𝗣𝗿𝗼𝗹𝗼𝗴𝗼

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[❝ 𝐁𝐫𝐢𝐥𝐥𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬.
𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐝𝐨𝐬 𝐩𝐢𝐞𝐳𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐨𝐫𝐨 ❞]


El amor a primera vista era ridículo.

Esa era la visión que él tenía.
No pretendía ser un experto en el amor, es mas, hasta detestaba la idea de solo pensar en ese sentimiento; porque le parecía la cosa mas absurda del mundo, pero el denominado “amor a primera vista” lo superaba con creces.

No es amor lo que uno siente cuando ves a una persona a la que consideras atractiva, no lo es. Es deseo, o envidia, pero los humanos son tan cortos de mente que automáticamente piensan que el creer que alguien es atractivo o que tiene buenas cualidades, es símbolo de enamoramiento.

Una tremenda estupidez.

Él, Ryomen Sukuna, no sabía lo mas mínimo sobre amar a alguien que no fuera el mismo, pero hasta el sabía que para enamorarte de alguien necesitas más que solo comprar con los ojos. ¡Por eso despues las relaciones no funcionan, y luego los humanos se quejan! Engancharte de la apariencia siempre acaba mal-Ya había tenido que lidiar con quejas de humanos que llegaban a el, rogándole, que les ayudara con sus dramas amorosos-.

Por eso, el no creía en ese cuentito de hadas...o al menos hace unas horas atras lo pensaba, mientras pasaba caminando por el bosque aledaño a varias aldeas vecinas, de las que captaba sentimientos de desamor, tristeza, enojo y sobre todo, frustración.
Al menos, eso pensaba, antes de verlo a él.

De pronto, su respiración se había cortado, y todo su alrededor se había esfumado para convertirse en solo una cosa; un escenario oscuro en donde dos hermosas piezas de oro brillaban más que el sol de primavera. Y a más las veía, mas sentía a su corazón volverse loco.

Él y el dueño de tales preciosas joyas se habían quedado quietos en sus sitios, mirándose. Él miraba esos hermosos pedacitos de sol, y el joven frente a él, se hundia en el océano profundo que poseía Sukuna.

Sukuna no quería mirar a ningun otro lado, y poco le importó comenzar a sentir las primeras gotas de una anunciada lluvia caer en su ropa y su cabello. Poco le importó comenzar a mojarse por completo, porque había decidido no hacerle caso a Uraume sobre llevar una sombrilla, porque ¿Que podía ser mas importante que estar admirando esos hermosos ojos ambarinos, que lo miraban tan fijamente?.

Esos ojos eran preciosos, eran brillantes, eran tan cálidos como el mismo sol. Y, quizás era debido a esa calidez, que las mejillas del Rey de las Maldiciones se habian comenzado a poner rojas.

—Uh...Oiga

Los ojos del enorme hombre se despegaron por un momento de los ojos del joven que le había hablado, y se fijó completamente en él.
Tenia un cabello rosado algo largo, alborotado y con apariencia picosa. Su piel era blanca, pero no lo suficiente para llamarlo pálido, era bastante alto; pero obviamente no alcanzaba ni a llegarle por completo al pecho a Sukuna.

—Creo que deberia irse a casa, se enfermará si se queda bajo la lluvia.

Su voz era suave, no era chillona pero tampoco muy grave, era perfecta.

El chico, totalmente ajeno a los pensamientos del hombre frente a el, se alejó del portico de su casa, entrando en ella. Salío con dos sombrillas, abrió una para el y con cuidado de no resbalar en el mojado césped, se acercó a Sukuna, extendiendole la otra.

El Rey de las Maldiciones no se esperaba esto, primero: El chico no desprendia energia maldita, ¿Como siquiera podía verlo si no era un hechicero?, y segundo: Sukuna no ocultaba su apariencia para nada, se veia de lejos las marcas de su cara, sus ojos e incluso sus brazos extras, y el chico no estaba asustado.
Y Sukuna no sabía como tomarse eso, si bien o mal.

Como no es ningun irrespetuoso-grosero si, irrespetuoso jamas- acepto la sombrilla, quitándosela al chico que en vez de esperar a que Sukuna la tomará, había abierto el objeto y lo había tratado de colocar sobre Sukuna para evitar que se moje. Pero claro, Sukuna media como 2 metros de alto, o mas, ni alzando el brazo mientras se ponía de puntillas lo haría alcanzar.

—Gracias—dijo el hombre, cubriéndose con la sombrilla, mirando fijamente al chico frente a él.

—No hay de que—sonrio el muchacho, mostrando sus bonitos dientes blancos, sus caninos sobresalían entre ellos.
A Sukuna le recordó a un tigre, mas específicamente a un tigre bebe, un cachorro; porque definitivamente este chico no llegaba ni siquiera a los 25.—¿No planea irse a casa? Ya le dije, se enfermara. No creo que la lluvia pare.

Y por él, que no lo hiciera. El ambiente frío y nublado junto a las gotas de lluvia que caían hacian resaltar aun más los ojos del joven frente a el, brillaban más que antes y su calor se expandia en el pecho del Rey. Sukuna deseaba tener una pintura de él en este momento, para colgarla sobre su trono, y verla todos los dias.

—Tienes unos ojos hermosos.

Los párpados de esos hermosos trocitos de oro se abrieron mas, y las mejillas del dueño de esas preciosuras se pusieron de un suave tono rojo. Parpadeó estupefacto, mirando fijamente al enorme hombre frente a él, en silencio.

Pasó un minuto completo, hasta que el joven hablo:—Gracias...sus ojos tambien son hermosos, señor. Parecen un bonito par de zafiros.

Y junto al cumplido, vino una sonrisa, que hizo que el corazón de Sukuna diera un salto, sus mejillas se pusieron mas rojas que antes y la garganta se le seco de golpe, esa había sido la frase mas cursi que habia oído en años, pero no le habia dado asco alguno. Mas bien, había hecho brotar en él un bonito sentimiento de alegría y placer que solo conseguía cuando asesinaba personas.

Este chico era un puto peligro.
Uno lindo, de sonrisa preciosa y un bello par de ojos, pero un peligro al fin y al cabo, no era una buena señal para él que un muchacho pudiera hacerle sentir ese tipo de cosas sin esfuerzo alguno.

—¿Como se llama?

La pregunta lo volvió a la realidad, el chico lo miraba fijo.

—Sukuna, Ryomen Sukuna.

—¿Ryomen Sukuna?—el chico pareció pensativo, como si hubiera olvidado algo—que extraño, siento que he oído ese nombre en algun sitio.

El muchacho fruncio el ceño, confundido, para solamente negar y suspirar con una obvia expresión de “no debe ser nada”—Yo soy Yuji. Itadori Yuji.

Y Sukuna fruncio el ceño. Ese nombre le resultaba familiar.

𝐋𝐚 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐚 𝐲 𝐒𝐮𝐬 𝐎𝐣𝐨𝐬 ||•𝚂𝚞𝚔𝚞𝙸𝚝𝚊•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora