Yo esperaba una horda de ciudadanos enojados esperándonos fuera del gremio. Habíamos matado a Kahraman y a todos sus hombres en una noche. Habíamos quemado el gremio con todos los cadáveres dentro. Pero las calles estaban desiertas. Se respiraba miedo en todos los rincones. Supe que nadie vendría a detenerme. Buscamos a Nilüfer y los niños escondidos en nuestra comunidad antes de salir al Gran Desierto.
No había cementerios en la Ciudad Libre. Nos llevamos los cadáveres de todos mis fieles y los guerreros condenados, para ser enterrados en el desierto, como era costumbre. Llevamos también a Safiya, para que durmiera fuera de las garras de Kahraman y Bulak. Tham dejó una roca sobre cada tumba y rogó a la Bella Muerte que guiara sus almas, aunque sabía que era inútil, que no existió jamás. Oró con los ojos cerrados y las manos juntas. Oró al Universo, a la nada, al comienzo y al fin. Yo me uní al rezo, por tía Hanane, Deniza, Garth, Safiya, por todas las vidas que tomé y las que tomaría en el futuro. Por Tham y por Zula. Por el amor y por el Caos.
Acampamos en el desierto. Bajo la luz del día, todo era más bello. Las carpas blancas levantadas por la noche se agitaban con el viento. Me había bañado al fin y lucía vestiduras negras como la Bella Muerte. Pero yo no era una diosa. Yo era una simple mujer, defectuosa, humana.
Cargaba sobre mis hombros las vidas de todos los fugitivos que llegaron a la Ciudad Libre en busca de una esperanza. Había decidido convertirme en reina, por ellos, para darles un hogar. Pero, al tomar esa decisión bajo la influencia del Caos, perdí a Thamsan, el amor de mi vida. No estaba segura de cuánto había sido mi voluntad y cuánto manipulación del Caos. Yo nunca me interesé en proteger a otros. Siempre hice mi voluntad sin importarme nadie más. Pero, tras haber sido esclava, tras haber sufrido en mi piel toda la maldad humana, algo cambió. Por eso rescaté a Thamsan. Por eso ayudé a los fugitivos en nuestro camino a la Ciudad Libre. Pero... ¿Yo hacía esto por ayudar a otros, o por egoísmo? ¿Era el Caos o era yo tomando las riendas? Luego de nuestro enfrentamiento en la mazmorra de Kahraman, el Caos mantenía sus distancias. Ya no podía controlarme igual que antes. Ahora permanecía callado y a la espera.
Me acerqué a Nilüfer y los cuatro niños sobrevivientes, quienes jugaban alrededor de su carpa.
— ¡Majestad!— exclamó Nilüfer.
Me alegré de verla sana. Ya no usaba la pintura de labios roja, y tenía el cabello peinado en una coleta. Pero seguía teniendo ojos brillantes de loca. Estaba a punto de arrodillarse, pero la detuve. Me rodeó con los brazos, llorando.
— ¡Lo siento mucho, señora! No pudimos hacer nada.
Le acaricié el pelo mientras sollozaba recostada en mi hombro.
— Descuida, Nilüfer. — sonreí. — Ya acabó todo. Buscaremos un nuevo hogar.
— Puede confiar en mí para lo que necesite. — dijo ella.
— Lo sé. Te confío a los niños. Se viene la guerra y no podré estar siempre con ustedes. Protégelos. Eres más fuerte que yo.
Nilüfer se apartó y limpió su rostro.
— No merezco esas palabras, majestad.
La besé en ambas mejillas.
— Ve, desayuna y descansa. Pronto nos marcharemos.
— ¿A dónde, su majestad?— inquirió ella.
— Buscaremos un nuevo hogar.
Nilüfer se inclinó y regresó con los demás. Yo fui a la carpa de Zula. El brujo estaba sentado en unas mantas. Ahora vestía de blanco, algo inusual. En sus brazos tenía al niño de Dilara, envuelto en una cobija. Zula tatareaba, cabizbajo, los rizos cayéndole sobre el rostro. Me arrodillé junto a él.
ESTÁS LEYENDO
Halima, sangre y fuego
Fantasy"Pronto despertará el Nuevo Rey del Caos y unificará a todas las criaturas". "¿Y qué será de mí?", pregunté. "Serás reina". Pero nunca entraba en detalles la escurridiza criatura. Yo había aceptado el trato para ganar mi libertad. Sabía que no er...