De entre tantas historias de entre tantos mundos, hoy te contaré la de un pequeño niño que vivía en una cabaña con sus abuelos. Todas las mañanas, cuando el sol saludaba las pupilas cafés del abuelo y abría las cortinas para saludarle de vuelta, el niño salía a jugar un rato en el jardín. A su vez, la abuela se acomodaba en su silla de madera.
-Mi niño, no vayas a irte muy lejos, quédate dónde te pueda ver tú abuela -exclamó la anciana, mientras tomaba un sorbo de su taza de café.
El niño siempre hacía caso a lo que decían sus abuelos. Jugaba en el césped con sus juguetes hechos de tela sin alejarse demasiado. Las flores habían crecido desde hace unos días y las abejas revoloteaban en los pétalos de par en par. Una de ellas, con sus alas y su color amarillo, como si hubiese absorbido el brillante color del sol, captó la atención del pequeño, quien la miró y comenzó a seguir sus aleteos de inmediato. Mientras jugaban, se unieron más abejas que no dudaron en hacer reir al niño y pasar un momento feliz.
En el camino se toparon con grandes árboles que llevaban a un oscuro bosque en el que no debía entrar, ya que se alejaría demasiado de la casa de sus abuelos. Las abejas seguían volando y se perdían entre los troncos. El niño miró hacia la casa y con miedo entre sus zapatos, dio un paso hacia delante, adentrándose en el bosque. Ahí pudo alcanzar a sus amigas de pequeñas alas, continuando su diversión. De entre las hojas se asomaban diversas pupilas que miraban con intriga al niño y a sus pequeños amigos voladores, por lo que no tardaron en hacer acto de presencia.-¿Qué tal, pequeño? ¿eres nuevo por aquí? -dijo un zorro de un color naranja opaco y con una cicatriz en una de sus patas traseras.
-Vemos que estás jugando con las abejas ¿Podemos jugar un rato? -preguntó el acompañante del zorro, un mapache con un pelaje mugroso.
Las abejas, asustadas, rápidamente se fueron volando hasta perderse entre las hojas.
-Una pena, no era nuestra intención asustarlas, solo queríamos unirnos a la diversión -exclamó el zorro mientras daba un paso hacia delante.
El niño, un poco asustado, le dijo al zorro que no había problema, que ellas volverían. Eran muy amables, así que por supuesto que los dejarían jugar.
-Me halaga que un pequeño como tú me permita jugar, pero me preocupa el estar cerca de esas abejas. ¿Has visto con atención esos pequeños vellos amarillos? dicen que están llenos de gusanos -dijo el zorro de una higiene dudosa.
-Oh, si, y que sus patas sucias se paran en las hermosas flores y ensucian sus pétalos -continuó hablando el mapache -sin olvidar que son unas raritas del bosque.
El niño no sabía que responder, el jamás había visto eso en el pelaje de las abejas y siempre las veía cuidar de sus patitas cuando iban de flor en flor.
-Créeme, niño, cuando menos lo pienses, aprovecharán para encajar su aguijón en tú pecho y tomar tu sangre para hacer miel.
El niño estaba pálido, víctima del miedo y de los comentarios de los dos. Detrás de un árbol se escondía una abeja, que no aguantaba la rabia de escuchar a esos dos decir mentiras sobre ellas. Aleteo sus alas y fue de inmediato, cegada por el enojo, en dirección al zorro que no paraba de hablar. Por la rabia y el desespero, terminó por encajar su aguijón en aquel sucio mapache.
-¿Que rayos fue? Aja ¿ves, niño? esto es lo que te decimos -él mapache soltó un grito de dolor mientras pedía que le quitarán la abeja de una vez.
De tanto movimiento, la abeja cayó al suelo y el niño, a quien se le olvidó por completo aquel miedo que estaba sintiendo por los comentarios, corrió para intentar auxiliar a su pequeña amiga. Lamentablemente, él acababa de descubrir que cuando una abeja se desprende de su aguijón, jamás vuelve a probar el dulce olor de las flores, ni la deliciosa miel de la vida.
De inmediato llegaron más abejas a observar los últimos momentos de su camarada.
Él zorro y él mapache compartieron miradas y comenzaron a intentar morder a las abejas con tal de hacerles daño. Él niño se limpio las lágrimas y gritaba que se detuvieran, que ya era suficiente. Él quería decirles que las abejas vienen a llevarse a quien hace unos momentos era su amigo, pero los dos hicieron caso omiso. Ambos bandos hacían de todo por salir lo menos heridos posible, pero mientras él zorro y él mapache tiraban mordidas a diestra y siniestra, las abejas jamás levantaron su aguijón, ni siquiera se veían interesadas en responder.
Él niño gritó tan fuerte que su abuelo pudo escucharlo. Salió de su casa y no dudo dos veces en adentrarse en el bosque para buscarle. Al llegar, él abuelo levantó su machete y asustó a aquel par de bolas peludas. Uno de ellos apenas y podía correr, el veneno de la abeja ya estaba haciendo efecto. Él abuelo tomó de los brazos al niño y esquivando ramas y troncos, salieron lo más rápido de aquel bosque.-Abuelo ¿Por qué hicieron eso? ¿Por qué dañaron a las dulces abejitas? -dijo el niño mientras iba en brazos.
-Adivinare, ¿te contaron esos prejuicios y comentarios de que ellas son sucias y malas? -ni si quiera esperó a qué el niño contestara -siempre dicen lo mismo. Suelen decir todo eso porque no son felices con ellos mismos, viven vagando en el bosque, creyendo que lo que dicen es la verdad absoluta. Si jugar con las abejas te hace feliz y sentirte cómodo, entonces seguir así es lo mejor que puedes hacer.
Al llegar a casa, la abuela volvió a sentirse tranquila después de mirar que su nieto estaba sano y salvo. Lo tomó en brazos y después de sentarse, lo puso sobre sus piernas.
-Oh, cariño, me alegro de que estés bien, yo y el abuelo hicimos tu sopa favorita. Por el momento, te diré un poema, como los que siempre te alegran el día para que te sientas mejor.
"Abejita, abejita, que vuela desde que sale el alba, hasta que se esconde el sol.
Me sacas una sonrisa con tu brillo y tu color.
Las tormentas de invierno, que de vez en cuando susurran comentarios de horror.
No cambiarán lo que yo pienso de ti, abejita de buen olor.
Porque se que eres tan buena, amable y un ser de amor.
Y que regalas alegría de flor en flor.
Abejita, abejita, no pierdas jamás tu aguijón o te llevarás contigo a mi latente corazón".-Casi estuve apunto de creerles, abuela -susurró el pequeño al oído.
-Tranquilo, hijo, es normal, ten bien presente dentro de ti que solo un tonto cambia la dulce miel de unas amables abejas, por el sucio rasguño de un desagradable zorro.
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Las abejas en el bosque oscuro
Short StoryUn pequeño niño saldrá de la casa de sus abuelos para adentrarse en un bosque, donde se encontrará con un par de problemas que le enseñaran que las abejas a veces no vuelvan tan alto.