El olor salado de altamar me provocaba ligeras náuseas, de la misma manera que el vaivén del barco pesquero. Entonces ¿ qué razón tenía para formar parte de la tripulación del Vesta? Yo provenía de alta cuna, podría tranquilamente pasar el resto de mis noches en mi suave y cálida cama en el castillo de mi padre, el cual heredaría algún día. Después de todo, yo era el príncipe Jeon Jungkook, único heredero de nuestras tierras.
Supongo que era el resultado de una vida sobreprotegida y aburrida; estaba cansado de pasar mis días y noches encerrado entre las paredes de piedra, con la única compañía de mis criados y mis libros. Además, sabía que en algún momento de mi futuro yo estaba destinado a casarme con alguna mujer noble a la cual no amaría. El solo pensarlo me aterraba.
Envidiaba a los pobres en aquel sentido; ellos se casaban por amor.
Así que le pedi a mi padre, mejor dicho, le imploré, que me dejara formar parte de una embarcación de pesca. Ansiaba salir del castillo y vivir aventuras antes de que mi juventud se esfumara cual arena entre mis dedos.
Si mi futuro era marchitarme junto a alguna princesa desconocida por lo menos quería tener algún recuerdo irreverente de mis años mozos.
Mi padre aceptó a regañadientes; temía que algo peligroso le ocurriera a su primogénito en altamar. Sobraban leyendas de monstruos marinos cuyo canto enloquecía a los hombres, sin contar los peligros reales que azotaban a los barcos pesqueros: tormentas, tifones, accidentes... Pero a la vez, mi padre tenía la vaga esperanza de que la expedición me endureciera un poco.
Yo era bueno con la espada, pero me faltaba esa brutalidad tan deseada por las mujeres y tan admirada por otros hombres. En secreto, mi padre sospechaba el motivo de mi delicadeza poco masculina, pero no se atrevía a hablar de ello.
Y yo estaba a punto de descubrir esa parte inexplorada de mi sexualidad que resultaba tan obvia para todos, excepto para mi.Sin embargo, una vez a bordo descubrí que la vida del marinero era muchísimo menos romántica que lo que narraban mis libros. No solo se despertaban antes de alba sino que yo era un completo inútil para las tareas náuticas. Ni siquiera sabía hacer un buen nudo, y la piel delicada de mis dedos pronto se lastimó con la áspera textura de las redes de pesca.
Inevitablemente me convertí en el lastre a bordo. Mis tareas se limitaron a fregar la cubierta y cubrir los pescados con hielo, de esa manera los conservaban frescos hasta nuestro retorno. La expedición pesquera estaba programada para durar un par de semanas, sin embargo cada día, cada hora, se me hacían eternos.
¿En qué estaba pensando? me preguntaba cada noche mientras trataba de conciliar el sueño en mi rudimentario camastro, compartido con otros marineros de baja categoría. En altamar, toda reverencia por ser un príncipe se había esfumado; a diario los hombres se burlaban de mí. Mi torpeza y falta de hombría eran sus blancos favoritos.
Yo contaba las horas para volver al castillo de mi padre, a mis libros, a mi cama, a mi soledad. Tal vez por estar preso de aquellas ensoñaciones diarias, un día me resbalé y caí por la borda.
Nunca había sido un buen nadador, acostumbrado a pasar mis días en tierra firme. El pánico se apoderó de mí; comencé a sacudir mis brazos y piernas, intentando flotar, pero era en vano; me hundía cada vez más rápido. Podía escuchar a los hombres gritando desde el barco. Había auténtico terror en sus voces; ¿que pasaría si el principito moría por culpa de ellos? Lord Jeon los decapitaría a todos. Me arrojaron una soga para que yo trepara, pero resbaló por mis dedos mojados y temblorosos, y yo me volví a hundir por mi propio peso. Patee en todas direcciones, desesperado por subir a la superficie, pero era imposible. Me hundía cada vez más profundo.
El agua llenó mis pulmones. Estaba abandonando toda esperanza, mi mente se desvanecía cuando sentí una mano tomar las mías. Con mi último esfuerzo abrí los ojos y vi un muchacho nadando frente a mí.
Lo primero que me llamó la atención fueron sus ojos; eran de un tono casi turquesa, resplandecientes bajo la luz marina. Tal vez yo estaba delirando en el portal de mi muerte, pero su piel poseía un tono frío y azulado. Sus cabellos, rubios y largos como los de una muchacha, flotaban a su alrededor, y enmarcaban su rostro de porcelana de una manera preciosa. Me sonrió, y todo mi miedo desapareció en un instante.
Me tomó de los brazos y me guió hacia la superficie. A pesar de la fría temperatura del agua, el calor me envolvió cuando me sujete de su torso esbelto y firme. Mientras ascendíamos, mis ojos se posaron en la parte inferior de su cuerpo. El agua enmudeció un grito de pavor de mi garganta; el muchacho no tenía piernas, sino una larga cola de pez.
Cuando mi rostro asomó fuera del agua, tomé una profunda y desesperada bocanada. Estaba mareado y confundido, sacudiendo mis brazos por sobre el suave oleaje. No había ni rastros del muchacho-pez a mi alrededor. Los marineros gritaron de felicidad al divisarme, me arrojaron una segunda cuerda y esta vez sí la atrapé. Me ayudaron a subir y en cuestión de segundos yo estaba en la cubierta, temblando como un cervatillo.
-¡Hay alguien alli abajo; Un muchacho ahogado!
Yo gritaba fuera de mí. Los hombres me miraban con sus ojos abiertos de par en par. Algunos, tímidamente, trataron de tranquilizarme, asegurándome que no había nadie en el agua.
Un trago de licor me devolvió el calor al cuerpo, y me ofrecieron ropas secas para que me cambie. Era obvio, incluso para un principio ingenuo como yo, que no estaban preocupados por mi bienestar sino por la furia de mi padre. Esa noche, las burlas cesaron.
Pero yo no dejaba de pensar en aquel muchacho-pez.
-¡Les digo que había un muchacho en el agua!
Yo insistía dos noches después, mientras la marea estaba calma y compartía un trago con parte de la tripulación. Los marineros reían mientras se pasaban el alcohol y la luz de la luna se filtraba.
-Debió haber sido un delirio por el miedo, su Alteza.
El viejo capitán sonrió de manera burlona antes de llevarse la botella de ron a los labios arrugados.
-¡No! De hecho...no era un humano. Tenía cola de pez.
Confesé.
De pronto, todas las risas cesaron. Los marineros se tornaron pálidos como si hubieran visto un fantasma. Creí que iban a burlarse de mí, pero en su lugar el capitán me dijo.
-¿Era como...una sirena, entonces?
-Sí...
Traté de recordar.
-Pero este era un hombre. De la cintura para arriba, por lo menos.
Aquel rostro poseía una belleza singular, pero era masculino. Y su torso era plano, con pectorales firmes y abdominales duros.
Recordé cómo se sintió presionar mi cuerpo contra el suyo mientras nadamos y sentí una ola de verguenza.
-Era un tritón entonces.
El capitán escupió.
-Son los machos de las sirenas, aunque esas bestias inmundas no tienen reparos en seducir hombres. Todo les da lo mismo.
Los demás marineros comenzaron a murmurar entre ellos. Yo sabía que los hombres de mar eran supersticiosos, pero no hasta tal punto. Uno incluso se persignó antes de entrarle a la botella de ron.
-Jamás oí hablar de ellos - dije -De niño, leí muchas leyendas sobre sirenas que embrujaban a los marineros con sus voces hermosas y hacían encallar sus barcos por diversión...
-No son leyendas, principito uno de los marinos refunfuño.
-Los tritones son más raros de ver.
El capitán me interrumpió.
-Y por eso, más valiosos.
-¿Valiosos?
Pregunté.
-El mercado de curiosidades pagaría una fortuna por un tritón de verdad.
Otro de los hombres agregó, con la codicia brillando en sus ojos.
-Si... dicen que la sirena que tienen expuesta es falsa; no es más que un fósil de mono al que le cosieron una cola de pez.
Otro explicó antes de darle un sorbo a su ron.
-¡¿Están hablando de cazarlo?!
Grité.
-Más bien de pescarlo, su Alteza.
El capitán sonrió.
-Sé que usted no necesita el oro, pero ¿no sería acaso una hazaña digna de contarse?
-¿Pescar un tritón? Después de todo, usted quería vivir la aventura de su vida...
-No lo sé.
Sacudí mi cabeza. A mi ni siquiera me gustaba cazar bestias en tierra firme.
-Suena cruel...después de todo, él me ha salvado la vida.
-No se confunda,su Alteza.
El capitán dio un paso al frente y colocó su mano en mi hombro.
-Esas cosas no tienen sentimientos, ni siquiera son humanos. ¿Sabe a cuántos amigos he perdido a causa de sus canciones y hechizos? Son hermosos a la vista, pero no debe dejarse engañar; son monstruos.
Asenti con la cabeza, si bien la idea no me hacía sentir cómodo. Los marineros estallaron de algarabía y fueron en busca de sus arpones, sogas y redes.
-¡Preparen las redes, muchachos! No debe estar muy lejos de aquí...
El capitán ordenó mientras todos corrían a cubierta. Yo me arrepentí casi al instante de haber aprobado el plan, pero era demasiado joven y demasiado débil para abrir la boca.
En su lugar me retiré a dormir a mi camarote. Desde mi accidente,me habían otorgado uno privado.
Esa noche soñé con el tritón.
Pero en mi sueño él no tenía cola de pez. Poseía dos piernas humanas, las cuales entrelazaba con las mías bajo las sábanas. También poseía un miembro humano, que se torna duro contra el mío mientras me besaba. Sus labios eran suaves y dulces, pero ni una palabra surgían de ellos. Los deslizaba por mi cuello, mi pecho, mi estómago y mis muslos, haciéndome temblar de pasión. Yo enredaba mis dedos en su larga cabellera, resplandeciente como el sol, y él me sonreía entre besos.
Su rostro era tan hermoso como yo lo había visto bajo el mar; sus ojos resplandecían como dos turquesas mientras exploraban cada rincón de mi piel. Yo me derretía con cada mirada. A sus ojos siguieron sus dedos, y mi erección pulsaba de manera dolorosa contra la suya. Besó mi dureza, y yo me estremecí. Envolvió sus labios en mi polla y comenzó a acariciarla con su boca caliente.
Cuando sentí que iba desfallecer de placer, desperté en mi camarote.
Una fina capa de sudor cubría mi cuerpo por completo, y con el aliento entrecortado noté que había sufrido una polución nocturna. Nada nuevo; yo era un hombre joven y sano. Hacía años que las tenía, pero nunca había hecho mucho al respecto. Solo masturbarme a escondidas, mientras me repetía las palabras eróticas de algún libro prohibido. Curiosamente, nunca había mujeres en aquellos relatos.
Sin embargo, nunca antes había tenido un sueño erótico. Y jamás hubiera imaginado que tendría uno con un hombre. Ni que sería algo tan condenadamente agradable. Ya despierto, mi piel aún vibraba con suavidad por las caricias del muchacho.
No son humanos, son monstruos. La voz del capitán resonó en mi cabeza.
¿Era ese el motivo por el cual me aterraba casarme? ¿El mismo motivo por el cual, a mi edad, me negaba a visitar el burdel contra las insistencias de mi padre? ¿El motivo por el cual todos susurraban a mis espaldas? ¿El motivo por el cual yo nunca había estado con una mujer, ni con nadie?
Mi cabeza daba vueltas y sentía náuseas. Ignoraba cuántas horas había dormido pero afuera el sol ya había despuntado y el Festa se mecía con suavidad. No tenía idea de que estaba ocurriendo conmigo, pero de una cosa estaba seguro; debía cancelar la captura del tritón.
Me vestí rápidamente y subí a cubierta en busca del capitán.
Cuando lo encontré, el viejo me abrazó. Apestaba a ron. Noté con un escalofrio que el resto de los marineros estaban canturreando felices mientras subían la red principal. Una forma inusualmente humana luchaba entre sus fauces, desesperada por zafarse. Sentí genuinos deseos de vomitar.
-¡Felicidades, su Alteza!
El capitán palmeó mi espalda tan duro que dolió.
-Hemos atrapado a la bestia...
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Príncipes Azules
FanfictionEsta historia es una adaptación, por lo tanto, todos los créditos y derechos can dirigidos al autor original: Myranda Wolf. Cuenta la historia de varias princesas de los cuentos de hadas siendo hombres