Capítulo 2

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Cinco hombres a la derecha, cinco hombres a la izquierda y una joven en el centro. La chica era rubia y vestía unos harapos rasgados por unas maliciosas uñas. Todos tenían las manos con uñas enormes, así que pudo haber sido cualquiera.

Luna se quedó parada en la puerta. Desde fuera el restaurante lucía como un lugar acogedor al que el héroe de una historia de aventuras descansa y toma una taza de café tras haber salvado el mundo. Por dentro se veía estéril, más por la ausencia de luz. El candelabro tenía todas las luces apagadas.

Las sillas y mesas estaban separadas para darles espacio a los hombres. Los cadáveres de las personas estaban apilados en ambos lados. Varias moscas, igual de hambrientas que Luna, entraron para ver había para picar.

El olor a cerdo asado era más fuerte. Luna vio con horror de dónde provenía. Se trataba de una persona que tenía la cara bañada en manteca de cerdo y esta se freía en una olla llena de aceite.

Luna perdió el apetito.

Los hombres también se encontraban igual de extrañados ante está visita. Una persona en una armadura vieja les acaba de hacer una visita. Todo su cuerpo estaba cubierto por el metal. Su casco tenía orejas puntiagudas y el hocico de un lobo, mientras que en su pecho había una luna llena pintada.

—No, no, ustedes sigan con lo suyo — dijo Luna para sorpresa de la chica y de los hombres -. Yo solo pasaba por una taza de café.

Luna tomó una silla, retiró suavemente el cadáver que estaba sentado, limpio el pañuelo con un asiento y se sentó.

—¿En serio? — preguntó David —. Somos muchos y nos gusta compartir. ¿No es así muchachos?

Todos exclamaron que si al mismo tiempo.

—Siempre hay espacio para uno más. ¿Te nos quieres unir?

Luna se levantó de la silla como si tuviera un resorte en el trasero y le dio una buena patada. La silla se estrelló contra una pared partiéndose en varios pedazos.

—Creo que no — Luna desenfundó su espada —. Escúchenme, quiero que dejen ir a esa chica o si no me veré obligada a hacerles mucho daño.

Ninguno de los hombres tenía una espada, no las necesitaban, con los cuchillos eran suficientes. Puntas filosas y filos bañados en sangre apuntaron directamente a Luna. Ella trató de mantenerse firme, aunque el temblor de sus rodillas se notase más y más.

—Somos diez y tú solo uno, maldito imbécil. ¿Qué crees que...?

Luna le cortó la cabeza a Carlos antes de que esté pudiera terminar con su amenaza.

—Esta es solo una demostración. Los próximos ataques serán más...

—¡Ataquen! — exclamó David y señalando a Luna.

Los hombres corrieron en dirección a Luna, ella esquivó los ataques lo máximo que pudo. Se subió a una mesa de un salto y salto cada vez que querían apuñalarla en los pies. Con unas patadas consiguió quitarles sus cuchillos a algunos. Pero eso no los detenía.

Luna saltó, rompiendo la mesa en el proceso, y se aferró en el techo. Sus guantes metálicos tenían unas garras filosas. Luna estaba colgada cerca al candelabro.

Abel tomó una escoba y comenzó a golpear la espalda de Luna.

—¿Acaso eres un gato? Baja inmediatamente y pelea como un hombre.

—Si tú insistes.

Luna se soltó. A diferencia de los gatos, Luna no cayó de patas, sino de espaldas. Su espalda chocó contra la espalda de Abe. La espalda que no estaba cubierta por una superficie de metal se rompió en tres partes.

Varias sombras cubrieron a Luna. Eran los hombres. Más enfadados que nunca. Abe tenía una preciosa voz de cantante, ahora con el pulmón agujereado no va a poder cantar jamás.

Luna le dio una patada en la rodilla a Carlos, doblándola hacia la dirección opuesta. Este se cayó como una ficha de naipes cantarina. Luna aprovechó que los demás se preocuparon por su amigo herido para ponerse de pie. No encontraba su espada por ninguna parte.

—Ah, ahí está.

Su espada se encontraba en manos de Rubén que venía corriendo a rebanar a Luna. Luna detuvo el viaje agarrando su mano, lo acercó más a ella y le dio tres golpes en el estómago con la otra mano.

Rubén vomitó en su cara. Luna se alegró de tener el casco puesto, pero el asco seguía presente. Una mano le agarró el hombro, con la otra mano Manuel le dio un puñetazo en la cara que la dejó temporalmente aturdida.

Luna pisó su pie, aplastando todos sus deditos. Le dio a Luis una patada en los testículos. Daniel agarró su mano y jaló con fuerza retirando su guante.

Los hombres restantes se escandalizaron al ver la "mano" de Luna. Lo que en realidad Luna tenía era una garra peluda color marrón y con unas garras afiladas. Se quitó el otro guante. Otra garra.

—Creo que ya no necesitaré la espada. ¿Quién sigue? 

LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora