Áidan vive en una madriguera, al menos es así cómo le gusta llamarla. Está por debajo del nivel del suelo y de no ser por la pequeña chimenea que asoma por el techo, podría confundirse con un montículo en medio del bosque. Está rodeado de rocas, ortigas y arbustos espinosos, para evitar que los animales pasen por encima.
Una puerta de madera da paso a una estancia abierta, donde cuatro troncos suben hasta el techo, formado por un red de ramas sujetas con cuerdas y barro. En el centro, un gran banco de madera circular rodea una cocina de hierro fundido, que también hace las funciones de estufa para calentar el hogar. Al fondo, una cortina esconde la cama y un pequeño aseo, mientras que en las paredes, armarios y estanterías llenas de objetos completan el resto del mobiliario.
La anciana toma asiento y observa con curiosidad la cocina y la chimenea que sube hasta el techo.—Interesante, ¿la has hecho tu?, es una obra de arte.—Bryden acaricia las filigranas de la puerta y los laterales de la cocina. Áidan se sonroja, no está acostumbrado a los halagos.—Es uno de los trabajos que realicé para mi graduación como herrero, fue lo único que pude traer después del accidente.
—¿Y cómo haces para mantener la casa ventilada? Apenas huelo a humo y la cocina aún está caliente.
—La maestra Spic me enseñó cómo lo hacen en las cuevas de los herreros, hay tubos de metal repartidos por las paredes y el techo, crean una corriente de aire natural. Los días de invierno tapo la mayoría para no perder el calor, y el resto del año están abiertos.
El joven enciende la cocina, coloca encima una tetera con agua y acerca una pequeña mesa, donde prepara dos tazas para servir el te.—Yo no tuve la culpa del accidente, alguien provocó la caída del caldero de hierro fundido, igual que Aimil casi destroza hoy mi casa.
—Yo te creo hijo, fue una lástima aquel incidente, Spic estaba muy orgullosa de ti y te defendió hasta el final, pero el maestro Laran sufrió quemaduras muy graves. Suerte que su don le protegió del metal fundido, son pocos los que pueden soportar esas temperaturas y aún así tardó semanas en volver a andar.—En el rostro recio y sereno de la maestra aparece una pequeña sonrisa —Aunque creo que le dolió más haber perdido la barba y las cejas.
Mientras prepara el té con unas hojas de abedul y algo de melisa, Áidan no puede evitar sonreír, el herrero siempre presumía de su barba y su melena pelirroja, eran un orgullo para él. Durante semanas los maestros herreros se burlaban de su piel rosada y su falta de pelo. En cuanto pudo pisar de nuevo las forjas, expulsó a Áidan del grupo de aprendices.
—La gente tiene miedo de lo diferente, es un mal que la humanidad nunca ha podido erradicar. Áidan tu eres distinto, pero los demás lo ven como algo malo. Antes de la Gran Catástrofe, el mundo era como un gran bosque, con árboles tan diferentes como los que habitan este valle, pero en lugar de vivir en armonía, los humanos acabaron odiándose entre ellos. Por desgracia seguimos repitiendo los mismos errores.
Mientras el muchacho le sirve una taza de té, algo llama la atención de la anciana, es un rollo de papel grande que está apoyado contra la pared de la habitación. Áidan trató de esconderlo cuando entraron, pero no le dio tiempo. Las leyes prohíben tener objetos de la era antigua, todo lo encontrado debe ser entregado a los druidas para su destrucción.
—Es algo que encontré hace tiempo en los Mathan, no pretendía ocultarlo, pero tenía curiosidad por saber si sería capaz de traducirlo.
—¿Y lo has conseguido?—La maestra se muestra interesada en el papel—¿Puedo verlo?.
Áidan lo extiende sobre el suelo con cuidado, es viejo y se rompe con facilidad, en él puede verse unos dibujos muy deteriorados de unos seres vestidos con ropas de colores alegres, verdes, amarillos y rojos.—Parece que es parte de un cuento o una historia para niños, me ha costado mucho tiempo poder traducirlo.
—Estoy sorprendida, muy pocos sabrían traducir la lengua antigua, a los druidas no les gusta que este conocimiento se transmita a la ligera.
—Algunas partes las he deducido gracias a los dibujos, el resto...—Áidan no puede evitar sonrojarse—Con el resto de las palabras me ha ayudado Gala, no le dije para qué lo necesitaba y ella nunca me lo preguntó.
—No deberías meter a la ayudante de la Druida Madre en estos asuntos, por muy amigos que seáis, podrías buscarle problemas. Dime, ¿de qué trata la historia?.
—Habla de unos seres pequeños y bondadosos que se dedican a cuidar de la naturaleza, la respetan y viven en armonía con ella. Creo que se llaman gnomos.—El muchacho duda unos segundos antes de preguntar.—Maestra, ¿somos nosotros?, es decir, ¿somos gnomos?.
Una gran carcajada retumba por toda la estancia y las lágrimas asoman en los ojos de la anciana.—¡Dioses!, si te digo la verdad no tengo ni la menor idea, pero yo no me preocuparía, humanos, gnomos o duendes, qué importa cómo nos llamen, lo que realmente importa es lo que hacemos.—La maestra termina su té y pone sus manos sobre los hombros de Áidan.—No le des más vueltas y tómalo con calma, si quieres oír al bosque, tienes que vaciar la mente de todo lo que te distrae. Ahora me tengo que ir, Aimil tiene que dar algunas explicaciones.
Áidan enrolla de nuevo el papel y lo guarda con cuidado. Probablemente Bryden lo sacará del grupo, no será una expulsión como lo sucedido con los herreros y los carpinteros, pero tendrá que buscarse otro oficio. Y además otra inquietud le ronda la cabeza: "¿Qué demonios es un duende?".
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Retazos de una historia
FantasíaEsta historia está formada por fragmentos de mi primer proyecto como escritor. Mi intención es subir un fragmento cada 15 días o menos, es una forma de obligarme a no dejarlo de lado. No son capítulos enteros, solo publicaré unos trocitos de cada ca...