de polvo de estrellas y brillo lunar

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Louis Tomlinson siempre consideró que ser autor de cuentos para niños era lo más sencillo dentro de la literatura. Una fórmula simple, con personajes simples y una enseñanza al final de sus relatos; a veces tomaría libertades de hacer dibujos infantiles.

Hasta que se dio cuenta que de hecho también podía tener un bloqueo de escritor. Algunos era cortos, nada que en un par de días no lograra despejar su mente y poder comenzar a plasmar las palabras en su computadora o incluso cualquier trozo de papel a la mano, otros eran más largos. Duraban semanas, incluso meses.

Era terrible. Su mente todo el tiempo solía estar sobrecargada de la universidad, con más ecuaciones matemáticas acerca de la ubicación de los planetas que cualquier ser mortal promedio podría llegar a conocer, en combinación con un mundo lleno de personajes aniñados ficticios que intentaban congeniar en un mismo universo. Lo amaba de todos modos. Amaba su carrera con locura, y los tiempos libres (que eran pocos) donde podía dedicarse a imaginar e imaginar.

Niall era el compañero de piso más ruidoso que alguna vez pudo imaginar. No lo detestaba, en realidad era un tipo bastante agradable con una energía brillante, pero los momentos de silencio nunca fueron su fuerte porque según él aquello significaba pasar un rato abrumador consigo mismo. No podría irse de ahí tampoco, la renta entre los dos era lo suficientemente accesible en un lugar promedio en un Londres costoso para un estudiante de la universidad como él.

Las noches eran sus mejores amigas cuando nadie le molestaba. El silencio era una paz, las estrellas fuera de su ventana tan cerca con un telescopio de gama media, y una MacBook con la pila destrozada.

Había sido testigo de la inauguración de aquella cafetería al final de la calle cerca de su universidad, pero no se sintió capaz de poner un pie dentro hasta un par de meses después. Era pintoresca, sentía que de alguna forma era uno de esos lugares que se había quedado atrapado en el tiempo porque su estética era ambigua a la época actual.

Le gustaba, aunque lo más especial al respecto no era ese librero de  novelas donadas por el público en general o el delicioso olor a café puro. Era mucho más complejo que ello, o al menos eso creía por supuesto.

El contacto visual había sido poco. Lo suficiente para realizar que sus ojos esmeraldas parecían una nebulosa radiante, no tenía millones de años ni millones de tonos de verde. Si acaso solo un par, muy sutiles para ser notados a simple vista.

Pero Louis había aprendido a ver las cosas lejanas más cerca a través de un lente astronómico.

Le gustaba su energía. Siempre recibía a los clientes con una sonrisa que marcaba sus hoyuelos en sus mejillas, y podría jurar que sus empleados eran los que mejor descansaban por las noches. No tenía duda alguna que sólo se hablaran maravillas de aquel lugar.

Con justa razón. Apenas había dado un par de visitas a la cafetería y ya deseaba volver cada día después de la universidad incluso si eso significaba pedir prestado un poco de dinero a Zayn para ajustarse el vaso de café más barato del menú.

Siempre prefirió el té, pero supuso que podría acostumbrar a su paladar porque era la especialidad de la casa.

La primera vez que realmente interactuó con él no la recordaba como algo tan excepcional. No para ser ese soñador de historias fantásticas que muy en el fondo todavía deseaba tener sus experiencias llenas de romanticismo empalagoso que alimentaran su creatividad artística y entonces pudiera escribir.

No importó de todos modos.

Él lo hizo, podría hacerlo todo el tiempo con la simpleza de las cosas que rodeaban a Harry Styles.

—Lamento la tardanza de verdad. Estoy volviéndome demente porque dos de mis empleados están a punto de dar a luz. Mitch y Sarah siempre fueron tal para cual. De todos modos ¿Qué puedo ofrecerte?

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