Lysandro despertó sobresaltado, se había quedado dormido. Miró la hora en su teléfono y marcaba casi las ocho de la mañana.
—¡Mierda, mierda! ¡La universidad!
Luego recordó que ese día no iría a clases porque debía acudir con el doctor Viggo al control, así que se relajó un poco. Salió de su habitación y se encontró la casa desierta. Era una mañana atípica, por lo general él se levantaba muy temprano y preparaba su desayuno y el de Cordelia. Luego, ambos tomaban el transporte y viajaban juntos hasta que ella se bajaba antes, cerca del colegio donde estudiaba, y Lysandro continuaba hasta la parada donde tomaba otro bus que lo llevaba a la Facultad.
Esa mañana, sin embargo, las cosas eran distintas. Brianna, que era un ángel, el mejor ser humano que conocía, se quedó con ellos y se encargó de Cordelia.
—Tengo que comprarle algo lindo —se dijo a sí mismo entrando al baño—. O tal vez pueda invitarla a comer en ese restaurante al aire libre que le gusta.
Tomó la crema dental y el cepillo de dientes, entró en la pequeña ducha y abrió el grifo, el agua fría le cayó en la cara, le hizo dar un grito y pegar un brinco hacia atrás.
—Algún día tendré suficiente dinero para poner agua caliente.
Tomó aire y se metió bajo el agua. Su pensamiento regresó con Brianna mientras se echaba el champú en el largo cabello negro. Buscaría una forma de agradecerle que no implicara dinero. Lo que tenía en la cuenta apenas si le alcanzaba para llegar a final de mes y de su siguiente sueldo tendría que destinar una gran parte para pagar la factura de la clínica.
Lysandro terminó de lavarse el pelo y el cuerpo. Tomo el cepillo de dientes y echó el dentífrico. Como un rayo, la sonrisa blanca y radiante del médico invadió su mente.
La noche anterior había sido la más extraña por mucho que había vivido. ¿Por qué quisieron drogarlo? Y lo más raro de todo: Karel. Escupió la crema y se enjuagó la boca. Era un tipo raro el médico, aunque también apuesto y amable.
«Quería que sonrieras» le había dicho antes de despedirse con esa mirada dulce en los ojos entre ámbar y verdes.
—Tengo que reconocer que es lindo —se dijo a sí mismo mientras se secaba el pelo—. Lindo y raro.
Luego pensó en la deuda que tenía con él y suspiró haciendo cuentas mentales.
—¡Está del asco ser pobre! —se dijo y se envolvió la toalla alrededor de la cintura—. Debo encontrar otro empleo para los días en los que no estoy en el Dragón de fuego.
El muchacho se vistió con ropa holgada: camiseta y pantalón chándal, se ató el cabello en una cola suelta, tomó una cazadora con capucha, el bolso y salió del departamento rumbo a La Arboleda.
En el transporte público llamó a su amigo Jakob.
—¡Ey, bro! ¡'Tas vivo! —le contestó Jakob con voz risueña.
—De milagro —le respondió sin sonreír—. Brianna me dijo que tuviste un problema con tu auto.
—Bro, perdóname por no haberte ido a buscar, siento que es mi culpa lo que te pasó.
—No seas estúpido, no me pasó nada y no es tu culpa, demasiado haces yendo a buscarme. ¿Pero qué te sucedió?
—Algo con el motor. No sé bien, el coche está en el taller. Hermano, no podré ir por ti hoy y quizá mañana tampoco.
—Descuida, tomaré un taxi. Hablamos luego y me cuentas bien lo que te digan en el taller, tengo que irme.
Lysandro colgó la llamada y descendió del transporte una cuadra antes del Centro médico.
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Cuando Lysandro conoció a Karel
Roman d'amourLysandro es un estudiante universitario que tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes, entre ellos bailar en un local nocturno. Una noche, un misterioso sujeto le regala una flor roja y a partir de ese momento su vida dará un giro que lo ll...