La observó por unos instantes con la mirada en el cielo, brillante, perdida, encontrada, y sintió que de alguna manera lejana lo estaba mirando a él, lo había estado siempre mirando a él. Mientras él se acerba con el impulso de un viento que era la totalidad del tiempo, ella tenía ya la mirada cerrada esperando un encuentro del que no tenía idea. Cuando abrió los ojos y lo vio acercarse, se sorprendió serenamente. Él sabía que estaba molestando, y sabía que no importaba. Se acercó, se paró en frente de ella, se miraron cómplices de algo que aún no sucedería. No era necesario hablar y de hecho nadie jamás habló, ni empezaron a hablar cuando las palabras comenzaron, transparentes y silenciosas, inexistentes, ni empezaron jamás a hablar cuando él dijo, como un susurro en el océano, "te vi mirando el cielo".
Ella ligeramente cabizbaja, él mirándola atenta y serenamente, ambos en verdad, desde ese momento, conocían la totalidad de la historia. La historia estaba escrita, y ellos ya la observaban desde el final, y, aun así, todo debía acontecer. Ella debía, debía decir:
"Sí..."
"¿y... qué estabas mirando?" pregunta él, sabiendo que ella entendería la pregunta, pero siempre, siempre con la ligera sensación de no saber si el otro entendería lo que uno decía. Siempre con esa extraña sensación de intercambiar palabras con otra mente, con otro ser. Tan inmediatamente uno se entiende a sí mismo, tan inmediatamente respondemos nuestras propias preguntas, tan hermanados con nuestra propia mente, que hablar con otra persona, con otro ser humano, siempre suponía una cierta aventura, y él piensa, sin palabras: "¿son necesarias estas molestias?"
"O sea...", siguió él, sin saber cómo expresarse, queriendo que ella le dijese como era esa experiencia, su experiencia, como era su mirarse con el cielo. Entonces recurrió a una forma común de expresarse, sacrificando creatividad y precisión en aras de no sonar extraño, en aras de no exponerse, preguntó: "O sea... ¿Qué estabas pensando?", pensando, a su vez, que en verdad no era lo que quería preguntar, y que ella probablemente lo sabía. Ella, en verdad, notó todo esto, comprendió todo esto, y respondió: "Nada..." Pero quiso llenar el posible silencio que se avecinaba, y dijo, temiendo que quizás no debía exponerse de esa manera: "Mis pensamientos eran... como el cielo... o sea... eran como, transparentes, no eran importantes y al mismo tiempo eran el cielo mismo" sabiendo que estaba diciendo algo hermoso, pero temiendo no ser comprendida, temiendo un silencio ingenuo.
Pero él sonrió, porque el entendía, entendía todo. Y dijo "Sí... yo sé...". En ese momento se miraron, y eso fue todo. La historia estaba escrita. Ellos eran iguales. Ellos se entendían, ellos eran lo mismo, ellos sabían que todos éramos lo mismo. Ellos eran el uno para el otro, ellos verían la posibilidad de estar juntos, y ellos elegirían no estarlo.
Continuará...