13. Despertar a la Bestia

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Narrador omnisciente


El reportero empuja la puerta del pequeño café frente al Parque Sempione que permite ver por encima de la copa de los árboles al imponente Castillo Sforzesco. Sus ojos detrás de las gafas oscuras evaden la belleza del espacio que hay fuera para concentrarse en las mesas del pequeño lugar. Apenas entran unas diez mesas, por lo que muchos identifican a ese local como un lugar de paso donde beber algo rápido y seguir con los quehaceres diarios.

De todas las mesas, hay tres ocupadas. En una yace una pareja de chicas que hablan con una sonrisa plantada en el rostro mientras ambas parecen revolver un mismo batido grande de color rosa con crema batida en la parte superior, en otra hay un hombre anciano con el periódico en la mano, pero su vista está clavada en la ventana a su lado, observando a los niños jugando afuera y la gente que pasa corriendo haciendo deporte, algunos con sus mascotas. Mientras que la tercera mesa al final es la que tiene la pauta verdadera. A quién está buscando.

Una mujer.

Está sentada con gafas oscuras, guantes de tela, pañoleta en el pelo y su figura se recorta delante de una estantería de libros que se extiende del suelo al techo contra una pared lateral de la cafetería.

Ella se da cuenta de que le está mirando.

Tiene un pocillo de café delante y el móvil aferrado entre ambas manos con una pequeña cartera a un lado.

El reportero se adelanta y se ubica delante de ella, tomando asiento en la otra silla delante de la pequeña mesa.

Saca su computador, pero la superficie queda un tanto pequeña.

—No—sentencia ella—. Apágalo.

—¿Por qué? Debo tomar nota.

—Apágalo.

—Okay.

Eso hace.

—Tu grabador y tu móvil. A verlos.

Lo hace. Saca ambos de los bolsillos de su morral viejo y gastado. Espera que con lo que le pagarán por esa nota pueda comprarse uno nuevo. De hecho, si sus proyecciones son ciertas, podrá cambiar su vieja bicicleta por algo de dos ruedas y con motor, su labor en tanto reportero independiente es un tanto complicada, pero esta clase de situaciones cargadas de adrenalina le recuerdan por qué lo eligió así.

Inclusive puede que la noticia le traiga la oportunidad de entrar a trabajar en alguna corporación grande, pero sabe de los riesgos que esto implicaría.

Está dispuesto a vender el alma de ser necesario, quiere el dinero y quiere poder, pese a que cada noche duerme en un cuchitril.

¿Un apartamento en el centro de Milán o al menos en sus alrededores? ¿Uno que tenga balcón o al menos una ventana que no sea la del baño? ¿Vivir en un edificio que tenga piscina, salón compartido para barbacoas o inclusive piscina para el verano?

No.

No quiere solo eso.

Ahora lo fantasea, pero sabe que de lograrlo sólo sería el camino para el destino que realmente apunta a tener tarde o temprano en su vida.

La mujer que tiene delante impone todo lo que él anhela: fortuna, poder y belleza.

—Está bien—sentencia ella luego de hacer la revisión de lo que necesita.

Él apaga el móvil, luego el grabador, le muestra a su interlocutora que ya está hecho y luego los guarda.

Ella saca un auricular inalámbrico. Le pasa uno a él quien toma nota de manera apresurada en un anotador de mano y luego se lo guarda.

Termina de escuchar el audio y la mujer se guarda todo en la cartera nuevamente. Tiene pedrería de lujo, probablemente el cierre de seguridad sea de oro y la etiqueta que reza "CANDELA ALTA COSTURA" al frente le indica que no ha de haber sido en absoluto algo barato. Este movimiento apenas sería un vuelto para ella, pero también considera el pensamiento de qué precio a pagar es el real por sostener el estilo de vida que lleva al igual que todos los que son parte de su clan.

—¿Cuándo sale?—le pregunta la mujer, sin dejar entrever ningún atisbo de emocionalidad en su tono de voz.

Algo que evidentemente el reportero no consigue ya que le cuesta contener el tembleque en su garganta que se sostiene como una licuadora en pleno funcionamiento que le sacude desde la lengua hasta todas las tripas. Considera que al llegar a su apartamento de mala muerte, deba ir directo al baño para vomitar.

—Esta misma noche sino mañana...o a más tardar pasado, le prometo que no más de eso—asegura él, sabiendo que la nota ya está comprometida en absoluta certeza, aunque el jefe de Redacción no le haya creído del todo al hecho de que la vaya a conseguir. Decidió darle una oportunidad, pero si cambia de opinión, deberá cambiar el rumbo de sus planes, sabiendo que el portal de noticias que se hará de la primicia estaría arrojando una bomba de severa relevancia.

—Bien. Es exactamente lo que hay que difundir—reafirma la mujer para que le quede bien claro, la nota no debe dar lugar a confusión alguna y el mensaje ha de llevar firme certeza—: Ni accidente ni robo: asesinato.

—Comprendo.

Ella se pone de pie.

Él la sigue con los ojos.

Pero no puede mirarla directamente, no desea cruzar una mirada con ella, pero tampoco puede ya que las gafas oscuras siguen sobre el tronco de su nariz.

—No te preocupes por el café—añade la mujer, él se queda esperando a que se despida—, ya está pagado y, por cierto, vete enseguida. Primero cuenta hasta sesenta y luego lárgate. Nadie vendrá a tomarte ningún pedido.

—O...okay. Gracias, señora Ferrari.

—Chist. Calla. Y no me agradezcas... Haces tu trabajo.

Uno, dos.

Ella se acomoda la cartera contra el brazo y sale del café, mientras él queda sentado con las manos y la sensación de que en cualquier momento aparecerá alguien para ponerle un revólver en la cabeza e impedirle que esa información vea la luz.

Diez. Veinte.

Porque pese a que le dieron garantías de paz, sabe muy bien que nunca más volverá a irse a la cama en paz una vez esté publicada esa nota.

Treinta. Cuarenta. Cincuenta...

Termina su conteo de sesenta segundos, se levanta con prisa y al pasar detrás de las chicas se choca con el extremo de la silla de una de ellas, lo que provoca que ambas le miren con confusión.

—¿Qué le pasa?—cuchichea una de ellas.

—No lo sé, tampoco piensa disculparse.

Las ignora sin más dejándolas atrás y sale del café a toda prisa, temiendo por su vida, sabiendo que lleva una bomba de tiempo entre manos.

Una que lo cambiará todo.

Luego de esa nota, y lo sabe perfectamente, ya nada volverá a ser igual.


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