Le dolía el pecho. Le dolía tanto que apenas podía respirar. Wanda tenía un agujero detrás del esternón y se retorcía en la cama. Las piernas encogidas, las lágrimas mojándole las mejillas y un grito atascado en la mitad de la garganta. Sentía rabia y tristeza, mucha tristeza. Tenía las entrañas en carne viva y el corazón le aullaba de pena. Una pena primitiva y antigua que no conseguía entender.
Wanda, una de las brujas más poderosas de Cloudyville, lloraba la muerte de Iris, su mejor amiga. Una muerte ridícula y que no tenía sentido.
Iris.
Bruja. Mujer poderosa y unida a la magia.
Ella. Que había luchado y sobrevivido a monstruos, hombres lobo y seres viscosos con filas de dientes interminables.
Ella. La persona con rayos púrpuras que le cruzaban las pupilas y una sonrisa perpetua encadenada a los labios. Había muerto. Y Wanda no podía soportar la idea de no volver a escuchar su risa. De no volver a ver sus botas militares grises de purpurina y sus vestidos góticos al entrar por la puerta de su habitación. De no volver a escribir hechizos juntas, codo con codo, durante horas, tumbadas en el suelo junto a un té de limón y miel.
Por mucho que intentara entenderlo, su mente no concebía la idea de que una bruja, alguien con poderes sobrenaturales y que luchaba contra el mal que acechaba la sociedad día tras día, pudiera irse a manos de algo tan banal llamado «cáncer». Una enfermedad silenciosa, agresiva y mortal, que había llegado sin avisar y se había llevado todo en apenas unos meses.
Iris no había perdido la sonrisa. Sin embargo, sus pupilas se habían ido apagando poco a poco, hasta que el morado característico no había sido más que una luz opaca que no conseguía mantener encendida durante muchas horas seguidas. Al final, su esencia se escapó por la ventana.
Una mañana de domingo, lo que hacía a Iris «Iris» dejó de existir. Su voz cantarina cesó y su cuerpo se convirtió en un recipiente vacío y frío.
Wanda no estaba allí, pero en aquel momento, hacía tan solo diez días, había sentido un tirón en las tripas, como si una parte de ella también se hubiera marchado para siempre. Y lo supo. Supo que nunca volvería a ser la misma y que, aunque el planeta Tierra siguiera girando, ajeno a todo, el mundo había cambiado para siempre.
Recibió la llamada pocas horas después y, sin ser muy consciente de ello, caminó hasta la habitación donde la mañana se hizo noche y la noche mañana otra vez. El tiempo había dejado de tener sentido y se preguntó si volvería a recuperarlo.
No sabía cuándo había parado de llorar, pero tenía la piel de las mejillas seca e irritada. El dolor le palpitaba en las yemas de los dedos y sentía cómo arañaba su interior, gritando por salir. Apenas tenía fuerzas para seguir lidiando con él, apenas tenía fuerzas para nada más.
Si Iris estuviera allí sabría lo que hacer, sin embargo, Iris no iba a volver.
Jamás. Y no existía la manera de traerla de vuelta, a no ser que...
El pensamiento nació sin que Wanda se diera cuenta.
Sus instintos se pusieron alerta y valoró la idea con cuidado, como si pudiera desaparecer antes de darle forma. Masticó y saboreó aquel plan en la oscuridad de su habitación. Su cuerpo vibró, anticipando la emoción, y pudo sentir la magia corriéndole nerviosa como hebras de energía debajo de la piel. ¿Podría hacerlo?
Empujada por una fuerza que no había sentido en semanas, se levantó de la cama y se abalanzó en dirección a su baúl. Un susurro apareció detrás de una esquina de su mente y le recordó lo mala idea que era perturbar el descanso de los muertos, pero no le importó. Solo habían pasado diez días.
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Entre mis Costillas
Short StoryCuando decides aceptar la magia como parte de tu vida Hécate solo pone una condición: nunca perturbes el descanso eterno. Sin embargo, Wanda ha perdido a su mejor amiga y no entiende el porqué. La magia parece la última opción para intentar arreglar...