— Tía, qué fuerte. — me la encuentro de rodillas observando la pared como si estuviera investigando algo. Cuando me acerco, sonrío sin poder evitarlo. Rozo casi con reverencia cada una de las marcas que hay en el marco de la puerta que da a la cocina.
— Recuerdo que cada verano nos medía para ver cuánto habíamos crecido de un año para otro. — Dafne me mira desde su posición con el ceño fruncido.
— Y de nuevo empezaba una batalla porque tú eras más pequeña. Lo-nor-mal. Te llevo cuatro años. — me siento a su lado y repasamos cada una de más muescas con su correspondiente anécdota. Las risas se unen al silencio de la casa, encogiéndolo cada vez más para dar paso a la alegría que una vez hubo. Lucho se une a nosotras después de su pequeña inspección, apoya su cabeza en mi pierna y como si fuera mi mantra la acaricio regulando mi latido con el suyo.
— Esta es de cuando me pase toda la noche estirándome para poder llegar al centímetro que me faltaba para entrar al grupo de danza del colegio. — las lágrimas de risa caen por la cara de Dafne al recordar el momento. Observar su gesto justo ahora me hace volver a ese día, yo tendría cuatro años y no comprendía por qué ella estaba enfadada, más tarde mi madre me explicaría que lo que pasaba es que no le permitían formar parte de algo a lo que llevaba aspirando todo el curso anterior. Los niños y sus crueldades.
Dafne lloró toda la noche. Ya no volvió a querer unirse a nada más en lo que le quedó de colegio.
— Tenemos que mirar las habitaciones. — me levanto con cierta dificultad y el perro me sigue hacia las escaleras que ya se conoce. — Está inusualmente tranquilo. — le digo a la figura que me sigue.
— Puede que sea por la presencia de mamá, ya sabes que imponía a pesar de tener cara de buena. Esas son las peores. — y me chincha con un pellizco en el culo.
— ¿Qué has querido decir con eso? - me giro para enfrentarla con un escalón entre las dos, dándome por una vez en la vida la ventaja de ser más alta que ella.
— Nada, nada. Eres un sol por dentro y por fuera, cabronceta. — se pone a mi altura y me da un beso para apartarme y seguir el ruido de patas que proviene de la planta de arriba. — ¡Lucho, como te hayas metido en mi habitación te la cargas! ¡Me da igual que tu dueña esté aquí!
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La revisión de la casa nos lleva toda la mañana. Son cuatro habitaciones y dos baños, salón, cocina, jardín, salita y el cuarto al que nunca le supimos dar nombre, pero al que nuestro padre se refería como su "despacho", al lado de la cocina y que siempre ha tenido más pinta de almacén que otra cosa, aunque la magia de mamá llegó hasta esa zona llena de color y flores por todas partes.
— Me da un poco de cosica tenerlo todo taaan lleno de flora y fauna. — veo como mi hermana acaricia una rosa pintada en la pared de mi habitación. — ¿A ti no? - no me mira, prefiere dedicarse a toquetear todo lo que pilla y dejar caer de vez en cuando alguna frase en referencia a nuestra madre de cuándo pintó esto o lo otro.
Mi atención, sin embargo, se centra en el espejo de pie ovalado que hay en un rincón y sin darme cuenta me encuentro ante él. Casi veo un recuerdo del pasado, disfrazada de hada dando vueltas frente a mi reflejo con la sonrisa en la cara. Aquellos días estaban libres de preocupaciones.
Un golpe detrás de mi espalda me devuelve a la realidad conmigo mirando mi barriga todavía plana. Con tanto ajetreo de las últimas semanas, apenas he sido consciente de que dentro de unos meses, algo muy pequeño saldrá de mí para formar parte del resto de mi vida.
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Eres mi rayo de sol
RomantikHay momentos vitales en la vida de una persona que marcan. Tu decides de qué manera quieres vivirlo. A veces, faltan herramientas para entenderlo y el apoyo de quienes te rodean es fundamental. Otras,... aparece alguien inesperado que aun no siend...