Prólogo.

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Glendale es una mierda, y no tengo más nada que decir al respecto. O sea, no es que sea feo o haiga algo que me haga odiar ese lugar en sí, pero no quiero vivir allí.

Seguramente estoy exagerando.

Pero pasar de vivir en el Centro de Los Ángeles, estudiar en una Preparatoria increíble mente grande y disfrutar de miles de atracciones además de mi barrio, mis amigos, mis familiares y todo eso para vivir con un desconocido es inaceptable.

Mientras cualquier otra persona quisiera vivir con ese chico hijo de una de las mejores psicólogas de Los Ángeles, yo no quiero. Y si se preguntan porqué... es porqué también está enfermo.

O sea, no es que esté enfermo como tal. Sino que tiene lo mismo que yo, y por eso estoy rumbo a Gleandale.

Y lo peor de todo es que mis padres dicen que sería mejor y más llevadero convivir con alguien que padezca exactamente mi mismo trastorno de ansiedad, pero para mí no es así. ¡Llaman llevadero a convivir con un desconocido!.

¡Podría intentar matarme!.

¿Y si me pega sus locuras o me enamoro de él?.

Porque lo he visto por fotos y cumple todos los requisitos que exige mi gusto por los chicos.

Pero no, no puedo simplemente emocionarme y permitir que me lastimen de nuevo.

Porque no es gracioso que jueguen con tu corazón, que te rompan, te destruyan. O bueno, eso está bien. ¿Pero que se lleven las piezas con las que supuestamente ibas a arreglarlo?. Eso sí que es jodido.

El amor es muy bonito, pero prefiero no volver a sentirlo.

Aunque sea muy complicado cumplir con ello si vino con ese chico, me queda la esperanza de que no crearé ningún tipo de confianza con él.

Si no hay confianza no hay amor...

y punto.

En la estación del metro. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora