๑Prólogo.

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Oliver conoció a Lucius en la universidad. A diferencia de Oliver, quien era el ayudante en la cafetería universitaria y que se encargaba de preparar los sándwiches y servir las malteadas, Lucius era el típico niño adinerado que vivía del apellido y el dinero de sus padres. Sin embargo, cuando se encontraron por primera vez, ese día en el que Oliver tropezó y terminó cayendo a los pies de Lucius, mojándolo con una malteada y embarrando con kétchup sus zapatillas.

—¡Mierda, perdón! De verdad, perdón. No vi...

Oliver estaba temblando. Apenas había logrado encontrar un empleo y sin duda iba a perderlo después de eso. Esas zapatillas costaban más que la cafetería entera, no tenía pruebas, pero tampoco dudas. Todos los estudiantes en esa universidad eran hijos de empresarios y políticos.

—¿Estás bien? — unas generosas manos se acercaron a él, levantándolo del suelo con delicadeza. —No te preocupes, no pasa nada — dijo el alfa, mientras miraba sus ojos húmedos y temblorosos.

Los ojos grises del alfa lo miraron preocupado y los ojos azules del omega se derritieron en lágrimas ante el contacto... como una pieza de porcelana que se rompía, pero al mismo tiempo solo se rajaba.

Ahí comenzó...

Pero fue una completa mierda.

Las tardes después de la universidad y el trabajo se convirtieron en tardes para ellos; cine, paseos, platicas, todo aquello que se resumía en citas. Un alfa sin límites y un omega limitado hasta más no poder.

Se unieron de una manera única, como solo un alfa y un omega pueden hacerlo. El sexo era la cereza en el pastel, ambos lo disfrutaban al máximo. Sin embargo, había una regla fundamental en sus encuentros: Lucius no podía marcar a Oliver. El éxtasis podía hacerles decir y anhelar cosas que ambos sabían que estaban fuera de si. Se tocaron y recorrieron sus cuerpos sin punto final, conocieron bien sus lunares y los lugares que más les gustaba del uno y el otro. Conocieron bien el sabor de sus labios y lo rojos que podías ponerse por el exceso de besos.

Jamás fue algo oficial, Oliver lo acepto como era... un pasatiempo que en algún momento los aburriría.

Hasta que pasó...

Lucius se comprometió, pero no con él.

Y Oliver lo aceptó. Lo acepto como todo de él.

Se enteró por televisión. La pulcra imagen del rostro del alfa ojigris se vio en la pantalla, vestido con un traje negro y con la corbata que Oliver le había regalado en Navidad. Tomaba la mano de una bonita omega, que lucía un vestido blanco como símbolo de su compromiso. El futuro CEO de una de las compañías de tecnología más grandes de Londres junto a la joven heredera de una cadena de hoteles lujosos.

Y él... Un simple omega que trabajaba como mesero y vivía en un pequeño departamento de 3x3 en el centro de la ciudad.

Era una completa mierda.

Se fue sin mirar atrás.

Lucius no lo buscó.

Su compromiso duró dos años. La primavera en la que se formalizó el matrimonio, la noche anterior antes del matrimonio sus ojos volvieron a encontrarse.

Tuvieron sexo en el motel de al lado y siguieron sus caminos. Solo fueron un desliz para el otro, algo que solo sus cuerpos querían como despedida, en el silencio que no podían decir y así como sus palabras de esa noche, cargadas de tanto y al mismo tiempo vacías, se separaron una vez mas.

Lucius se casó.

Oliver se fue.

Lucius anunció el embarazo de su ya esposa cinco meses después de la boda.

Oliver tenía cinco meses de embarazo.

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