"Yo digo que todavía podemos trepar, don", le dije al señor Jorge, mostrando mi notoria seguridad y serenidad, características que suelen definirme. El hombre parecía cansado, algo que se evidenciaba en su postura. Estaba sentado con los hombros caídos y la cabeza gacha, como si estuviera a punto de dormirse sobre sí mismo, pero había algo incómodo en su mirada. Recuerdo sentirme intimidado ante esos ojos que silenciosamente se alzaban para observarme... ¿molesto? Tal vez "asqueado" sería la palabra más adecuada. Era como si yo fuese un niño pequeño y berrinchudo en la entrada de un supermercado, retorciéndome en el suelo y gritándole a su madre, quien tenía dos empleos agobiantes y un marido ausente que la odia, por no comprarle la versión nueva del juguete que ya tiene.
Eso pareció funcionar, ya que evitó que empezara a gritarme. Dado que no me veía en posición de defenderme, preferí darle la razón para que se relajara y no comenzara a reclamarme por cosas más serias. Sin embargo, por alguna estúpida razón se me ocurrió responder a su tono con un "debemos mantenernos serenos para no caer en la locura", haciendo mi mejor imitación de Antonio Banderas. ¡Qué quiere que le diga! Estaba nervioso. Pensé que el hombre se reiría un poco, pero estoy seguro de que solo a mí me hizo gracia. Me lanzó una mirada horrible, pero como no parecía que fuese a gritarme, preferí no disculparme. Después de todo, mi única arma era actuar relajado y minimizar el problema para, según yo, atenuar un poco la tensión.
"Pues entonces, hay que pedir ayuda, ¿no cree?", le dije, pensando en la opción más razonable y lógica. Sin embargo, él continuó desestimando mi propuesta con un tono similar al anterior. Me explicó que nuestro campamento estaba lo suficientemente lejos como para que se nos atrofiara la voz permanentemente si gritábamos, y que de todos modos, no nos escucharían. Supuestamente, ese hombre llevaba una bolsa con un radio portátil, pero desgraciadamente lo había destrozado durante la amortiguación de su caída. Confié en sus palabras, a pesar de que no me mostró los pedazos y preferí no preguntarle por más detalles, cualquiera hubiera pensado que era difícil que un aparato como ese se rompiera. Pensaba que eran resistentes, pero también entendía que el señor Jorge tenía bastantes kilos de más en comparación con un adulto normal, incluso uno de su tamaño, ya que era una peculiar combinación de grasa y músculos.
"Tal vez si uno se para sobre los hombros del otro y los dos saltamos al mismo tiempo..." el señor Jorge me interrumpió abruptamente, no con un grito o un comentario sarcástico, sino simplemente levantando su mano callosa a la altura de su rostro y agitándola lentamente, mientras su expresión de frustración y asco se intensificaba.
Entendí que ya no tenía interés alguno en escuchar mis ideas, y en retrospectiva, lo entiendo perfectamente. No solo porque estuviera enojado por lo que sucedió, o bueno... lo que le hice, sino porque mis ideas carecían de sentido. De hecho, ni yo mismo creía que tuvieran algún resultado. Simplemente seguía hablando con la esperanza de que al señor Jorge se le ocurriera algún pensamiento brillante inspirado en la vaga idea que le presentaba.
Quizás recordaría algún protocolo de seguridad o sacaría de sus bolsillos alguna herramienta milagrosa al estilo del bati-cinturón, y así podría compartir parte del crédito por su momento de eureka. Sin embargo, comprendí que mis sugerencias empezaban a parecer ridículas. Aun así, el señor Jorge ni siquiera se molestó en señalar el hecho de que para que mi propuesta funcionara, ambos tendríamos que estar de pie, algo imposible dadas las circunstancias. Quise continuar hablando, pero mi mente se bloqueó, probablemente intimidada por la rigidez y seriedad del hombre sentado frente a mí.
Al quedarme callado, comencé a sentir un silencio abrasador, incómodo y sofocante. No pude pensar en más soluciones; el miedo de morir atrapado empezó a apoderarse de mí. Sabía que si no salíamos pronto, la sed sería cruel con nosotros. Es cierto que si aguantábamos la noche, tal vez alguien nos encontraría por la mañana, pero no había garantías. ¿Y si simplemente se marchaban? Si por la mañana todos subían a los autobuses y se iban, no creía que fuera como en la primaria, donde contaban las cabezas de los niños y hacían la lista. Además, si alguien se preguntaba por nosotros, podría simplemente pensar que abordamos un camión diferente al suyo.
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Algo básico para sobrevivir
Short StoryDos personas no son suficientes para trepar seis metros y menos cuando uno esta lastimado. Aun así, el calor del desierto no perdona a nadie y este par de desconocidos tendrá que encontrar la forma de salvarse antes de que el corazón se les seque. ¿...