Capitulo 1: El día que perdí la felicidad

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Voy a comenzar contando la historia de uno de los peores días de mi vida, o por lo menos de ese entonces. La historia empieza con una Sol de ocho años (imagínense a una nena medio regordeta de ciento veintidós centímetros de altura; cabello castaño tirando a un rubio casi inexistente y largo hasta la cintura, una nariz tan respingada que parecía un tobogán y unos ojos aceitunados que hacían que te pierdas en ellos), que va a tercer grado de primaria, a la escuela más prestigiosa de todo Buenos Aires en esos tiempos.


Yo era una nena demasiado aplicada, mi boletín estaba lleno de MS (muy satisfactorio) que eran el equivalente al diez en número que empiezan a poner a partir de cuarto grado. Estaba muy pero muy ansiosa por mostrarles mis notas a mis padres aquel día, ya que era la primera vez que tenía tantos MS en un trimestre.


Este día comenzó muy bien. Qué haya entrado la directora de la escuela a entregarnos los boletines del último trimestre y me haya dicho a mí, en privado, que había sido uno de los mejores promedios de todos los cursos me hizo sentir verdaderamente bien. ¡Por fin algo de lo que mis padres pueden estar orgullosos! Que alegría tuve ese día en la escuela. Mi último día de clases en tercer año, y también, en esa escuela, aunque todavía no lo sabía, claro está.


 Al sonar la campana que nos avisaba que la hora de Sociales había terminado y ya podíamos ir al recreo, salí corriendo con todas mis fuerzas hacia el kiosco y poder así, comprarme un alfajor grandote, que valía setenta y cinco centavos en ese entonces. Las cosas eran mucho más baratas que ahora, y yo siempre llevaba dos pesos a la escuela y me compraba dos alfajores, uno en el primer recreo y otro en el último. Y a veces hasta convencía a papá de darme veinticinco centavos más y así poder comprarme uno en cada recreo.  De ahí viene mi "regordeta" del principio. Yo era una nena gorda, pero era feliz. Tenía ocho años de edad y les sacaba casi una cabeza a todas mis compañeras del salón, y también varios kilos. Algunas de mis compañeras se reían de mí porque me cansaba muy rápido saltando la soga y nunca podía superar los nueve saltos. Otras, se reían de mis tan grandes prendas de vestir. Sí, nunca fui de tener muchas amigas, aunque todas fueron mis compañeras y me invitaban a sus cumpleaños y yo las invitaba a los míos, no me discriminaban ni nada por el estilo. Se reían un poco de mi por ser la más gorda pero no me importaba, yo era feliz con mis kilitos de más, era feliz con tener solo compañeras. Y creo que fui feliz hasta ese día, el día en que mi vida se "derrumbo".


Se hicieron las seis menos cuarto de la tarde y como todos los días espere a que mi vieja llegara menos diez a recogerme, pero nunca llegó. La directora se ofreció a llevarme a mi casa al ver que eran las seis de la tarde y no había rastro alguno de mi madre. Me acompaño a casa caminando y se aseguró de que hubiera gente en casa. Mi hermano Santiago abrió la puerta y le dijo a la directora que ya se podía ir, y ésta se despidió de mi con un beso en la mejilla y un "buenas tardes, tengan un lindo día" Ja. Si solo hubiera tenido un lindo día.


Mi hermano no me dejó entrar a casa porque dijo que me quería llevar a dar unas vueltas a la plaza. Me pareció medio raro que me diga eso porque mi hermano lo único que quería siempre era que yo no lo molestara, y estar lejos de mí el mayor tiempo posible para él era la gloria. Me llevo siete años con mi hermano, en ese momento él era un adolescente en pleno crecimiento, rondaba los quince, alto y escuálido, de piel morena al igual que yo y unos ojos grisáceos que dependiendo la luz que hubiera parecían verdes.


Ese día mi hermano tuvo que hacerse cargo de mí y de contarme la peor noticia que le podes dar a una nena de ocho años. Me dijo que no llorara, que él estaba ahí para mí. ¿Cómo se supone que reaccione una nena de ocho años al enterarse de que sus padres se van a separar? ¡No le digas que no llore! No te escuchara y solo lo hará con más fuerza. Estaba devastada. Me sentía tan para la mierda. Sentía que algo dentro de mí se había destruido. Dos casas, padrastro, madrastra, ya venía venir lo que se avecinaba. ¿Por qué se separaron? Supongo que con el tiempo lo supe. Pero a los ocho años, uno piensa que es su culpa. "Seguro se separaron porque soy gorda, porque me porto mal, y más bla bla bla"


No podía respirar, no reaccionaba. Mi cabeza iba a mil por hora asimilando lo que Santiago acaba de contarme. Me abrazó, me dio un abrazo tan reconfortante que me sentí bien de nuevo por un segundo, y no quise soltarlo por vario tiempo. Creo que estuvimos como una hora abrazados, en un banco de la plaza, yo llorando desconsoladamente y él, aguantando. Era obvio que mi hermano no podía llorar... ¡Él era el hombre grande en la situación! Tenía que reconfortar a la pequeña niña a la que le acaban de dar una trágica noticia. ¡No podía llorar! No debía...


A las dos horas de haber vuelto a casa, después de haber tenido la "gran charla" como mamá y papá sobre porque mi padre se iba a ir de la casa y todas esas mierdas que dice la gente para tratar de suavizar tal golpe, lo descubrí llorando en su habitación y pensé en entrar por un momento y darle un abrazo casi tan reconfortador como el que él me había dado en el parque hace unas horas, pero lo deje pasar. No iba a quitarle la ilusión de parecer grande y sobre todo no-débil delante de mí, su pequeña hermanita.


Y sí, mi mejor último día de clases en tercer grado siendo una de los mejores promedios de la escuela acabo siendo un verdadero desastre.


Terminé comiendo un plato de pasta recalentada que había quedado del medio día, escuchando como papá se despedía de mi hermano y haciéndome la dormida cuando entró a mi habitación. Me dio un beso en la frente y me susurro un "buenas noches princesa" porque pensó que yo estaba dormida, pero cuando cerró la puerta más lagrimas comenzaron a caer por mis irritados ojos, y caí en la cuenta de que era verdad, mi viejo se estaba yendo de casa para siempre, sin ninguna explicación.


¿Cómo puede ser? Nunca los escuche discutir, siempre estuvimos bien. Nunca note tensión entre ellos. ¿Cómo puede ser? Aunque claro, yo era una nena de ocho años y no me fijaba tanto en esos detalles, sino en detalles como el color de corbata que usaba mi papá ese día para ir a trabajar o el perfume que escogía mi mamá para recibir a mi padre cuando llegara del trabajo. ¿Cuándo comenzó a ir tan mal la relación entre ellos? No lo descubrí hasta varios años después cuando mi vieja me contó que fue toda la vida cornuda y que ya se había cansado de ser solo la que iba a las reuniones importantes. Y está bien, a mí tampoco me gustaría cargar con unos cuernos marca cañón. "De los cuernos y la muerte nadie se salva" dijo mi hermano la tarde en la que mi mamá me contó el porqué de su divorcio. Es hasta el día de hoy que tengo esa frase pegada en mi cabeza. ¡Es tan cierta!... Por dios, ¡tengo tantas cosas que contarles todavía!


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⏰ Última actualización: Jun 07, 2015 ⏰

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