No podría dejar de describir la forma en cómo tienes el poder de consumirme, de poder poseerme si así lo quisieses. Tú, yo, en casa finalmente, dónde por fin el deseo de nuestras manos de encontrarse se concretó. Celebrando y pasándola bien con tu familia, sintiéndonos cómo en casa, como si siempre hubiésemos sido esa energía, como siquiera desde nuestros nacimientos ya estuviéramos aclamándonos.
Iría al baño, a tratar de retocar mi peinado o mi maquillaje, concentrada en cerrar bien la puerta y en que no me vean. Por alguna razón entraste, verte allí me haría sentir esa adrenalina de que sepan, en que se den cuenta de lo locos que estamos volviéndonos por el otro; Me abrazas y comienzas a besarme, un olor indescriptible donde se hace presente mi perfume junto con el tuyo, algo de saliva y el sudor comenzando a hacerse presente por nuestro calor. Sólo puedo besarte desenfrenadamente...
–Maldicion, sabes tan bien.
No dejó de acariciarte el cabello, tratando de consumirte y sentirte cada vez más junto a mi. Puedo sentir tu erección rozando con mis muslos, era evidente que deseabas tenerme para tí, tu respiración era más que notoria. Pasas tu mano por debajo de mi vestido, vestido que usé para verme bien para tu familia, pero vestido que te ponía a sobremanera. Siento tu mano, estabas frotándola con mi ropa interior, la echaste hacia un lado, dónde finalmente pudiste sentir lo mojada que me habías puesto.
–¿Me deseas, amor?
Era un juego en cómo tratabas de hacerme tuya, sin hacer ningún tipo de ruido.
Me diste la vuelta y me dejaste ver tu imagen junto a la mía, nunca separaste tu mano de allí abajo, sin dudas sabías como mantenerme a tu merced. Estabas muy cerca de mi oído hablándome, de esa forma tan excitante y tan malditamente deliciosa. Me miraste a través del espejo mientras yo jadeaba.
–Baja la voz, cariño.
Tomaste mi cuello sutilmente sin apartar la atención allí abajo, sentía tu pene rozándose con mi culo, estabas disfrutándolo tanto como yo.
–Mira cómo te pongo...
–Mira cómo eres mía ahora mismo.
–Pídeme más.
–Ruégame de más, amor.
Subiste mi pierna encima del mueble, sin dejarnos de ver, bajaste tu pantalón y tú boxer. Estabas tan preparado para esto que tenías los condones junto a tu gaveta. La espera para sentirte se hizo miserable, me tenías tan extasiada maldita sea.
Comenzaste a rozar tu pene en toda mi vagina mojada, seguías hablándome sin ningún reparo, cómo querías que rogara porqué entraras, cariño.
–Te necesito dentro, por favor, entra, bebé.
En un vaivén, entraste y tratábamos de consumirnos sin siquiera hacer un poco de ruido.
–No sabes cuánto me pone el oírte tapar los gemidos para que no oigan lo que estoy haciéndote.
Mas allá de sentir amor, este momento era para consumirnos y dejar salir todas esas ganas, todos esos deseos por el otro que retuvimos tanto.
Fusionándonos.
–Te amo, no puedo dejar de hacerlo.
Eres lo que siempre aclamé.