Capítulo 10

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DEREK

«Jodida mierda». Me friego los ojos, en un intento desesperado por terminar de despabilarme. Las ansías de ceder ante el sueño me superan, y maldigo entre dientes a "Proyecto 151" por ser unos putos sádicos.

Nos hacen beber alcohol y trasnochar, para luego anunciarnos que en pocas horas tendremos tres exámenes continuos. Por culpa de sus caprichos me he pasado la noche estudiando, con la compañía del ruido de la rejilla que se hacía presente cada una hora, dejando al descubierto dos pastillas. La de la izquierda; Adderall, un estimulante del sistema nervioso central, recetado principalmente para tratar TDAH (Trastorno de déficit atencional e hiperactividad). La pastilla de la derecha; zolpidem, un sedante hipnótico utilizado para tratar el insomnio.

Dejé a un lado la pastilla para dormir. Sin duda, es lo que habría necesitado luego de procesar la muerte de Quinn, pero soy la clase de persona que se pierde a sí mismo con tal de conseguir sus sueños. La paz mental tendría que esperar.

Opté por la dosis que me arrebataría el sueño. Y en efecto, me dejó como una máquina, tardando menos de lo habitual en aprenderme los contenidos. El problema es que el impacto tiene un margen de duración, después de este llega el cansancio.

Lo combatí con más cafeína, antes que optar por otra dosis.

El demente de Félix lo hizo y terminó con taquicardia, siendo atendido por enfermería. Yo no soy tan estúpido, aunque sí admito que cometí un acto impulsivo. Cuando fui a la cocina por más café, saqué el dedo del medio, apuntando a todas las esquinas y lugares dónde creo haber encontrado las cámaras. No tenía ánimos de seguir conteniendo mi furia hacia semejante programa que cree divertido torturarnos, encubriendo a un maldito asesino que seguramente lo aceptaron para divertirse mientras nos mata uno por uno.

Las personas que se llevaron el cuerpo de Quinn no eran policías ni paramédicos. Apuesto mi vida a que eran los organizadores del programa.

Sin embargo, el dinero es real, y por dinero soy capaz de vender mi alma al diablo de ser necesario.

Camino por fuera de la habitación de Theo. De seguro el genio sigue durmiendo, lo que no hace más que incrementar mi malhumor. El recuerdo de que tendré que terminar el día trabajando en la cocina no ayuda en nada.

Febe me intercepta en el pasillo antes de que llegue al comedor.

—¿Cómo sigue la cabeza?

Hago un gesto de fastidio, en tanto le confirmo otra vez que no se trató de nada de qué preocuparse. Se vuelve empalagosa, llenándome de caricias. Me sostiene del brazo, obligándome a entrar a su cuarto. Apenas cierra la puerta, estampa sus labios sobre los míos. Desesperada por encenderme como si fuera una puta máquina que se activará de un momento a otro. Hemos presenciado dos muertes, pero parece que ni eso es capaz de detenerla.

—En unos minutos empieza el primer examen —le advierto.

Hace caso omiso de mis palabras. Sus besos me invaden el cuello, dejando un rastro húmedo en mi piel. Quiero que se me quite de encima sin tener que lidiar con otro conflicto, mas me tiene acorralado contra la pared de su pieza. Lo mío no es forzarme a hacer algo que no quiero.

Me canso de esta mierda, me salgo de su agarre sin usar demasiada fuerza. No quiero hacerle daño, pero me tiene cansado esta actitud. Ya ni siquiera es capaz de disimularla.

—Oye, te estás convirtiendo en una ninfómana.

Sé que la he herido. Nunca le ha gustado verse demasiado desesperada. Al menos no a la Febe que conozco, últimamente ya no sé qué pensar de ella. Cada vez nos alejamos más.

Si tus mentiras fueran luciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora