𝒐𝒏𝒆✗

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El adictivo e interminable sabor del vino se mezcla de manera equitativa junto al dulzor de su saliva. Tan exquisito, que su boca pide ser llenada nuevamente por el rojo elixir que se encuentra ubicado frente a él.

Ladea la cabeza con curiosidad, el borroso reflejo de su rostro en la copa que sostiene entre sus dedos se le hace demasiado interesante. Sus cabellos rubios se deslizan al compás de cada movimiento que realiza con su cuerpo, al igual que el rojo líquido, que parece estar inquieto dentro de su costosa prisión de cristal.

Se sorprende un poco al elevar la mirada. No tenía idea de en qué momento la gente, que anteriormente estaba en medio del salón danzando y moviéndose al compás de sus respectivas parejas, se habían retirado, dejando acompañada aquella pista formada por mármol blanco, únicamente por el agradable y bajo sonido del piano en vivo.

A pesar de no estar pasando el peor momento de su vida, sin duda preferiría estar en cualquier otra parte que no fuera ese salón enorme, decorado con cuadros ostentosos y múltiples figuras de cristal, que, a pesar de ser tan lindas y delicadas, están ahí sin alguna finalidad importante, más que simplemente presumirlas.

Los alfas y omegas, e incluso betas invitados no están nada lejos de ser como el lugar mismo; todos millonarios, vestidos de forma elegante y dejando a relucir sus accesorios más valiosos. Claro, no cualquiera pudo tener el privilegio de haber sido invitado por el mismísimo presidente de Corea del Sur.

Su nariz puede relajarse ahora que no tiene miles de olores mezclados en el aire debido al sudor de esas personas.

Siguió bebiendo su vino tinto, tratando de guiar su mente a otra cosa que no fuera el motivo de su presencia en ese lugar. Sus ojos recorrieron distraídamente desde las mesas repletas de bocadillos, hasta los jóvenes betas que se encargaban de repartir las bebidas a todo aquel que solicitara una.

Hubiera continuado curioseado, de no ser por unos chispeantes ojos grisáceos que le observaban con atención. Desde su lugar, podía ver que se trataba de un muy atractivo alfa. Su cabello, tan negro como la noche, le daba un aspecto dominante, haciendo resaltar todo su rostro en armonía con sus facciones, especialmente cuando apretaba su mandíbula y le observaba de esa manera tan lujuriosa. Santa Luna. Podía jurar que sus piernas comenzaron a temblar.

Sintiéndose algo abochornado por la situación, decidió desabrochar dos de los botones de su pulcro traje, dejando al descubierto el inicio de sus clavículas. Tal vez no debió hacerlo, porque además de atraer muchas más miradas hacia su persona, ahora ese alfa de ensueño le observaba como si quisiera devorarlo ahí mismo y sin importarle nada.

Pensó en los alfas que se le habían acercado con anterioridad para invitarlo a bailar e incluso tener algo más. Los había rechazado rápidamente, pues ninguno realmente parecía estar cerca de ser su tipo.

Se conocía lo suficiente para admitir que le gustaba llamar la atención, especialmente le encantaba tener la mirada de ese alfa detallando cada parte de su rostro y cuerpo. ¿Qué podía hacer? Sabía que era un bonito y atrayente omega de diecinueve años, pero nunca lo pensó a tal punto de que le sirviera para encontrarse en esa situación ahora mismo.

Su cabello rubio caía con gracia sobre su frente, estando a nada de ocultar sus grandes ojos color caramelo, los cuales, reflejaban en evidencia, la gran cantidad de luces que iluminaban el refinado salón. Su nariz, junto a sus pomposos labios rosáceos, eran la gloria misma para cualquier alfa que anduviera en busca del omega perfecto. Y claro, a pesar de no hacer mucho ejercicio, podía presumir un cuerpo bonito y saludable, contando con una estrecha cintura, unas caderas definidas y un abdomen plano. El pantalón ajustado que portaba, resaltaba de forma llamativa la elevación de su trasero, incluyendo sus largas piernas y esos lindos muslos rellenitos. Todo un paraíso.

SHOOT!ও ᵗᵃᵉᵏᵒᵒᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora