Araguaney

Epílogo

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Ya ha pasado un año desde que nació el nuevo árbol de Araguaney.

La magia reconstruyó parte del pueblo, sin embargo ellos tuvieron que reconstruir el resto, por ejemplo, la nueva casa de los Duarte, que se quedarían a vivir ahí, tal y como lo quisieron Chía y Simón.

Gladis decidió suavizarse en cuanto al trabajo y, aunque ejerció su papel de líder, comenzó a pasar más tiempo con Fernando.

Descubrieron que tenían en común más cosas de las que pensaban, era su oportunidad de recuperar los lazos perdidos.

En consecuencia, se recuperó la tradición familiar de compartir con los demás pueblos y así lo hicieron.

La leyenda volvió a resonar por la región y muchas personas tuvieron consigo un pedazo del pueblo del Araguaney.
Aunque, para no depender de este, el pueblo original también empezó a recibir recursos de otras ciudades.

Sin embargo, Fernando no podía quedarse ahí para siempre; El muro ya no estaba por lo que ahora podía recorrer el mundo, tal y como lo había soñado.

[...]

— Bien chicos, es hora de salir. —Dijo el muchacho en la ventana de su habitación, había abierto la jaula de sus turpiales y los iba a dejar ir.

Los pajaritos lo vieron dulcemente, pero era ahora de ser libres.

— Lo sé, Chía, Simón... Los voy a extrañar ¡Pero ahora vuelen libres!

Y luego de una despedida, las aves volaron lejos, volaron hasta el cielo en busca de una vida en su verdadero hábitat.

Por supuesto, no eran los únicos que iban a dejar el pueblo.

Cuando salió de casa se encontró con dos caballos; Uno montado por Miranda y uno esperando por él.

— ¿Tienes todo listo? Comida, ropa, kit de primeros auxilios. —Preguntó Óscar.

— Sí, papá, lo has preguntado cinco veces...

Fernando llegó a la escena, él ya estaba listo.

Por primera vez iba a vivir su vida ¡Qué emoción!

Pero antes de subir a su caballo no olvidó de despedirse de su hermana, dándole un abrazo cálido que, en el fondo, no quería que terminase.

— Gladis... Te voy a extrañar mucho...

— Yo también.

— ¿Y si mejor me quedo?

— No, no, no.... Ya no puedo retenerte más tiempo.

— Pero tú...

— Suerte ahí afuera. —Le guiñó el ojo.

— Sí, tienes razón. ¡Hasta luego!

Subió a su corcel y junto con Miranda, se alejó de ahí.

Mientras el sol brillaba fuerte en el horizonte.

🏵️EL FIN🏵️

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