Capítulo 1. Odio los lunes

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No es por presumir, pero las mañanas se me dan de maravilla.

Todo comenzó la noche anterior cuando mucho antes de acotarme choque con uno de los muebles de la cocina cuando me disponía a buscar un vaso con un poco de agua.

En cuanto desperté por los gritos de mi madre que anunciaban que llegaría tarde al colegio.

Suspire cansada. Aparte las cobijas de mi cuerpo, me incorporé, salí de la cama y empecé a caminar en dirección al baño. Me pare un segundo en una de las cómodas de la habitación para tomar mi teléfono y revisar la hora.

"07:03 a.m."

Las clases empiezan a las ocho, mamá, por favor. Retome el camino al baño.

¡PUM!

Sentí como un dolor agudo se hacía presente en mi pie derecho, más específicamente en un dedo. Me aguanté el grito, pero, maldita sea.

Como pude, camine (salte) hasta el baño para poder sentarme en la tapa del inodoro, tome mi pie lastimado y lo sobe hasta que el dolor bajara.

— Diablos —decía cada vez que podía—. Qué asco de habitación —mis ojos viajaron directamente al inocente muele con odio—, cuando tenga la oportunidad voy a quemarte.

Entre a bañarme.

Los lunes son excelentes para querer arrancarte la cabeza, sobre todo cuando lo que queda es agua fría pura en la regadera.

No encuentro la necesidad de que exista un lunes, los números impares te pueden joder la vida de múltiples formas, solo eliminemos al lunes, así quedan los demás días de la semana como un seis, el seis es genial ¿Quién no está de acuerdo?

— ¡Maya!, por el amor de Dios baja de una vez. —escucho la voz de mi madre al salir del baño.

— ¡Ya voy!

El dedo sigue doliendo, pero aun así seco mi cabello como puedo y de la misma (maldita) cómoda saco unos leggings negros, un top blanco y un cárdigan gris corto combinando todo así con unos Converse negros.

Al salir de mi habitación me topé con el amor de mi vida, un pequeño Bambú de la suerte ubicado a mitad del pasillo.

— Buenos días, Diya ¿Cómo te encuentras el día de hoy? ­ —le pregunté—, no muy bien por lo que veo. ¿Hay algo que pueda hacer para calmar tus males? —lo mire alzando una ceja con diversión; sin respuesta—. Ya veo, sigues molesto por lo de la otra noche, en mi defensa estaba oscuro y tú estabas un poquito atravesado, en serio no fue mi culpa que cayeras el suelo —de nuevo nada—. Wao, sí que eres difícil de roer plantita.

— ¿Otra vez hablando con la planta, Maya?

Di un salto sobresaltada mirando en dirección a la voz de mi hermano Lucas, se encontraba divertido, con esa odiosa sonrisa de lado que lo caracterizaba tanto. Tenía puesta una camisa azul marino y unos vaqueros negros. Llevaba el cabello negro revuelto y sus ojos marrones tenían un brillo inexplicable.

— ¿¡Lucas, estás loco o te haces!?

— No, solo vengo saliendo de mi cómoda habitación solo para terminar viendo como la tonta de mi hermana le habla a una planta.

— Oye, a Diya me lo respetas —bufé apuntándole con el dedo índice de modo amenazador—. Él no te ha hecho nada malo.

— Solo el hecho de que mi hermana habla con él todos los días y también porque la última vez dejo todo el pasillo lleno de tierra y no quiero tener que limpiar todo el pasillo otra vez por una personita. Eso lo hace una de las cosas que ya no soporto de esta casa

Luz de Luna. ¿Por qué yo? - Emily BreidenbachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora