fieras? Con lo que los gatos lo odiaban.

Iba a matarlo cuando volviera, si es que no se ahogaba en alguna de las hermosas playas de Curazao en donde, por cierto, él también debería estar.


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