Prólogo

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Cuando nací, no había palabras para lo que era. Me llamaron prostituta, suponiendo que sería igual a mi madre. Otros me nombraron "desgracia" por no ser capaz de poseer energía maldita. Y mi padre, me apodaba debilucha.

Esa palabra será la que más escucharás a partir de ahora. Tal vez es lo que realmente me defina.

Me senté en las rocas cansada, esa mañana había partido con mi abuelo Osuke, al mercado. Pensé en el significado de su nombre: "ayudar", parecía bastante apropiado para alguien cómo él. Era un hombre amable, al final es la única persona que podría considerar mí familia.

— __________, tenemos que seguir. Se está haciendo tarde —dijo mi abuelo dándome unas ligeras palmadas.

Asentí poniéndome en pie de nuevo.

Llevaba en manos la canasta en donde habíamos comprado todo, no pesaba mucho por ende no me molesto cargarla. El camino era largo y el sol comenzaba a bajar, no quedaba mucho para llegar a casa, el nudo en mi garganta incrementaba a cada paso que dábamos. No quería que ese momento llegará, sabía lo que significaba volver ahí. Me gustaba estar con mi abuelo, porque podía sentirme segura a su lado, pero él tenía otros asuntos que atender de modo que; evidentemente terminaba en una soledad que me abrumaba y hacía que mi cuerpo entero temblara en un estado de puro y simple miedo.

Era agradable estar con él, su compañía era cálida. Algunas veces el estar a su lado era cómo si te quemase el cuerpo, esto por su gentileza y calor que emanaba.

Sí sé lo que es el amor, es gracias a él.

Cerré los ojos. Al otro lado de la puerta se oía el zumbido de las abejas que volaban en el jardín. La noche estaba cerca, me encontraba en mi habitación, sola. No podía considerarlo una "habitación" como tal, pero al menos tenía algo en que dormir; unas mantas algo viejas que me servían de cama y un pequeño mueble de madera —podrida—. También tenía un par de escobas, cubetas, entre otros materiales de limpieza. Sí, mi cuarto, era el almacén de estos.

No me importaba, dado que los gritos, peleas y risas eran casi inaudibles desde donde me encontraba. La única desventaja que podía encontrar tal vez fuera el viento que entraba por las madrugadas, en las temporadas de frío me las arreglaba para no enfermarme, aunque eso cambió desde que conocí al abuelo, desde entonces los inviernos los pasaba en su cuarto, cuando aquello llegó a oídos de papá se enfadó tanto que me golpeó hasta dejarme sin aire.

Quería que muriera congelada.

Yo también deseaba eso.

Una eternidad después, cuando abrí los ojos, la puerta seguía abierta.

Allí estaba frente a mí, con el ceño fruncido. Mi cuerpo se tenso. Su pelo era de un morado muy oscuro y sus ojos producían un fuego del mismo color.

Con la mente aturdida por el terror, retrocedió por instinto, chocando con las escobas que caían en el acto y hacían un molesto sonido. El hombre sonrió por eso; le gustaba verla de esa manera.

Estoy muerta, pensó la niña.

Entonces su cuerpo se sacudió, el hombre había golpeado su nariz, ocasionando que sus ojos se empañaran y soltase un gemido lleno de dolor.

— No esquivaste el golpe. ¿Acaso nunca piensas pelear?

Aún con la vista nublada, se llevó los dedos a la nariz, la sangre salía a borbotones. Estaba segura que en está ocasión estaba rota, no solo por el hecho que parecía no acabar nunca sino porque le dolía tanto que fue incapaz de respirar de forma correcta.

El hombre se acercó mofándose, dejando caer un plato que la niña había pasado por alto. Se trataba de su cena. Tenía pedazos de frutas, carne cruda y heno.

Débil | Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora