El apetito voraz de Randal quería una sola cosa, comerse un apetitoso asado. Un gusto negado para él, pues bien, su hermano Luther se lo había prohibido, recordándole como la primera y última vez que probo uno fue un desastre. Un feroz animal que araña y muerde todo a su paso, sin importarle que o quien sea dejando como consecuencias mordidas en la pared y daños al tapiz, incluyendo el suéter del pobre Nyon. Hubo lagrimas ese día.
Comprender a su hermano y sus prohibiciones estaba de más, tratar de convencerlo era un intento que el pelirrojo no estaba dispuesto a hacer, era solo una pérdida de tiempo con resultados inútiles sin frutos y con regaños. Lecciones que Randal ya sabía muy bien. él ya había madurado desde ese incidente, lo suficiente para entender.
A pasos lentos, Randal llega a su cama. Si bien el enojo hacia su hermano cesa, el hambre que yace en su interior no. Su mente lo engaña al imaginarse un delicioso bistec solo para él, uno finamente preparado, justo como él lo quiere. El pensamiento de tenerlo le hizo mal. Ese sentimiento juntándose con los demás le provocaron agruras.
La preocupación de algo tan tonto lo llevo a esto.
Un evento exagerado por las palabras del mayor, tan simple e incomprehensible que parecía un chiste para aquel quien lo escuchara salir de su boca, era eso solo un chiste mal contado, sin tomar su veredicto. Cansancio de nunca terminar en esta casa.
Cansancio pesado, una carga pesada en el lomo del más joven, lo suficientemente pesado para llevarlo a su santuario, su hogar personal.
El país de los sueños, hecho por y a medida de su persona, lo recibe cálidamente con su paisaje agradable ante la vista.
Al cobrar conciencia de sus alrededores, Randal busca a su amado entre los pasillos de la inmensa escuela. Encontrarlo en uno de los salones vacíos, no le tomo mucho tiempo. El joven de cabellos negros le dedica una sonrisa cálida al verlo, la cual llega al corazón del pelirrojo. Él se abalanza presuroso en los brazos del contrario. Su querido Satoru.
El dulce momento es pasajero ya que Randal puede sentir un malestar en su estómago, aún tiene hambre. Su compañero nota esto y lo toma de la mano, el pelirrojo corresponde el agarre y propone un paseo a las afueras del instituto a lo cual Satoru acepta cortésmente.
La caminata por los pasillos parecía más larga que lo habitual, pero valió la pena al salir al patio trasero. El aire fresco dándole por la cara lo relevo de su incomodidad por un breve momento, sin embargo, no sabía con exactitud hacia donde lo dirigía el pelinegro, quien tomo el mando. Al alejarse de la escuela, producto de su larga caminata, Satoru soltó su agarre, mostrándole su obra a un Randal sorprendido, una parrilla humeante, con ingredientes organizados propiamente en una mesa pequeña.
Los rugidos de su estómago clemente resonaron en su ser una vez más. Ni bien sus deseos se hicieron presentes cuando Tsukada había empezado a preparar todo.
"¿Podría ser esto un picnic?"
"¿Podría?"
"¿Podría serlo aún siendo carente de lo distintivo de los mismos? Un mantel largo a cuadros tendido cuidadosamente sobre el pasto"
La suave brisa sonora al llevar sus palabras al viento queda en silencio al ambos callarse. Los platos de porcelana relucientes tanto como la comida elegantemente presentada sobre ellos eran bellos, bello como lo es el esfuerzo detrás de su preparación, pero, atraían moscas llevadas por la brisa misma.
Pronto un nubarrón de insectos se posa sobre ellos, rápidamente vistos por Randal quien trata de alejarlos lo mejor que puede de sus platillos sin comer. En un intento desesperado, el joven Ivory le brinda los platos a Satoru para resguardarlos mientras el se quita su chaleco negro para ahuyentar a los mosquitos.
Por más que lo intentara no parecían irse.
Randal cayo rendido al pasto, soltando su chaleco negro ahora arrugado.
"Lo siento mucho"
"No tienes por qué disculparte, Dal"
"Es un desastre"
Un sabor agridulce haciéndose presente en su boca, unida a las picadas en sus brazos. Las ronchas formando relieves en su piel. Una combinación punzante.
Satoru abrazo al contrario rodeándole dulcemente en un abrazo. Sollozante, Randal postro su cabeza en el pecho del pelinegro, escuchando los latidos emanados de su pecho, los suaves dedos que acarician y se entrelazan en su cabello despeinado emanan amor. Los sollozos paran y se reemplazan con las tibias palabras de su amado.
"Yo creo que si es un picnic"
El tacto que siente en su cara y limpia sus lágrimas afirma cariño.
Ambos platillos cautelosamente cuidados yacen intactos.
Al abrir los ojos nuevamente, estos se llenan con el panorama de su habitación. En quietud, Randal se levanta y procede a mirarse a sí mismo en el espejo del tocador. Lleno de firmeza.
"Una bella cita de picnic"
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