Lalisa Manobal

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Estaba sola como de costumbre, no era algo triste ni malo, le gustaba estar sola, después de todo siempre pensó que la gente podía ser extraña, a veces la humanidad daba miedo. Lalisa prefería pasar el tiempo sola a estar con gente que tarde o temprano la apuñalaría por la espalda.

Su lapicero golpeaba una y otra vez contra su pupitre, sacando y metiendo la punta, produciendo un sonido cada vez que lo hacía, su otra mano reposaba sobre su cabeza que estaba empezando a doler.

Los sonidos a su alrededor se volvían cada vez más fuerte, las conversaciones ajenas resonaban dentro de su cabeza, las risas de las chicas que hablaban a su alrededor aturdían sus oídos, que recibían cada mínimo sonido explicitamente.

El sonido del aire acondicionado se hacía presente también, empezó a sacudir su pierna izquierda con nerviosismo y golpeó la punta de su bolígrafo contra la mesa de madera aún más rápido. Su respiración se agitó. Si no empezaba a inhalar y exhalar rápidamente sentía que se ahogaría. El latido de su corazón se aceleró a la par con su respiración y su frente empezaba a sentirse húmeda por el sudor.

Empeoró cuando pudo sentir sus huesos a través de su piel y la tela de algodón tocando su cuerpo. De repente un zumbido agudo empezó a resonar en su cabeza haciéndola aventar el lapicero para presionar su cabeza con ambas manos, su vista comenzó a limitarse a una nube negra, justo cuando su visión era completamente nula, su cabeza comenzó a darle vueltas y vueltas.

—¡Lisa! ¡Lisa! ¡Ya despertó!

Abrió sus ojos lentamente, la repentina luz la hizo entrecerrarlos antes de que empezaran a doler. Su visión no era clara, pero podía ver siluetas de dos compañeras que la veían fijamente, notó también que ya no estaba en su salón de clases sino en la enfermería.

¿Qué mierda había pasado?

Sintió como una mano se posicionaba sobre su hombro para después empezar a sacudirla, haciéndola marearse más —!Lisa! ¿Estás bien?—.

Lisa puso una mano sobre su cabeza al sentir dolor en ella, frunció el ceño extrañada, poco a poco empezaba a estabilizarse. Pasó una mano por su cara limpiando el sudor, acarició todo el puente de su nariz hasta llegar a la zona del bigote sintiendo húmedo ahí, bajó sus dedos y los volteó a ver, estaban manchados en color rojo. Volvió a pasar su mano por el mismo lugar para después volver a observar y percatarse de que era sangre.

Su nariz había sangrado esta vez.

—Lisa, ¿Me escuchas?

Ella quería hablar, quería decirle que la escuchaba fuerte y claro, pero sabía que aunque abriera la boca y gritará con todas sus fuerzas, su voz no saldría. No hasta al menos unos horas después. Así que se limitó a asentir mientras veía con ojos de tristeza a Jennie, una de las dos que habían estado acompañándola.

No sabía porque estaba ahí, había cruzado palabras con Jennie un par de veces, pero no eran amigas ¿Lo eran? Lisa no lo veía así. Jennie era amable por ley y Lisa era conocida por ser tan perturbadoramente introvertida y cerrada socialmente. Pero ahí estaba, acompañándola y preocupándose por su estado. Porque claro, Jennie no sabía.

Ella no tenia idea del infierno que Lalisa Manobal vivía a diario.

—Te desmayaste en el aula, Lisa. Suzy fue a buscar a la enfermera.

Bae Suzy, ella era popular por su increíble belleza y carisma, Jennie era una de sus mejores amigas, era como si reinaran en el instituto, pero ambas parecían no darse cuenta, eran tan genuinas y amables que parecía irreal.

La enfermera llegó después de un rato y se acercó a Lisa con una sonrisa enorme y radiante. Como si no supiera que era una trabajadora cualquiera que hacía llamarse una "doctora" en un instituto lleno de parásitos.

El Precio del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora