La agonía siempre ha sido su confidente. Esa es una auténtica verdad, y es consciente de ello desde que llegó al mundo, como la equivocación de sus progenitores. El patético y acosador pasado no deja de rebobinar, y las descalificaciones dichas ya no se callan, entonces, permanece retraída, dejando que el frío trasnochador sólo sea fluvial sobre ella, y las ráfagas acicalen sus rizos de viveza castaña.
Observa a la refulgente ciudad, prestando atención a las figurillas ambulantes y las vibraciones que generan, los ecos que rebotan a lo largo de esas inmensas edificaciones, llevando una variedad de aromas para ser un remolino que puede emborracharla. El escenario extendido es resultado de ecuaciones volátiles, marcándose el estupor callejero y escandaloso, y ese juego de luces veloces aparta momentáneamente los horrores despreciables pero, ya publicados con tinta bermellón. Siente cuántos desvaríos de suave calibre se acumulan allá abajo, nutriéndose en espiral, en una proyección vocal o manual, y eso atribuye más pesadez a su corredor cognitivo. A su propio desvarío.
Exhala, reprimiendo los llantos emergentes con resquebrajado esfuerzo. El nudo se endurece en su garganta, se expande, presiona hasta acercarse a la asfixia. Intentando conservar el control, agarra sus bíceps bajo la denominación desesperada, y amasa sin delicadeza, porque sólo así ella captura una falsa idea de calma, y las plenas dolencias corporales no son importantes en frente de un suceso torturador. Se desliza bruscamente un lamento de sus labios. Se ondula por medio del temblor enganchado a la mandíbula. Puede deducirse su deseo, el cuál lloriquea: ¡Quiero morir!
Dentro del longevo e interminable universo, ella no es indispensable. Así de simple. No obstante, cada falla cometida deposita su pétrea carga sobre su conciencia, y es obligatorio que al menos, se familiarice con lo mustio. Con constantes azotes se halla la capacidad para despedazar la voluntad, y hoy, ha sido una exuberante bofetada, causal de la sumisión en la desesperación.
Intrusivo es un recuerdo. Asalta repentino. Provoca destellos demenciales que bifurcan su visión, y la sacudida adyacente le hace pedir que todo cese y se disuelva en la fosa insondable del olvido. Serpentean las sensaciones sufridas, y algo se retuerce forzoso, devolviendo como una emboscada preparada por duendecillos babeantes de fúnebres desenlaces, el miedo. Las náuseas se desenrollan mientras ella boquea, a punto de soltar el alarido más angustiante. Las náuseas se tornan más fatigantes, sintiendo que los pulmones se acalambran. Una por una, las imágenes exhibidas que recrean el recuerdo intensifican la presión, y caen lágrimas, muchísimas lágrimas, mezclándose con el frío, con el sentir envenenado e incondicional en lo que atañe al pánico ahogado.
Se levanta atolondrada. Su andadura es tan frágil que, luego de dos pasos, su cuerpo cae de bruces, haciendo arder las laceraciones ya moreteadas. ¡Chilla! Aguanta las punzadas que sacuden sus intestinos. Cuán abrumador es encontrarse paralizada entre ininterrumpidos jadeos, sabiendo cómo esta tortura proveniente de la mente penada no desaparece los eventos ocurridos, ni disminuye las precipitaciones de maldad. En vano, pero totalmente merecido.
Ella no quiere levantarse. No quiere continuar. No quiere más responsabilidades ni más juramentos baratos. No quiere (puede) representar este emblema de estoicidad e inquebrantable honradez. No quiere aparentar. No quiere aparentar algo que jamás ha sido, y no será jamás. No quiere (puede) luchar. No quiere levantarse. No quiere abrir los ojos. No quiere despertar. ¡No quiere! ¡No quiere!
Replegándose sobre sí misma, los crujidos óseos acompañan la rítmica doliente. Es como un ovillo arrojado al vertedero, sólo hay espasmos, secas sacudidas cubriendo su cuerpo indicativas de su agónica alma, y la tibieza destartalada de los torrentes sanguíneos se esparce a un apresuramiento alarmante. Cierra los ojos, esmerándose en quedar zambullida en gasas de nula claridad, sometiéndose a desilusiones desconsoladas, retorciéndose sobre lamentaciones al borde del deceso mental. Cierra los ojos, suplicando por una migaja de clemencia. Tragar es amargo, el destilado de dulzor metálico ya obstruye su garganta y su exhalar pareciera ser el último.
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||SPIDER 一 2035||
FanfictionHagamos esto una vez más. Su nombre es Mikaela O'Hara. No fue mordida por una araña radioactiva, pero, por azares del destino se convirtió en Spider Woman, de la Tierra 109, y no ha tenido un buen día.