Tormenta

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El golpeteo no cedió, mucho menos la insistente voz de Cellbit proveniente desde el porche.

Roier respiró hondo, arregló su hoodie y finalmente abrió la puerta. — ¡Guapito! — Exclamó, tomándolo de los hombros con gentileza y barriéndolo con la mirada de pies a cabeza. — ¡Hay sangre en la entrada! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te hiciste daño?! — preguntó junto a la desesperación impregnada en cada letra, dejando que sus manos pasearan por el cuerpo contrario en busca de alguna herida.

Se dejó manejar, abrazando a su esposo para mirar sobre su hombro, había una enorme mancha roja oscura en los escalones de madera— Estoy bien, Gatihno. Solo fue un accidente, mi amor.

—La sangre— insistió pero más rápido Roier retomó la palabra. Se separó del abrazo, con las manos de Cellbit en su torso lo manteniéndolo cerca.

Debido a la presión, sus nervios aumentaban a cada segundo. Soltó lo primero que se le vino a la cabeza— Había un oso cerca —mierda— y-y quería entrar a la casa, pero yo lo evité porque, uhm, aquí aún hay cosas de Bobby que quiero conservar —miró alrededor de la estancia, notando que no guardó las vendas y el alcohol en el botiquín del baño— Me curé y estoy perfecto. Casi como si no tuviera ni un rasguño...el oso quedó peor — Rió entre dientes, pero no recibió una respuesta similar, pues Cellbit estaba muy concentrado. Algo parecía picar en su nariz que arrugaba y movía.

Finalmente suspiró y torció la boca en una mueca. —. ¿Por qué no me llamaste? — Cuestionó alzando una ceja y guiando su mano hacia las afueras de la morada.

—No te quería preocupar —tomó su rostro, acariciando sus mejillas con suavidad. Roier sintió caer el peso del engaño en sus hombros, ¿será posible que Cellbit lo perdone si se llega a enterar?—, debes estar muy ocupado con el tema de las elecciones, ¿no?

— Algo así... — La nariz del mayor volvió a arrugarse cuando aquel extraño aroma lo invadió, intentó limpiar su mente y concentrarse en su esposo. — Pero ya no tienes que preocuparte, Forever se encargará de lo restante. — empuñó su Warpstone dispuesto a volver al castillo. — ¿Te veo en casa?

Roier asintió y su expresión melancólica no pasó desapercibida por Cellbit, mucho menos cuando su mirada se dirigió inconsciente al final de las escaleras.

Cellbit guardó el artefacto, algo andaba mal. — ¿Tudo bem?

Volvió a asentir, distraído. Era tan contradictorio el nudo en su pecho, el cúmulo de emociones tras su reunión con Spreen...y ahora dejarlo.

Dejarlo por ir con Cellbit era lo correcto, pero no quería.

Estaba preocupado por el híbrido de oso; su aspecto enfermo, sus heridas. No podía imaginar por cuánto tiempo lleva esa insana forma de vida.

Roier es un tipo de sentimientos. Ama sentirse vivo incluso sí eso conlleva sufrir.

Ha tratado no sentir nada por Spreen, pero lo siente todo.

¿Podría Roier irse sin despedirse? ¿Podría sonreír, besar y seguir viviendo con su esposo cuando la más profunda herida y amor de su vida está ahí y ahora?

Apretó los labios— Tengo que limpiar un poco por aquí —se dirigió a la mesita, tomando la medicina—, perdón por desaparecer unas horas.

Cellbit guardó la Warpstone. —. Roier... — musitó, tomando su mano libre. — Has desaparecido por un día entero, no me enviaste ningún mensaje y... ¿quieres que te deje aquí como si nada? — Se llevó los dedos al puente de la nariz, buscando paciencia. — Ya se que vienes a dormir o lo que sea, me gustaría que fueras más sincero conmigo... yo lo entendería, ¿sabes?

Crudo InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora