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Jeon JungKook: El gato y el ratón.

El club estaba a reventar. Las mujeres que buscaban dinero para pasar la noche en un cuarto de hotel se paseaban por todo el bar. Una de ellas, la chiquilla Lalisa Manobal, observaba desde el segundo piso la pista de baile. Le aterraba bajar las escaleras y sobrellevar la actitud de los hombres.

— Maldita perra —dijo en voz baja, fisgoneando el vestido provocativo de su compañera de cuarto: Lee Chae-rin. Abrió la boca en grande cuando la tipeja de tacones rojos cazó al pez más grande de la noche—. Habitación de cinco estrellas asegurado— desvió su mirada y continuó con la búsqueda de su millonaria salida.

El disco dejó de girar inesperadamente, las luces del club se apagaron en su totalidad y botas pesadas chocaban con la superficie. Los residentes e invitados salieron corriendo por todo el lugar, buscando un momentáneo refugio apenas escucharon los disparos persistentes de los intrusos.

Lalisa no tardó en imitar sus acciones. Buscó algún espacio —por más pequeño que fuera— para pasar desapercibida por el grupo armado. Abrió, puerta tras puerta, y finalmente dio en el blanco. Al inicio del pasillo, una cómoda y limpia habitación esperaba por ella. Metió su delgado cuerpo debajo de la cama y esperó a que la riña terminara. Respiraba despacio, sintiendo las fuertes vibraciones producidas por el alboroto del exterior. Todo estaba bajo control, hasta que la puerta de su placentero escondite se abrió, unos pies torpes aparecieron en su —apenas visible— campo de percepción. Detrás de los tacones rojos, le seguían unos manchados borceguí negros de seguridad.

— ¡Deja de seguirme! —chilló la mujer— Te vi matar a ese tipo.

— Cállate. Intento ayudarte —dijo la voz más grave.

— ¡Lárgate! —gritó la fémina más fuerte.

Lalisa cubrió sus oídos y, con esperanza de que aquel suceso terminara pronto, achicó sus piernas y cerró los ojos.

— ¿Qué es lo que te está tomando tanto tiempo, Jeon? —preguntó una tercera y desconocida voz— ¿Piensas follar con esta chica? —lanzó un desesperante chiflido.

— N-no —declaró el primer sujeto, lleno de nervios—. Esta chica se me escapó, yo creo que mejor nos vamos a buscar al resto, Jack.

Antes de cualquier respuesta, la bala se incrustó en la cabeza de la —al parecer— única mujer del cuarto. Cayó al suelo. El cuello de la tipa giró hasta que su rostro quedó a disposición de Lalisa.

— Lee...—soltó un doloroso grito.

— ¿Escuchaste eso? —preguntó de nuevo esa última y maliciosa voz— Al parecer alguien quiere jugar con nosotros el pasatiempo infantil del gato y ratón.

— Yo no he escuchado nada, Jack —declaró inseguro—. Se nos hace tarde para volver a la base.

— Cierra la boca, Jeon —ordenó, caminando por el pequeño lecho.

Ambos pares de calzado rondaron por toda el área. Rodearon la cama, abrieron las estanterías, inspeccionaron el baño y la regadera, pero fue en vano. Regresaron al punto de inicio, las sábanas —que minutos antes estaban perfectamente lisas— terminaron botadas, llenas de flujo y del polvo que se alojaba sobre la alfombra.

— Te lo dije —declaró el primer hombrecillo.

— No cantes victoria, Jeon, los roedores suelen ser bastante hábiles cuando se lo proponen.

Lalisa pegó su cuerpo a la pared. Los pasos del hombre se detuvieron de golpe, su rodilla descansó sobre el cuerpo de la otra chica y su mirada se encontró con la suya.

Boo... —soltó seguido de una burlesca risotada, poco a poco, su sonrisa desapareció y sus labios se doblaron hacia abajo—. No, no, no. No llores, mi bello ángel.

Lalisa gimió al sentir el roce en su mejilla. Su cuerpo estaba bañado en sangre y sus dedos no hacían más que ensuciarla. El llamado Jack la tomó por el brazo y, sin esfuerzo, juntó su débil figura con la suya.

— Te atrapé.

No le quedaba más que aceptar su destino. Había metido la pata y eso la llevó a ser descubierta. Nunca se le dio jugar bien a las escondidas y —aunque le parecía absurda la razón de su muerte— no existía una segunda oportunidad. En el momento en que cerró los ojos, esperando por el sonido del cañón y el caliente metal atravesar su floja carne, el hombre a sus espaldas habló.

— Me la quiero follar —declaró, llamando la atención de ambos.

— El sucio Jeon —sonrió su colega, guardando el arma en sus bolsillos—. De acuerdo, pero no te olvides de utilizar tu segunda pistola cuando termines.

Jeon asintió, caminando hasta llegar a Lalisa. La chica se preparó, pero al tomar los extremos de su playera, el tipo de aspecto militar la detuvo.

— No quiero acostarme contigo —dijo, mirándole con lástima—. Te voy a ayudar a salir de aquí.

— ¿Por qué? —preguntó confundida.

— Jackson es un gran hijo de puta, no dudaría en matar a quién fuera, aunque no sea ese su merecido —respondió, cerrando con broche la puerta de la desordenada pieza—. Nosotros no somos quién para dictaminar el destino de otros...solamente Dios.

Terminando con su discurso, el —ya conocido— Jeon estudió con cautela la fachada. Los hombres que antes los acompañaban se habían resguardado en sus camionetas, mientras tanto, Jackson se follaba a una tipa que tenía corrido el maquillaje y que no paraba de suplicar por su bendita vida.

— Cámbiate la ropa con la de esta ramera —señaló el cuerpo tendido de Lee.

Lalisa, distinto a debatir, acató las instrucciones. Si Jeon le iba a salvar la vida, entonces que más importaba que pidiera una chupada para terminar.

Cuando ambos estuvieron listos, Jeon desenchufó su arma, quitó el seguro y arrojó un último disparo. Cogió a Lalisa por las piernas y se la colgó en los hombros.

— No te muevas, no parpadees y ni se te ocurra respirar.

Jeon siguió caminando. Lalisa aligeró el peso y se dejó hacer como muñeca de trapo. Uno de los varones se acercó a Jeon y se atravesó en su andar.

— ¿A dónde la llevas? —preguntó, mirando el cuerpo— No me digas que se te da coger con muertos, Jeon.

— Voy a ponerla en el basurero, así cuando los Kim regresen, entenderán que no es bueno joder con nosotros.

Palmeó su hombro, expresando con un solo gesto "muy bien dicho, grandulón", y abrió el paso.

El detestable olor a carne podrida invadió sus cuerpos. Jeon dejó sus pies en el pavimento y señaló el sendero que debía de tomar para evitar ser descubierta. Le cedió el ropaje que utilizaba con anterioridad, esperó impaciente a que vistiera sus primeras prendas y dijo:

— Camina lejos y no te detengas —señaló el sendero por el que debía seguir sin ser descubierta.

— Gracias —murmuró, pero el soldado se había marchado y sus piernas iniciaron la carrera.  

EVAN ↝kookgi |✅️| [+18].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora