Capítulo 38.

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Capítulo 38. Una herida memorable

Ashley Greythorne 


18 de enero 2022

—¿Realmente te vas a ir sin verme?

—No me voy todavía—le replico a Aaron a través de mi celular mientras bajo las escaleras.

—No, pero te irás y si ella no ha aparecido en ese lapso entonces ¿no vas a venir a verme? —Ruedo mis ojos a pesar de que no me puede ver mientras camino hacia la biblioteca, entre los estantes y hasta el final donde se encuentra la puerta.

Me quedo de pie observando la pulida y bien cuidada madera blanca mientras muerdo el interior de mi mejilla.

—¿Puedes dejar de victimizarte? —cuestiono casi silenciosamente mientras paso mi peso de un pie al otro.

—De hecho, no, lo aprendí de ti.

—Oruga imbécil.

—Al menos voy a ser una mariposa ¿y tu qué? ¿Puedes ser un insecto y evolucionar a otro? —Casi puedo imaginarlo sacando la lengua de manera infantil y yo resoplo, rebuscando en mis bolsillo hasta dar con la llave de la puerta, en cuánto la encuentro y abro tomo un profundo respiro antes de arrastrar mi mano por la pared hasta encender la luz.

Hay un ligero olor a humedad a pesar de que papá viene con frecuencia a abrir las ventanas, el estudio fue añadido a la casa hace unos pocos años, específicamente cuando empecé a estudiar arte.

La biblioteca estaba dedicada para mis hermanos, hay un estante de puros libros estadísticos y matemáticos como hay un par de libros de derecho, leyes y casos, también hay uno dedicado a las artes, pero yo no soy de las que busca teoría sino practica y ya había manchado las paredes de mi habitación más veces de las que mamá me había podido regañar.

Así que papá decidió hacer un estudio de pinturas para mí, pasé mucho tiempo aquí los primeros dos años de mi carrera.

—¿Entonces?

—¿Qué? —indago moviéndome entre los múltiples caballetes hacia la larga mesa con pinceles, pañuelos, pinturas y un par de utensilios más.

—¿Realmente no vas a verme?

—Prefiero no hacerlo—musito sosteniendo el celular entre mi hombro y mi oreja para tirar de una de las sábanas blancas revelando una de mis primeras pinturas decentes. Algunos trazos eran un desastre y mi pulso era una mierda, pero todavía se puede apreciar lo limpio que resultó el retrato de mi hermana.

Lo cual casi es un autorretrato.

—¿Debería ofenderme?

—Solo ignorarlo, prefiero no tener que exponerte—murmuro retirando otra sábana para ver el lienzo iniciado de lo que creo era un caballo en pleno galope, nunca lo terminé.

—¿Exponerme a qué? —Me quedo en silencio retirando otra sábana para ver el inicio de lo que podría ser la torre Eiffel, no sé exactamente qué sea porque tampoco está terminado.

Humedezco mis labios encaminándome al fondo del estudio para tomar uno de los lienzos colocados contra una de las paredes, bajo una de las pinturas sin terminar para colocar el lienzo en blanco sobre el caballete y me encamino hacia la mesa para elegir un par de pinceles junto a mi paleta.

—Hablaremos luego, gusano.

—¿Qué estás...? —cuelgo arrojando mi celular sobre la mesa para verte las pinturas en la paleta y moverme hacia el lienzo en blanco.

El placer de odiarnos ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora