๑Capítulo 12.

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Kenai Winslow, una incógnita de persona para muchos, para algunos un monstruo y para otros un angle. Para Lucius, Kenai era una incógnita. Un ser extraño que había venido para destruir lo que él también quería.

Las farmacéuticas de su padre finalmente sirvieron de algo, después de mucho tiempo en el que Lucius creyó que no tendrían utilidad. Solo debían crear algo lo suficientemente letal como para cambiar el curso de los acontecimientos.

Durante años, las empresas de su padre habían estado a la vanguardia de la investigación y el desarrollo de medicamentos. Sin embargo, en este momento de desesperación, esas habilidades se redirigieron hacia la creación de un veneno potente y de acción rápida. Lucius había supervisado cada etapa del proceso, asegurándose de que la fórmula fuera perfecta.

Se lo dejo a Kenai.

Miró las jeringas en la mesa y sonrió.

Los alfas dominantes, tan letales, fuertes y extraños como ellos mismos, emanan feromonas con el poder de destruir y convertir. Sin embargo, para que estas feromonas surtan efecto, deben salir del sistema del alfa dominante. El choque de feromonas puede causar pérdidas de memoria e incluso un derrame cerebral, llevándolos a la muerte. Los alfas dominantes eran su propio veneno, pero ¿qué sucede si se acelera ese proceso?

El equipo de investigación había descubierto que al amplificar la producción de feromonas, se podía desencadenar una reacción en cadena en el cuerpo del alfa dominante. Los resultados preliminares eran alarmantes: una sobredosis de feromonas no solo afectaba a quienes las inhalaban, sino que también ponía en peligro al propio alfa. Un aumento repentino en la producción de feromonas podría causar un colapso biológico interno, acelerando el proceso de autodestrucción.

Era el proyecto Laurel.

Kenai era una mente maestra para esto.

Tomó las jeringas y las metió en el bolsillo de su traje.

—Son solo muestras, pero no sabemos si los efectos son los que queremos. Necesitamos un conejillo de indias —dijo Kenai.

—Te diré si hacen efecto.

—Gracias —el omega se puso de pie. —Me retiró y por cierto —sonrió. —Orion te manda un saludo.

°||°

Oliver miró a su hijo, que dormía plácidamente como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo. Su cabello, cada vez más escaso por el cáncer, y su piel, más pálida, reflejaban la batalla silenciosa que libraba su pequeño cuerpo.

¿Qué pasaría ahora que Lucius sabía de él?

Escucho pasos detrás suyo y rápidamente se sentó en la gran cama, cubriendo a su hijo que dormía.

Era Lucius.

—Lucius...

—Los niños están tomando una siesta —dijo Lucius. —Deberíamos hablar ahora.

—No hay nada de lo que tengamos que hablar.

—Kian.

Oliver tragó grueso al sentir como su hijo se removía detrás suyo.

—Él no tiene nada que ver.

—Hay un tratamiento en Holanda, es el mejor para niños con leucemia.

—No.

Oliver quiso matar su orgullo innecesario y del que ya había perdido la mayor parte, pero no se lo permitió así mismo.

—No tienes opción.

—Lo sé.

—Entonces no te niegues.

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