— ¡Está mal, Gemma, muy mal! — grita mi padre desesperado mientras camina de un lado a otro. Mi madre se queda mirando al suelo cruzada de brazos a mi lado —. Ayer me dí cuenta, no comió nada y mientras para ella es una gracia hacerse la dolida dejando de comer no sabe el daño que le hace — dice y miro a mi mamá con los ojos bien abiertos.
— Tiene razón, Agatha — mamá me mira y me sobresalto. ¿Se está poniendo de mi contra? —. Estás demasiado delgada. ¿Cuando fué la última vez que comiste bien?. ¿La noche antes de que Jasper te dejara?. Fué hace una semana, hija, hace una semana.
— No sé cómo creen que no como porque no quiero, o que es una gracia para mí.
— ¿Y entonces que es? — pregunta mi madre y respiro profundo apretando mis puños.
Es que no sé cómo explicarle que quiero dejar de comer a ver si muero de hambre o termino desnutrida. Quizás así a Jasper le diera un poco de lástima y quisiera regresar conmigo.
Mis padres me miran y agacho la cabeza pestañeando varias veces seguidas para evitar que las lágrimas salgan. Ellos creen que saben lo que es mejor para mí pero lo cierto es que ni yo misma lo sé, soy un caso perdido y nada de lo que intenten va a ayudarme.
— No es necesario que digas nada — acepta más calmado y mete sus manos en los bolsillos —. He tomado una decisión, y me parece que es la mejor si tu madre también está de acuerdo, claro.
— Siempre es así, no me preguntan o conversan conmigo y si no lo hacen y siguen tomando desi...
Papá carraspea.
— Sabemos lo que es mejor para tí porque eres nuestra hija. Sea cual sea la desición que tomemos — hace una pausa y traga mirando a mi padre — tienes que aceptarla.
— A ver entonces — digo resignada. Tan malo no puede ser —. ¿Que van a hacer? — pregunto mirando por la ventana intentando ocultar el nerviosismo que llevo dentro.
— Creo que ya sé lo que está pensando tu padre — dice mamá y no puedo evitar llevarme la mano a la boca para comerme las uñas —. Venga, Angelo, dilo. Más de acuerdo no puedo estar.
Le miro con neutralidad pero en el fondo quiero gritar de la desesperación que tengo. Me repito una vez más que no es razón de nervios ya que tan malo no debe ser.
— Debes asistir a un psicólogo — suelta de repente —. Y ni creas que será a cualquier psicólogo, sino al más importante y prestigiado de todos los Estados Unidos.
— ¿Dorothea Collinson?.
— Así es.
— Pero ella vive en Glendale, y nosotros en el Centro de Los Ángeles.
— Todos sabemos que tiene un hijo que es cantante — habla mi mamá —. Pero que por motivos que desconocemos ha salido misteriosamente de todos los medios públicos. Hicimos un negocio con ella respecto a ese tema y concordamos en que vivirás en su casa.
De repente el aire empieza a faltarme nada más que escucho esas palabras. Mi pecho sube y baja agitado y no escucho nada más viendo casi todo negro y borroso a mi alrededor. Mi cuerpo suda y soy incapaz de sostenerme por mí misma así que me apoyo en el ventanal cerrando fuerte mis ojos.
No quiero, no pienso, no puedo vivir con esa gente. ¡No los conozco!. ¿Que haré si no me aceptan?. Estaré sola y sin nadie con quien poder hablar. ¿Y si les caigo mal?. ¿Que voy a hacer cuando quiera ir al baño y me dé pena?. Mierda, esto no puede estar pasando, yo no voy a ir a vivir a esa casa.
Ellos quieren deshacerse de mí, ese es el problema. Ya no me soportan, no quieren lidiar más conmigo.
— ¿Agatha?. ¿Me escuchas? — oigo a la lejanía.
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En la estación del metro.
Casuale¿Que sucede cuando dos chicos mal heridos y desilusionados gracias al amor deciden ayudarse a arreglar sus heridas?. Una chica. Un chico. Dos corazones rotos. Una historia de amor que contar. Decepciones, desilusiones y rencor. Nada más que sen...