El monstruo

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—El monstruo no volverá a salir, te lo prometo.
—¿Y sí lo hace? —respondió asustado el pequeño Hugo.
Como cada noche su madre le dio un beso de buenas noches, lo arropó y leyó
un pequeño fragmento de su cuento favorito: La historia interminable.
—Sí se atreve a aparecer yo estaré aquí para protegerte.
Hugo era feliz en Madrid, pero debido al trabajo de su padre tuvieron que
mudarse a otra ciudad. A pesar de tener solo 8 años era perfectamente
consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, aunque no entendió muy bien
por qué tuvo que despedirse tan rápido de sus amigos.
No le costó en absoluto adaptarse a su nuevo entorno y mucho menos a formar
parte de un nuevo grupo, sin embargo, todo empeoró con el paso de los
meses.
Cada noche, justo cuando sus padres se iban a dormir y la luna salía a saludar
desde la ventana, escuchaba unos ruidos que procedían del salón. Al principio
creyó que eran imaginaciones suyas. Pensó que sí de verdad había un
monstruo en casa con taparse con las sábanas le bastaría para protegerse
contra las fuerzas del mal. Las noches en las que más le costaba cerrar los
ojos su madre se acurrucaba junto a él hasta que conseguía dormirse. En una
de esas ocasiones fue su padre el que se presentó en su habitación, con la
esperanza de convencer a su hijo de que en aquella casa no había ningún
monstruo.
—Hijo, tienes que aprender a superar los miedos. Dentro de unos años te convertirás en un hombre hecho y derecho y ni mamá ni yo podremos estar ahí para protegerte.
A partir de entonces fue cuando todo empeoró.
Las noches se hacían demasiado largas y las horas de sueño nunca llegaban.
Hugo apenas descansaba y eso era motivo suficiente para que no rindiera
durante el horario escolar.
—Tenemos que pedir ayuda. Tal vez un psicólogo nos ayude con su
problema...
Lucía no solo era una madre preocupada. Tenía miedo de que todo tuviese
algo que ver con su nueva escuela y no quisiese contárselo.
—Tonterías, seguro que es otro de sus amigos imaginarios.

—¿Qué clase de amigo imaginario es ese para que le tenga tanto miedo, Lucas? Esto es tema muy serio. ¿No te preocupa tu hijo o qué te pasa?
—No vuelvas a decir esas tonterías, Lucía. Claro que me preocupa el bienestar
de Hugo.
Pero eso no parecía convencer a Lucía.
A la mañana siguiente se encargó de llamar a una psicóloga pidiendo ayuda
para su hijo. Sabía que algo no iba bien y su deber era cuidar de su niño.
Tres días a la semana una chica de treinta y pocos años se encargaba de ir por
las tardes a su casa. Era psicóloga y orientadora infantil, lo cual ganaba
muchos puntos a su favor. Durante las sesiones lo mejor era que ningún
progenitor estuviese delante, para así facilitar el trabajo y la interacción con el
niño.
—Muy bien Hugo, tenemos una hora y media para hablar todo lo que quieras.
Alicia era encantadora y, además, se le notaba su pasión por los niños.
—Háblame de ese monstruo que dices que vive en tu casa. ¿Está ahora mismo
aquí?
El niño negó con la cabeza sin dejar de mirar al suelo.
—Solo sale por las noches... Y no todos los días —respondió con voz tímida.
—¿Y solo puedes verlo tú? ¿Alguna vez ha intentado hacerte daño?
Hugo volvió a decir que no con la cabeza.
—No, pero siempre está de mal humor. La otra noche dijo que sí quería podía
hacerlo.
El niño cada vez que hablaba balanceaba los pies hacia delante y hacia atrás.
Alicia al mismo tiempo que le escuchaba tomaba nota en su cuaderno de todo
lo que le decía. Toda información era importante.
—¿Puedes describirme cómo es?
—A veces cambia de color, tiene la voz grave y en otras ocasiones algo más
ronca... Tiene los pies grandes y bastante pelo.
—¿Tiene nombre?
—No me lo quiere decir. Pero creo que le gusta mucho comer regaliz y frutos
rojos.
—¿Y eso cómo lo sabes, cielo? — la psicóloga dejó caer el bolígrafo sobre el
cuaderno y lo miró con ojos expectantes.
—Porque cuando está muy cerca me viene ese olor.

Llegó a la conclusión de que el niño tenía una gran imaginación y sin duda
alguna su nivel de observación era desconcertante. Durante cada sesión
aprendía mucho sobre él: sus rutinas diarias, sus gustos, lo que le gustaba
jugar a los pokémon al salir del colegio...
—Ayer volví a verle... —dijo en un hilo de voz—. Fue la peor noche de todas,
no me dejó dormir.
—¿Te ha dicho alguna vez por qué quiere molestarte?
Hugo se encogió de hombros y dijo:
—No lo sé, creo que le gusta hacerlo. Tampoco le gusta que llore, eso le
enfurece más.
Alicia suspiró preocupada sin saber qué más hacer por él.
—Te voy a decir lo que puedes hacer. Cuando el monstruo intente asustarte
piensa en tus siete pokémon favoritos y cita sus nombres. Después piensa en
tu mamá y grita su nombre tan alto como puedas también.
—Pero eso no me protegerá de él.
—Yo creo que sí. Esa será tu coraza o un súper poder.
Sonrió intentando darle tranquilidad al niño y terminaron la sesión con la
esperanza de que hubiese funcionado.
Durante varias semanas Alicia trabajó duramente con Hugo para conseguir que
mejorase, sobre todo para que el niño pudiese dormir con calma.
Pero nada surtía efecto, tenía unas ojeras que casi daba miedo verlas y el
rostro cada vez más alicaído. Él insistía en que los gruñidos y los enfados del
monstruo le despertaban, pero ninguno le creía. Alicia, su madre, por otro lado,
cada vez estaba más triste, cansada y desanimada. La preocupación por su
hijo y por su matrimonio cada vez la agotaban más.
Una tarde Alicia decidió quedarse dos horas más en casa para observar el
comportamiento del niño y cómo era su rutina antes de que cayera el día.
Cuando faltaban quince minutos para marcharse escuchó cómo la puerta de la
entrada se cerraba de un portazo. Acto seguido se percató de que se trataba
de Lucas, el padre del niño y suspiró con gran alivio.
—Me parece que debo ir recogiendo mis cosas para marcharme, cielo.
El niño cogió con fuerza la mano de Alicia y comenzó a temblar.
—Hugo, ¿Qué te ocurre, tesoro?
La psicóloga no comprendía el cambio tan drástico que había dado el niño, en
sus ojos había auténtico pavor.
—Hoy ha salido antes.

El tono de Hugo era distinto, estaba asustado.
—¿Te refieres a tu padre? tal vez hoy no tenía tanto trabajo...
Hugo negó con la cabeza.
Alicia se percató del olor a ginebra que venía del pasillo. Ahora entendía
perfectamente a Hugo cuándo mencionaba el olor de las frutas, flores y a
regaliz...
Por las fuertes pisadas dedujo que se trataba de la manera de caminar cada
vez que se enfadaba o volvía borracho a casa.
—Señor Ramírez... Buenas noches —tartamudeó.
La psicóloga se fijó en cómo la melena le caía casi por los hombros. Después
se fijó en su mano izquierda y en sus amoratados nudillos que sin lugar a
dudas estaban manchados de sangre. El padre del niño abrió y cerró la mano
con una mezcla de nerviosismo y enfado.
Hugo se escondió detrás de ella asustado y se aferró a su cintura como si de
esa manera pudiese salvarse de su padre.
—Ahora sí que el monstruo ha hecho daño —dijo en un hilo de voz.

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