Primer Avistamiento

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Tom Wilson

Los árboles no dejaban de seguirnos, y las nubes parecían tan quietecitas que la luz iluminaba todo el lugar a su paso, dejando al señor sol nos bañara con su calor.

Me miré ambas manitas, mamá y papá estaban al frente del auto, manejando, platicando de cosas que no logro entender. Por cierto, tengo ocho añitos.

Podía sentir como el carro de papá dejaba de pasar por aquel camino tan bonito a ser uno feo, uno lleno de saltos que a veces me hacían reír, pero otras dolía mucho  saltar de golpe. Podría jurar que me he mordido la lengua en más de una ocasión.

--Ya llegamos hijo- La voz de papá era tan ruidosa, que me hizo darme cuenta de algo. 

¡Me había quedado dormido! 

Inmediatamente bajé del auto y corrí tan rápido que podría figurarme un Flash. ¡Uff! ¡Qué velocidad! Y es que nada podría mejorar este día porque estaba en la mejor casa del mundo.

¡La casa de los abuelos!

Tienen una vaca, patitos, un pequeño lago y una casa en el árbol.

Me gusta mucho estar aquí, la casa de la abuela siempre huele a pastel y galletas. El abuelo tiene una gran colección de carritos antiguos y tractores de juguete, aunque dice que son su mayor tesoro, es muy amable y me deja jugar con ellos. Papá dice que como buen niño que soy debo acomodarlos en su lugar y así siempre lo hago, bueno, casi siempre. Hoy vinimos porque se me olvidó regresarle su "Vocho" de color verde oscuro. Así que se lo puse en su lugar junto con los otros carros, ¡La colección estaba completa!

--¡Tom!, ¡Tom!, este niño...-Pude escuchar la voz de mi abuela llamarme a lo que fui de inmediato con ella- ¡Oh! Aquí estás, te he estado llamando. Ven, vamos a comer.

--¡Mira abuela! ¡He completado toda la colección del abuelo otra vez! ¡Ahora los autos podrán unirse y formar un mega robot para derrotar a la tiranía de las hadas y monstruos! - Expresé entre saltos y golpes al aire-

--Ow mi niño... Siempre has tenido una gran imaginación.

Y si qué la tenía. Siempre les decía a mamá y a papá que podía ver monstruos. Unos eran tan pequeños y malvados qué escondían las llaves del auto de papá. O peor. ¡Mi calcetín izquierdo! Casi todos mis pares de calcetines solo existe uno de ellos.

Es tan frustrante qué cuando le digo a mi mamá sobre eso, me encara diciendo que fue por distraído, me enoja verlos escondidos detrás burlándose de mí.

Pero hoy no, hoy no será el día que se burlen de mi ni de mi abuelito al tener recuperado su querido carrito de colección.

Mi abuela finalmente me había guiado a la mesa. No quería decir nada, pero imaginaba que del humo del café empezarán a formarse hombrecitos de nube esponjosos qué volaban al compás del abanico de techo.

Esa tarde no podía ser de lo más tranquila.


El abuelo me había pedido que subiera las escaleras hasta el ático de la casa.

Hacia mucho que no subía por el dolor de sus rodillas, pobre, el no puede ver como yo que tiene un monstruo pegado a ella, parece como un pez feo, vizcoso y de ojos virolos. Había intentado tocarlo para quitarlo de su pierna pero nada pasó. No me quedaba de otra que decirle al abuelo qué pronto sanará.

Las luciérnagas y el sonido de los grillos me hizo asomarme a la ventana, ya era de noche por lo que tuve que encender la luz.

¡Cuánto polvo guardaba esa habitación! Podía ver bolitas grises escurridizas como ratoncitos, esconderse de la luz entre las cajas a gran velocidad.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2023 ⏰

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