capitulo 1

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— si tus dientes no paran de castañar te los voy a sacar de un golpe— dijo Stephen.

—usted cree que los bandidos nos encuentren— dijo Harold. 

Sus manos sudorosas mojaban el cuero de las riendas del burro. La luna llena iluminaba el camino y el bosque se encontraba callado, el único ruido que interrumpía la quietud era el sonido de las ruedas de la carreta y el ocasional sonido de la leña que cargaban.
Habían empezado la labor de recoger leña en las profundidades del bosque cuando el sol empezaba a ponerse. Harold recordaba a su padre decirle que tan pronto el sol se pusiera debía estar en casa, pues quedarse en el bosque una vez la noche haya caído era pedir no volver a casa, pero cuando Stephen le dijo que irían a recoger leña durante la puesta de sol Harold no encontró coraje para negarse. "Nos iremos a casa tan pronto hayamos llenado el carro de leña" fácil para él decirlo cuando no trabajo un solo minuto y se limito a mirar a Harold hacer el trabajo. Ahora ya era pasada la noche y el poco coraje que había reunido para su misión parecía escapársele de entre las manos.

— ¿Cómo no nos van a encontrar? Tu tembladera hizo que hasta los animales se espantarán ... aunque debo admitir que se agradece el silencio — dijo Stephen jalando las riendas del burro para que esté parara. Aunque el sonido era sutil los árboles habían empezado a respirar.

Stephen salto del carro y se levantó la capucha de su capa para cubrir su rostro. Pronto un hombre de finas facciones salió de los matorrales.

— parecen perdidos supongo yo, pues es bien conocido que este bosque es refugio de criminales y malhechores. Gente de la peor calaña con la que no quisiera encontrarme. ¿Díganme, acaso no poseen nada de valor que deseen no perder o es que la vida es todo cuánto disponen? — dijo el hombre.

— somos dos leñadores de vuelta al pueblo, traemos con nosotros tan solo un par de monedas, unas herramientas, la burra que carga el carro y su contenido, pero no tenemos con nosotros temor alguno a los bandidos. Dicen por ahí que muchos de ellos ya han conocido la horca y que pronto está tierras serán seguras de andar. — dijo Stephen.

El hombre entonces saco su arma, una espada de dos manos que reflejaba la luz de la luna como un faro plateado.

— no robamos a los pobres a menos que sean menos pobres que nosotros, pero debiste elegir palabras más sabías.  Nos quedaremos con sus monedas, sus ropas, herramientas y su burra para trabajar o bien puede convertirse en el almuerzo de mañana, eso lo decidiremos al alba.

— no, os imploro la burra no, mi madre ... — dijo el joven de 17 años.

— ¿la burra es tu madre? — dijo el hombre y los árboles rieron.

— no, es que es de mi madre y la he tomado sin permiso para recolectar la leña...

— marchaos por dónde vinieron que nosotros seguiremos nuestro camino— dijo Stephen.

— Está es tierra de nadie, el vertedero de basura de los reinos, el hogar de lo marginados. Que un loco autoproclamado rey se haya tomado las atribuciones de limpiar este lugar no debería envalentonaros, pues mañana tal vez sea de paso seguro estos laares pero eso será mañana y está noche es está noche. — dijo el hombre haciendo un ademán con la mano que Stephen noto de inmediato.

El silbido de las flechas cortando el aire se encontró con un muro de acero que quebró las flechas en su impacto. Stephen había arrojado su capa y levantado su escudo sobre su cabeza, las flechas que impactaron en su armadura se quebraron sin clavarse pues era flechas de cazeria usadas para atravesar la suave piel de los venados, flechas que esperaban probar la carne de unos leñadores y fueron consumidas por la coraza de un caballero.

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