Nacer en una familia deshecha, desconocer el paradero de tus hermanos, ser abandonado por la persona que te dio la vida...
Crecer con un padre, uno que solo le dedicaba tiempo a su trabajo, entre los movimientos de las finanzas...
Ser obligado a convertirte en una réplica de él.
Ao Bing, tercer hijo y heredero del empresario Ao Guang.
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Los rayos del sol bañaban la ciudad, grandes edificios, autos y personas por montón.
A través de un gran ventanal, desde el último piso de un enorme edificio, un joven de cabellos azulados y traje blanco observaba a las "hormigas" moverse de un lado a otro. Unas sobreviviendo como pueden y otras convirtiéndose en un estorbo.
Eres quien sigue...
Esas fueron las últimas palabras de su padre antes de desvanecerse en aquella camilla de hospital, completamente solo, sin nadie a quien le importe y con su último aliento mencionando palabras vacías.
Hijo mío.
Un golpe en la puerta irrumpió el silencio en el gélido lugar; enseguida fue abierta, dejando ver a su secretaria, quien con una leve inclinación saludó. — Mis disculpas. — decía mientras mirada hacia el suelo evitando ver a su jefe. — Señor Ao, la próxima reunión empieza dentro de cinco minutos en la sala principal. — volvió a inclinarse. — Con permiso. — se giró dispuesta a retirarse, pero fue detenida por una pregunta que le heló la sangre al instante.
— ¿Cómo se encuentra su madre, señorita Sha? —
— Se encuentra bien... Señor Ao. —
La voz temblorosa de la pobre chica era música para sus oídos, alimentaba su ego y con ello recordar que tenía el poder sobre todos.
— Puedes irte. —
La habitación volvió a quedar en silencio.
Miró por última vez su reflejo antes de alejarse del cristal; con pasos firmes, se acercó al escritorio de madera fina donde tomó una botella de whisky, vertiendo un poco en un vaso de vidrio. Alzó su trago, brindando en el aire, y después lo acercó a su boca, bebiéndolo lentamente y disfrutando del ardor en su garganta.
— Es hora de deshacerse del peso muerto. —
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— Señor Ao, ¿Qué le parece algo a cambio de un monto?, le juro que esta vez valdrá la pena. —
La reunión recién empezaba y el hombre ya se había vuelto insoportable, tantos intercambios en un intento de beneficiar a ambos ya se habían vuelto una completa molestia.
— Deje de engañarse, Sr. Yasha. Todos sabemos que está en la ruina, sus empleados están a más no poder para enviarlo a prisión, así que le pido de favor que se retire. —
— Solo es un pequeño contratiempo... — el hombre sintió el miedo recorrerlo por completo. Empapado en sudor empezaba a transpirar y con una pequeña chispa de esperanza siguió intentándolo. — El chico aquí a mi lado se llama Ne Zha Li, es uno de los mejores en su área, toda tarea es cumplida al pie de la le- —
— Tengo el suficiente personal para encargarse de todo. —
Ao Bing observó al hombre regordete abrir la boca, pero ninguna palabra salió; entonces centró su atención al chico, dándose cuenta que lo miraba.
Ya harto de la situación decidió dar por finalizada la reunión, pero antes de hacerlo siguió mirando a aquel joven, analizando cada parte de él, su vestimenta desarreglada, extraños tatuajes en ambos lados de su rostro, su cabello desaliñado peinado hacia arriba en un raro estilo y un porte despreocupado, pero seguro. Por alguna razón no podía apartar la mirada, pero lo que terminó por atraerlo fue la aparición de una sonrisa, una que decía más de lo que debía.
— ¿Cuánto quieres? —
Una enorme sonrisa apareció en el rostro del hombre. — Lo suficiente para huir de este lugar. —
Un solo chasquido de los dedos de Ao Bing fue más que suficiente para que su llamado fuese atendido. Ambas puertas de la sala fueron abiertas de par en par, por donde entraron cinco de sus guardaespaldas posicionándose detrás del pobre hombre. — Ellos se encargarán de todo. — se levantó de su asiento acomodando su ropa. — Venga conmigo, Sr. Li. — ambos salieron y antes de que las puertas fuesen selladas giró despidiéndose. — Espero que tenga un buen viaje, Sr. Yasha. — el hombre reía por la emoción al ver que su petición había sido aceptada.
Ao Bing caminaba junto a su ahora pertenencia y justo antes de doblar por aquel pasillo fuertes detonaciones inundaron el lugar.
Todo estaba hecho.
Al llegar a la oficina, Ao Bing se dejó caer sobre el sofá aterciopelado desabotonando su sacó. Miró hacia la puerta donde aquel joven se había detenido.
Siguió observándolo en silencio, y sin darse cuenta...