Primera parte: Principio del fin

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Lunes 11:34 de la mañana. 1 de enero de 2346
El perfecto reflejo de las palmeras, el sol y su fachada temblaron un instante en la piscina en consecuencia al leve movimiento de su brazo que, al sacar del agua, dejaba al descubierto su arrugada piel que, debido al paso del tiempo y no al agua, nada tenía que ver con su dulce juventud. Sacó el brazo para llamar a su sirviente que vino rápidamente con expresión desasosegante.

-¿Qué desea señor? - preguntó, temiendo la respuesta.
-Tráemela - dijo con ansia.
-Considéralo por favor, Hagen. - se le escapó un levantamiento de voz al sensato mayordomo.
-No dramatices tanto. - contestó Hagen. El sol se reflejaba en su blanca calva, aunque su canoso vello luchaba en una inexpugnable batalla por cubrir su cabeza. - Ah, y tráeme una hoja de papel y un bolígrafo, y no se olvide de algo para apoyarme.
-Nos queda muy poco papel.
-Sólo necesito una hoja, sólo una hoja.
-Vale señor pero tendrá que convencerme con lo de las “hopicas”. - aclaró antes de retirarse y recibir por contestación un silencio aclaratorio.

La realidad es que el papel es un recurso muy limitado y escaso a la par que inútil. No quedan árboles que talar ni tampoco personas que quieran fabricarlo, sólo los ancianos se preocupaban por él. Hagen tampoco tenía tantos años pero había vivido la quinta edad de oro de la 1ª Sparkling Aria en la que se puso de moda volver a lo arcano y analógico por un breve periodo de tiempo.

Carl, su mayordomo, no estaba de acuerdo con la decisión que iba a tomar ni tampoco quería lidiar con lo que vendría después. Pero era respetable su actitud. No todo el mundo puede mantenerse sereno cuando no hace falta ser un alto cargo para saber que algo serio se estaba cociendo en los despachos de la Suprema Sede de la Federación Terrestre, algo que Carl seguramente ni llegará a entender, como todas las decisiones que toman los que están encima de él. “60 años casi y todavía sigo a la órden de los demás”, pensaba a veces. Pero esos pensamientos malignos, como a él le gustaba llamarlos, no eran más que escarceos en su mente ya que, como bien sabía, le iba siempre muy bien cumpliendo órdenes, no se imaginaba de otra manera.

Cuando volvió al amplio jardín que en apariencia era un parterre con palmeras y una piscina en el centro, se encontró a Hagen con la cabeza mirando al cielo, los brazos apoyándose en el bordillo, y las gafas tapándole las lágrimas. Le extendió la madera para apoyarse, el papel, y un lujoso y añil bolígrafo que tenía grabadas en oro las iniciales de su familia: F.T de Fernández Terrion.

-Gracias. - dijo Hagen tratando de que no se notara el llanto en sus palabras.
-Yo estaré por aquí señor, llámeme cuando me necesite. - aclaró. Y se fue.

Hagen estuvo escribiendo por una hora entera y cuando terminó, dejó a un lado el papel y llamó a Carl.

-Por favor Carl. - le pidió firmemente.
-Pero señor, compréndeme. - recriminó.
-Carl, no té interpongas en las decisiones de un hombre, tráela.
-Sí señor. - sollozó con aflicción. Le palmeó la espalda, se giró y, acomodándose el traje, se fue.

Hagen empezó a divagar hasta que se topó con un pensamiento extraño. Las ganas de vivir. Se acordó de cuando hace poco más de 2 años se aferró a su familia y a su vida salvándose de aquel cáncer. Y ahora estaba allí, mojado en una piscina caliente, tapando sus lágrimas con unas gafas de sol que poco hacían por consolarle, una familia que llegaría dentro de nada, y un desapego por todo y un odio por la nada impresionante. “Está tardando” pensó.

-Señor. -dijo Carl mirándole desde la distancia, ensombrecido.

Avanzó hacia adelante con una jeringuilla en las manos. El color verde del líquido casi salía por la jeringuilla. Estaba llena. Carl se la ofreció a Hagen, no quería formar parte de eso.

-Adiós Carl, mande esta carta a la cárcel Orbitory, a la celda 214 y esta otra a mi familia.- dijo Hagen, con voz seca.
-Así haré señor, adiós- pronunció Carl entre sollozos.

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