Capítulo único:

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Apenas subí al bondi, saqué el celular del bolso, comenzando a ver las redes sociales; ahí vi a mi amiga Gime, que mostraba una foto abrazada a su hijita, ambas sonreían alegres. Le di «me gusta» a su foto y le dejé un comentario. Luego pasé a ver la foto que subió Nazareno, el amigo con el que éramos culo y calzón, quien disfrutaba Bariloche con su pareja, me alegré por él y pasé a ver historias.

Vi una historia del emprendimiento de tortas caseras que había seguido semanas antes de mi cumpleaños, luego la de un refugio de perritos, hasta que llegué a las de mi mejor amiga, quien había ido al concierto de su banda favorita; sonreí a la pantalla, porque a pesar de que no me había contado nada, sabía que estaba siendo feliz y yo lo estaba por ella.

No me animé a responderle, porque la sentía distante y ya no quería seguir forzando algo que parecía que no era recíproco. Me conformaba con saber que estaba bien.

Verlos me alegraba y a la vez me frustraba, porque entendía eso de que cada individuo transita la vida a su ritmo, pero yo había empezado a sentirme estancada. Mientras los demás viajaban y disfrutaban con sus parejas, teniendo nuevas experiencias, yo aún continuaba en la etapa de terminar la carrera que había elegido porque me gustaba y que al final había empezado a dejarme de gustar, mientras trabajaba para intentar mantenerme sola.

Porque la vida me arrebató a mis padres y cuando pasó, mis amigos y conocidos habían estado conmigo, pero con el correr del tiempo empecé a quedarme sola. Parecía que ya nadie se acordaba de mí o quería verme, hasta que conocí a una mujer especial que nunca dejó de escucharme y acompañarme, aunque solo podía verla en el trabajo.

Y por ella venía en el bondi con una sonrisa en el rostro, apreciando los árboles secos y las calles húmedas mientras llegaba a la tienda de antigüedades con un cosquilleo en el estómago.

Abrí la puerta y entré percibiendo ese aroma a antiguo que de tanto pasar mis días acá comenzó a resultarme agradable, como el olorcito de los libros viejos.

Comencé mi aburrido turno. Que al igual que todos los días sería tranquilo, porque ¿quién querría ir a comprar a una tienda de antigüedades un lunes?

Tanto yo, como el empleado de la mañana, teníamos que tener mucha suerte para que alguien entrara, pero la verdad, no quería que nadie viniera, porque me encantaba quedarme conversando con la persona que había comenzado a amar.

Por ese motivo, caminé con ansias hasta el fondo, donde descansaba contra una pared un increíble e importado espejo antiguo con marco de madera tallado que tenía un poder mágico especial.

Frente a este, me paré y vi mi desastroso reflejo, con el cabello hecho un caos por el viento fuerte que corría afuera y mis ojos un tanto ojerosos porque mis horarios de sueño eran todo un lío.

«Ella no puede verme así».

Volví a hurgar mi bolso y tomé un cepillo para peinarme y luego me apliqué un labial rosa tenue que le dio un poco más de color a mi rostro. Mi ropa también se veía desordenada, así que me saqué la campera y me quedé solo con el suéter que traía puesto.

Ella hacía que me interesara por mí y mi imagen, no quería preocuparla, por eso me cercioraba de verme bien, con más razón ahora que tenía mucho para contarle y no quería perder el tiempo hablando de mí y mi estado de ánimo. Ella no siempre tenía tiempo para conversar...

Cuando estuve lista, respiré hondo, sintiendo mi corazón palpitar de la emoción al hablarle al espejo:

—¿Margarita?

No respondió y el espejo continuó reflejando mi cara redonda, con ese feo grano que había salido en mi mejilla. Suspiré frustrada evitando mirarme y volví a hablarle a Margarita.

A pesar de las barreras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora