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Jo y Harua se encontraban sentados al borde de un viejo muelle, contemplando el horizonte iluminado por un suave atardecer. La brisa acariciaba sus cabellos y, entre sus dedos entrelazados, se podía percibir la fuerza de un amor verdadero.

Jo suspiró, enfocando su mirada en el mar. —Harua, ¿alguna vez has pensado en lo frágil que puede ser la vida? —dijo, su voz quebrándose levemente.

Harua asintió, sin soltar su mano—. Sí, cada vez que miramos el océano, siento que nuestra existencia se asemeja a las olas que van y vienen, efímeras y a veces impredecibles.

Jo y Harua estaban atrapados en un torbellino emocional: estaban obligados a ocultar su relación debido a los prejuicios y la homofobia en sus padres.

Ambos se habían conocido una noche de verano, y desde entonces mantuvieron su relación en la oscuridad y el silencio, con encuentros clandestinos. Sin embargo, la desaprobación paternal se intensificó, y ahora Harua tenía que irse junto a sus padres. Lejos.

Era una tarde tranquila. El viento traía consigo el aroma de las flores silvestres, haciendo que el ambiente sea perfecto para confesiones que probablemente nunca olvidarían.

—Harua, quiero que sepas que mi mayor miedo es no verte feliz  —murmuró Jo, acariciando suavemente el rostro de su amado.

Harua apretó la mano de Jo con fuerza, tratando de contener su angustia—. No quiero imaginarme un mundo sin ti, Jo. Eres mi ancla, mi razón para sonreír en medio de la oscuridad.

Los minutos pasaban, dejando la incertidumbre en el aire. Jo miró fijamente los ojos de Harua, queriendo imprimir esa imagen en su memoria para siempre.

—Prométeme que seremos valientes, que siempre recordaremos estos momentos de felicidad juntos —susurró Jo.

Harua asintió con lágrimas en sus ojos, incapaz de articular palabra alguna. Con su cabello revuelto por el viento y los ojos llenos de tristeza, miró fijamente al mar, su mente invadida por pensamientos tormentosos. Jo, con su expresión grave y el ceño fruncido, también observaba el horizonte con melancolía. El silencio pesado y tenso llenaba el espacio entre ellos.

De repente, Harua rompió ese silencio y se giró hacia Jo, tomando su delicado rostro entre sus manos. La tristeza se reflejaba en los ojos de ambos mientras Jo, confundido, lo miraba. Sin palabras, Harua se acercó lentamente, rozando sus labios con los de Jo en un beso suave pero apasionado.

El contacto entre sus labios irradiaba tanto amor como dolor. El beso era lento, cargado de emotividad y con una sensación de despedida. Al separarse, Harua dejó escapar un sollozo ahogado, las lágrimas brotando de sus ojos y mojando sus mejillas.

Jo, con los labios aún tibios por el beso, también dejó caer una lágrima silenciosa. Sabía que lo que sentían era verdadero, pero las circunstancias de la vida los obligaban a separarse. Sus caminos debían tomar direcciones contrarias y sus corazones se desgarraban en el proceso.

—Prométeme que siempre me recordarás —murmuró Harua, enredando sus dedos con los de Jo.

Jo, sin poder contener el llanto, asintió y besó con dulzura la frente de Harua—. Siempre, te lo prometo.

Ambos se pusieron en pie, y con el corazón roto, Harua se alejó despacio, manteniendo la mirada fija en Jo. Los pasos se hacían más pesados cada vez, mientras el muelle crujía en respuesta a su tristeza. Jo permaneció inmóvil, observando a Harua alejarse lentamente, una herida abierta en su pecho.

El viejo muelle, testigo silencioso de su amor discreto, parecía suspirar en sintonía con su desesperación. El sol ya había desaparecido por completo, dejando atrás una oscuridad fría y desolada. Ambos se habían separado definitivamente, su triste beso en el viejo muelle había marcado un punto de inflexión en sus vidas, una parte de sí mismos que nunca podrían olvidar.

En ese último instante, sus corazones se unieron en una tristeza compartida. El destino les había arrebatado la oportunidad de seguir juntos, pero su promesa de seguir adelante, recordando cada momento vivido y amando con más intensidad, se mantendría viva en sus almas.

Así, Jo y Harua se enfrentaron a su nueva realidad, encontrando paz en la tristeza y fuerza en el recuerdo de su amor perdido.

La melancolía que nos une Donde viven las historias. Descúbrelo ahora