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Advertencia: Esta historia contiene violencia sexual, violencia física y mental. Abortos, manipulación, entre otros temas de la misma índole.








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Todos necesitamos a dios, todos necesitamos ayuda. ¿Eres mi ayuda, el dios que estoy buscando o la ruina de mi alma?

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La sonrisa de la madre de Izuku era tan deslumbrante que dolía mirar. Una Omega regordeta que no alcanzaba el metro sesenta, siempre sonriendo por cosas pequeñas. Cómo por los pasteles del centro de la ciudad, por las telas del extranjero y mucho más por su adorable hijo omega, el orgullo de la familia Midoriya, el hijo de un vizconde con renombre en el gobierno. Él era un omega de diecisiete años, con una piel de porcelana que hacía a todas las chicas suspirar con envidia, un cuerpo atlético y delgado, lo suficiente para alguien que disfrutaba de montar a caballo todas las tardes. Una voz normal pero un encanto con las palabras que honraba bien a su padre, el vizconde Hisashi Midoriya.

Sin embargo, aunque era amado por su madre y adorado por su padre, Izuku sabía que su vida iba a cambiar radicalmente para peor.

Un día de verano, poco antes de alcanzar el apogeo de las temperaturas su padre recibió la noticia. Era soltero, estaba "viejo" y muy pocos alfas deseaban casarse con un Omega tan maduro. Izuku había aceptado que sería un solterón eterno, un Omega que disfrutaría más del arte y las tardes de té que de una familia. Lo tenía tan asumido que se ahogó en su pastel de frambuesas cuando su padre lo increpó con una noble pregunta.

—Hijo mío, ¿te gustaría desposar a un conde?—ese era el sueño de cualquier Omega. Ser el prometido de un conde era sinónimo de riqueza, el renombre poseía el alcance económico para cumplir los deseos de cualquier Omega caprichoso y más, suplir una familia numerosa. Izuku observó a su padre, el hombre regordete le sonrió con tanta amabilidad que sus mejillas formaron perfectos círculos alrededor de sus labios.

—Por supuesto padre, me encantaría algún día casarme con un conde, me encantaría ir a la capital y conocer a la reina y a sus hijos—Inko se rió muy feliz, como si conociera el secreto detrás de las palabras de su marido.

—Entonces no hay que esperar más, mañana mismo le enviaré una carta al conde Chisaki Kai, le diré que aceptaste su petición de matrimonio—La sonrisa que poseía Izuku en su rostro fue desdibujada por una profunda preocupación.

—¿El conde Chisaki Kai te pidió mi mano?—Izuku preguntó mientras su padre asentía con emoción.

—Si, hijo mío. Mientras estuve en la capital, disfrute con él muchas tazas de té y me mostró su preocupación a tu estado de soltería, no lo comprendía hasta que me pidió tu mano. Imagínate, un conde que vive tan cerca de la capital, con buena solvencia económica y un futuro brillante en el gobierno, serías tan feliz rodeado de tanta opulencia—Izuku quiso responder que quizá no sería tan así pero los rumores eran una falta de educación y sólo la servidumbre hacia caso a la fama que las calles susurraban.

No era común escucharlos hablar pero Izuku cuando salía a montar siempre vestía ropajes oscuros y andrajosos para pasar desapercibido. Un día escuchó por parte de las sirvientas de la cocina hablar del apuesto conde Chisaki. Un hombre que siempre maltrataba a sus amantes hasta dejarlas en algún ataúd a las afueras de la ciudad, si la familia de los amantes hablaba mucho, también eran silenciados.

Izuku tembló pero la sonrisa de su madre lo hizo imitar el gesto con facilidad, ¿quién era él para frenar un milagro solo por las palabras de la servidumbre? Con un poco de suerte quizás solo eran palabras al vacío, algo saliendo de la envidia.

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