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"𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘧𝘶𝘪 𝘭𝘢 𝘵𝘦𝘳𝘤𝘦𝘳𝘢 𝘳𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘳𝘳𝘰, 𝘭𝘢 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘳í𝘢. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 te 𝘤onozco, 𝘈𝘱𝘰𝘭𝘰... 𝘴𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘧𝘪𝘯 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘰𝘱ó𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢"— 𝘌𝘭𝘪a

 𝘴𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘧𝘪𝘯 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘰𝘱ó𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢"— 𝘌𝘭𝘪a

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Elia.

"La que resplandece como el sol".

Desafortunadamente su vida no reflejaba tal significado.

Había sido la cuarta hija concebida como resultado de una infidelidad de la reina Ellen de Argos. El rey Ireneo, esposo de ésta, había aceptado a la niña únicamente para evitar perjudicar el honor de su familia, perdonando la traición de su esposa.

Era lánguida, con una cascada de cabello azabache rizado que caía grácilmente más allá de su cintura. Y  sus ojos profundos y oscuros, como el carbón, parecían estár siempre absortos en su propio mundo de ensoñación.

Nunca antes había sobresalido en nada, a diferencia de sus tres hermanas mayores, poseedoras de una gran belleza y gracia que rivalizaban con la propia Afrodita.

Aunque sus padres no eran crueles con ella, el trato que le dispensaban  no era el más afectuoso y en más de una ocasión Elia podía percibir la decepción en sus miradas debido a su condición de bastarda. Afortunadamente, sus hermanas le brindaban un trato amable, aunque a pesar de ello, Elia nunca logró sacudirse del todo la sensación de inferioridad que la acompañaba. Era plenamente consciente de que no podía competir con la belleza y la inteligencia de sus hermanas, lo que la hacía sentirse aún más insegura.

Su capacidad para comunicarse dejaba mucho que desear, a menudo balbuceaba y se quedaba sin palabras. Su presencia pasaba inadvertida para todos, como si fuera un fantasma en su propio palacio que vagaba sin llamar la atención de nadie.

A pesar de todo, existía una excepción que destacaba en el corazón de Elia: una pasión por la música que había surgido en ella desde muy joven. Todo había comenzado con el seductor sonido de una lira, tocada por un noble, que la cautivó de inmediato. Desde entonces, Elia se había propuesto aprender a tocar ese instrumento divino.

Lamentablemente, su educación fue severamente limitada debido a su condición, lo que le impidió el privilegio de tocar un instrumento musical. Sin embargo, en secreto, había perfeccionado un canto increíble, dingo de admiración.

—El día ha sido realmente aburrido— con un suspiro, Elia se volvió hacia su fiel compañero de cuatro patas, Calix, quien yacía plácidamente sobre la cálida arena de la playa.

A pesar de la falta de acontecimientos, el perro parecía encontrar gozo en el simple hecho de estár allí, y movía su cola con una entusiasta alegría. Una sonrisa suave se dibujó en los labios de la mujer al observar la felicidad de su fiel amigo, y por un momento, el aburrimiento del día pareció disiparse en la brisa marina.

Elia se dejó caer suavemente sobre la arena tibia, contemplando el espectáculo de la puesta de sol que teñía el horizonte de tonalidades doradas y anaranjadas. En ese instante, su mente se sumergió en un profundo cuestionamiento sobre su propósito allí, como si tratara de descifrar un enigma que la había acompañado durante mucho tiempo.

Mientras se debatía en sus pensamientos, una extraña sensación la invadió, como si alguien  la observara desde la distancia.

Desde lo alto del Olimpo, Apolo contemplaba con curiosidad a la joven que había captado su atención desde hace varios días. Fue en uno de esos momentos de hastío en los que decidió dar un paseo en su carruaje tirado por corceles, aterrizando en una playa cercana que creía estár completamente desierta. Pero mientras caminaba por la costa, descubrió que no estaba solo.

Antes de que pudiese dar media vuelta y marcharse, aquel dulce canto llegó a los oídos del dios, quien se detuvo en seco para escucharlo detenidamente. La música que emanaba de la voz humana era tan exquisita y cautivadora que lo dejó estupefacto.

A pesar de haber vivido incontables años, Apolo nunca había escuchado nada semejante.

La melodía se deslizaba como una brisa suave y envolvente, acariciando los sentidos del rubio y penetrando en lo más profundo de su alma. El canto parecía tener el poder de transportarlo a otro mundo, llenándolo de una sensación de paz y felicidad que nunca antes había experimentado.

Apolo sabía que había encontrado algo especial en esa humana, algo que lo había cautivado más allá de cualquier cosa que hubiera experimentado antes. La voz de aquella mujer era un tesoro que había descubierto y que estaba decidido a proteger y conservar para siempre.

Día tras día la contemplaba desde la distancia, cautivado por su presencia sencilla pero magnífica a sus ojos. Aunque para muchos ella pasaba desapercibida, él encontraba en su mera existencia una belleza que lo dejaba sin aliento. Cada detalle de su persona, cada gesto y movimiento, era para él una obra de arte digna de admiración.

Pero algo en su interior le impedía acercarse. No lograba comprender del todo qué era lo que le detenía, pues había interactuado con mortales múltiples veces y la vergüenza era algo que no lo caracterizaba. Pero allí estaba, atrapado en una excepción que lo dejaba perplejo.

¿Qué era lo que hacía que su cuerpo temblara ante la sola idea de acercarse a ella?

—Apolo— la voz de su hermana lo sobresaltó, girando la cabeza hacia ella— ¿Está todo bien?— preguntó al verlo sumido en sus pensamientos.

—Sí, todo bien— respondió  mientras acariciaba a sus dos corceles de crines y colas de fuego. Había estado ocupado cuidando de ellos y ahora planeaba descansar un poco —fue un día largo—

Artemisa esbozó una suave sonrisa, asintiendo antes de emprender su retirada.

El joven de cabellos dorados dirigió una última mirada a Elia, quien se alejaba con su perro rumbo al palacio. Una suave brisa agitaba sus cabellos y su túnica, otorgándole un aire de cierta gracia y serenidad.

Y en ese momento, una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Apolo.

Desde hace tiempo quería escribir una historia de Apolo y al fin me decidí. Espero les guste.

Dato: La historia no tendrá relación con los acontecimientos de la serie.

𝐊𝐀𝐋𝐎𝐍《𝐀𝐏𝐎𝐋𝐎》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora